Cambiemos nuestra forma de pensar y compartamos lo que tenemos.
Por: Mónica Muñoz | Fuente: Catholic.net
“Dar hasta que duela”, es una de las frases más recurrentes con las que
se recuerda a la Madre Teresa de Calcuta, la cual se refiere a no poner límites
a la generosidad con respecto al dinero, los objetos, el tiempo y hasta la
propia persona. Es más, meditando detenidamente en el sentido que
encierran estas palabras, se me vienen a la mente cientos de acciones que reflejarían
todo lo que se podría hacer en el mundo si nos tomásemos en serio el
desprendimiento de aquello que resulta superfluo en nuestra vida.
Al respecto, el evangelio
contiene un pasaje lastimoso que refleja la petición hecha por nuestro Señor
Jesucristo a un joven, quien, de seguro, sintiéndose deslumbrado por la fuerza
de sus palabras, en un arranque de emoción le preguntó qué tenía que hacer para
obtener la vida eterna. Jesús le respondió algo obvio: debes cumplir los
mandamientos. Entonces el muchacho, que me imagino muy feliz creyendo que ya lo
había logrado, contestó que todo eso lo cumplía desde muy joven. Pero,
entonces, viene el momento de la exigencia. Para esto, el evangelista Marcos se
toma el cuidado de hacer hincapié en la actitud de Cristo, escribiendo: “Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo:
«Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero
entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme».
Sin embargo, casi puedo ver cuando
al chico se le acaba la alegría, porque era muy rico y no estaba dispuesto a
renunciar a sus bienes, por ello continúa el relato de San Marcos: “Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre
muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos
y les dijo: «¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen
riquezas!»" (Mc 10, 17-23).
No nos sintamos excluidos, porque
este pasaje no es nada más para los millonarios, todos podemos entrar en la
clasificación de “ricos” si tenemos un techo
donde resguardarnos, comida en nuestra mesa, un trabajo y una hermosa familia.
Porque, de verdad, hay mucha gente que carece de lo indispensable. Por eso,
nuestro deber es administrar todo lo que tenemos, de tal forma que no haya
desperdicio. Recuerdo constantemente otra frase: nadie es tan pobre que no
pueda ayudar a los demás, o bien, quizá otra variante sobre el mismo tema:
siempre habrá alguien más necesitado que nosotros.
Y créanme, en estos casos, las
personas más pobres son las más dadivosas. Les narro con mucho cariño una bella
experiencia que aún me conmueve profundamente y me hace sentir inmenso
agradecimiento. Hace varios años, pertenecí a un movimiento juvenil cuyo
apostolado era salir de misiones. Yo tenía muchos deseos de participar de una
misión e imaginaba que daría mucho de mí en ella. Sin embargo, yo fui la que
recibió a manos llenas.
El primer día, todos los que
acudimos a servir en el pueblo que sería misionado fuimos repartidos en
distintas casas, donde permanecimos tres días. A mí me tocó quedarme en una
casita sencilla, en la que vivía una de las chicas del grupo anfitrión. En ella
habitaban sus padres y muchos hermanitos. A pesar de su pobreza, me dieron un
lugar donde dormir. A la mañana siguiente, llegó la hora del desayuno. Los
pequeños, tiernos y felices, se sentaron alrededor de la humilde mesa para
degustar unos deliciosos frijoles fritos en manteca, tortillas hechas a mano
por las hermanas mayores y una aromática taza de café. Mi corazón se estrujaba
porque no había leche ni huevos o fruta, alimentos necesarios para el buen
desarrollo de un niño. Y a pesar de eso, el cariño abundaba. Nunca olvidaré ese
sentimiento, porque esa familia me dio lo que tenía para vivir, sin importarles
que fuese una desconocida.
Por eso, ahora, más que nunca, me
pregunto: ¿por qué nos cuesta tanto trabajo ser
generosos, si finalmente, todas las cosas se quedarán aquí cuando muramos? ¿por
qué no queremos desprendernos de las objetos materiales que bien pueden
servirle a otros hermanos, más necesitados?, porque seamos realistas,
con mucha pena, podemos observar que cada día hay más pedigüeños en las calles,
y, lo más lamentable es que se trata de familias enteras, así pues, desde
ancianos hasta niños piden caridad, esperando obtener algo para comer.
Considero que es tiempo de quitarnos ciertos prejuicios, tales como: “¿por qué piden?, mejor que trabajen, están jóvenes”, porque
si pudieran emplearse, lo harían, sin embargo, faltan oportunidades, pues para
nadie es un misterio que la situación actual ha generado más pobreza de la que
ya existía.
Cambiemos nuestra forma de pensar
y compartamos lo que tenemos, así que, demos un vistazo a nuestro closet y
refrigerador y saquemos algo de lo que tenemos para nuestros hermanos en desgracia.
Y si queremos hacerlo mejor, demos de aquello que nos gusta, porque solo así
entenderemos el verdadero significado de la frase “dar
hasta que duela”.
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