PARA EL CARDENAL GUINEANO, «EL MUNDO QUERÍA SILENCIARLO PORQUE SU MENSAJE ERA INSOPORTABLE»
EL CARDENAL SARAH VISITÓ VARIAS VECES A BENEDICTO XVI DURANTE SU
ESTANCIA EN EL MONASTERIO MATER ECCLESIAE DEL VATICANO COMO PAPA EMÉRITO.
La revista francesa La Nef ha consagrado en su número de
febrero un dossier especial a la figura de Benedicto XVI. Recogemos la
contribución del cardenal Robert
Sarah, quien publicó con el Papa emérito uno de sus
últimos libros, Desde lo más hondo de nuestros
corazones.
***
EL
DESCENDIENTE DE SAN AGUSTÍN
Muchos homenajes subrayan
la grandeza de Benedicto XVI como teólogo.
De eso no cabe duda. Su obra perdurará. Sus luminosos libros son ya clásicos.
Pero no debemos equivocarnos. Su grandeza no reside principalmente en la
penetración académica de los conceptos de la ciencia teológica, sino en la
profundidad teológica de su contemplación de las realidades divinas.
Benedicto XVI tenía el don
de hacernos ver a Dios, de hacernos gustar su
presencia, a través de sus palabras.
Creo que puedo decir que cada una de las homilías que escuché de él fue una
verdadera experiencia espiritual que marcó mi alma. En esto, es un
verdadero descendiente de San Agustín, el Doctor al
que se sentía tan cercano en espíritu.
"HACER
PRESENTE A DIOS EN ESTE MUNDO"
Su voz, frágil y cálida a la vez,
consiguió hacernos sentir la experiencia teológica que él mismo había vivido.
Te aferraba en lo más hondo del corazón y te conducía a la presencia de Dios.
Escuchémosle: "En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la
tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no
encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas
es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios.
No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo
rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado
y resucitado" (Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la
remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el
arzobispo Marcel
Lefebvre, 10 de marzo
de 2009).
Benedicto XVI no era un ideólogo
rígido. Estaba enamorado de la verdad,
que para él no era un concepto, sino una persona encontrada y amada: Jesús, el
Dios hecho hombre. Recordemos su afirmación magistral: "No
se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus
caritas est, 1).
Benedicto XVI nos llevó a vivir
este encuentro de fe con Cristo Jesús. Allá donde iba, encendía esta llama en
los corazones. Con jóvenes, seminaristas, sacerdotes, jefes de Estado, pobres y
enfermos, reavivó la alegría de la fe con fuerza y discreción.
Se hizo olvidar para dejar brillar mejor el fuego del que era portador. Nos
recordó: "Solo si hay una cierta experiencia,
se puede también comprender" (Encuentro con los párrocos y
sacerdotes de la diócesis de Roma, 22 de febrero de 2007).
Nunca dejó de recordarnos que
esta experiencia de encuentro con Cristo no
contradice ni la razón ni la libertad. "[Cristo]
no quita nada, y lo da todo" (Santa Misa de inicio del ministerio
petrino, domingo 24 de abril de 2005).
FRENTE
AL IMPERIO DE LA MENTIRA
A veces estaba solo, como un niño
que se enfrenta al mundo. Un profeta de la verdad que es
Cristo frente al imperio de la mentira,
un frágil mensajero frente a poderes calculadores e interesados. Frente al gigante Goliat del dogmatismo relativista y el consumismo
todopoderoso, no tenía
otra arma que su palabra.
Este David de los tiempos modernos se atrevió a gritar: "El deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma
del hombre, y toda la creación es una inmensa invitación a buscar las
respuestas que abren la razón humana a la gran respuesta que desde siempre
busca y espera: 'La verdad de la revelación cristiana, que se manifiesta
en Jesús de Nazaret, permite a todos acoger el «misterio» de la propia vida. Como
verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de la
criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascendencia. Aquí
la relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su
totalidad la palabra del Señor: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres»' (Fides et ratio, 15)" (Discurso a los participantes
en la Asamblea plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 10 de
febrero de 2006).
UN
MENSAJE "INSOPORTABLE" PARA EL MUNDO
Pero la
mentira y el compromiso no lo toleraron. Fuera de la Iglesia, pero también dentro de ella, hubo quien perdió el control.
Sus propuestas fueron caricaturizadas, distorsionadas y ridiculizadas. El mundo quería silenciarlo porque su mensaje era insoportable. Querían
silenciarle.
Benedicto XVI ha resucitado en
nuestro tiempo la figura de los Papas de la Antigüedad, mártires aplastados por
el moribundo Imperio romano. El mundo, como Roma en el pasado, tembló ante este
anciano con corazón de niño. El
mundo estaba demasiado comprometido con la mentira para atreverse a escuchar la
voz de su conciencia. Benedicto XVI fue un mártir de la verdad,
de Cristo. Traición, deshonestidad, sarcasmo, no se le ahorró nada. Vivió el
misterio de la iniquidad hasta el final.
COMO
UN PADRE
Entonces vimos al hombre discreto
revelar plenamente su alma de pastor y padre. Como un nuevo San Agustín, la
paternidad del pastor desplegó en él la madurez de su santidad. ¿Quién no recuerda la tarde en que, habiendo reunido en
la plaza de San Pedro a sacerdotes de todo el mundo, lloró con ellos, rió con
ellos y les abrió la intimidad de su corazón sacerdotal? Muchos
jóvenes le deben su vocación sacerdotal o religiosa. Benedicto
XVI brillaba como un padre entre sus hijos cuando estaba rodeado de sacerdotes
y seminaristas.
Hasta el final, quiso apoyarlos y
hablarles desde lo más profundo de su corazón, llamado a seguir a Cristo en el
don de sí mismo e incluso en el sufrimiento por los demás. "Para que el don no humille al otro, no solamente
debo darle algo mío, sino a mí mismo" (Deus caritas est,
34). "Cristo, padeciendo por todos
nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en
una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del amor" (Discurso
a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana,
22 de diciembre de 2005).
Benedicto XVI amaba a las familias y a los enfermos. Para entenderlo, hay que haberle visto con los
niños hospitalizados. Hay que haberle visto dándole un regalo a cada uno. Hay
que haber visto la pequeña lágrima de emoción que brilló en su amable rostro.
A él, recordémoslo, se debe la
lucidez de la Iglesia sobre la pedofilia. Sabía cómo llamar
al pecado por su nombre, cómo conocer y escuchar a las víctimas, y cómo
castigar a los culpables sin la complicidad que a veces se disfraza de
misericordia.
EN
LA ORACIÓN Y EL SILENCIO
A pesar de ello, o tal vez a
causa de este amor a la verdad, cada vez fue más despreciado. Entonces el
profeta, el mártir, el padre tan bueno se convirtió en un maestro de la oración.
No puedo olvidar aquella tarde en
Madrid cuando, ante más de un millón de jóvenes entusiastas, renunció al
discurso que había preparado para invitarles a rezar en silencio con él. Había
que ver a esos jóvenes de todo el mundo, silenciosos,
arrodillados detrás de quien les mostraba el camino.
Aquella noche, con su oración
silenciosa, dio a luz a una nueva generación de jóvenes cristianos: "Solo ella [la adoración] nos hace verdaderamente
libres, solo ella nos da los criterios para nuestra acción. Precisamente en un
mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y
existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es
fundamental subrayar la adoración" (Discurso a
los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana,
22 de diciembre de 2005).
De ahí su insistencia en
la importancia de la liturgia. Sabía que en la liturgia la
Iglesia se encuentra cara a cara con Dios. Si no está en el lugar que le
corresponde, entonces se dirige a la ruina.
A menudo repetía que la crisis de la Iglesia era fundamentalmente una crisis litúrgica, es
decir, una pérdida del sentido del culto.
"El misterio es el corazón del que sacamos nuestra fuerza", le
gustaba repetir. Trabajó mucho para devolver a los cristianos una liturgia que
fuera, según sus palabras, "un verdadero
diálogo del Hijo con el Padre".
Frente a un mundo sordo a la
verdad; frente, a veces, a una institución eclesiástica
que se negaba a escuchar su llamada, Benedicto XVI optó finalmente
por el silencio como última predicación.
Al renunciar a su cargo y
retirarse a la oración, recordó a todos que "necesitamos hombres
que miren de frente a Dios y aprendan de Él lo que es la
verdadera humanidad. Necesitamos personas cuyas mentes estén iluminadas por la
luz de Dios y cuyos corazones Dios abra para que sus mentes puedan hablar a las
mentes de los demás y sus corazones puedan abrir los corazones de los
demás" (Cardenal Ratzinger, Conferencia en el monasterio de Santa
Escolástica, Subiaco, 1 de abril de 2005). Sin saberlo, el Papa estaba
dibujando su propio retrato, añadiendo: "Solo de los santos, solo de Dios,
viene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo".
¿Habrá sido
Benedicto XVI la última luz de la civilización cristiana? ¿El ocaso de una era pasada? A algunos les gustaría pensar que sí. Es cierto que, sin él, nos
sentimos huérfanos, privados de la estrella que nos guiaba. Pero ahora su luz
está en nosotros.
Benedicto XVI, con su enseñanza y
su ejemplo, es el Padre de la Iglesia del tercer milenio.
La luz alegre y
pacífica de su fe nos iluminará durante mucho tiempo.
Traducido por Helena
Faccia Serrano.
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