Las obras de misericordia corporales y espirituales son acciones concretas con las que podemos hacer palpable la acción de Dios
Por: Mónica Muñoz | Fuente: El Observador
Las obras de misericordia que la Iglesia Católica contempla para realizar con
más empeño en este Año Jubilar, no son inventos del Papa Francisco. Un
cristiano medianamente formado sabe que su origen es bíblico, por eso, para
despejar cualquier duda, basta consultar en el Evangelio de San Mateo capítulo
25 versículos del 34 al 40.
Es por eso que el Papa Francisco
ha insistido en que este Año Jubilar de la Misericordia hagamos presente a
Cristo en los hermanos necesitados. Las obras de misericordia corporales y
espirituales son acciones concretas con las que podemos hacer palpable la
acción de Dios y “ganar puntos” para
alcanzar el cielo, porque no basta con creer, hay que trabajar para que
la gracia de Dios llegue a nuestras vidas y nos transforme, porque “no todo el
que dice ‘Señor, Señor’, entrará al Reino de los
cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”. (Mt 7,21)
Brevemente comentaré
las siete obras de misericordia espirituales, que se llevan a cabo con la ayuda
del Espíritu Santo y son:
Enseñar
al que no sabe: se
refiere no solamente a quien no tiene conocimiento en ciencias y materias
humanas, sino también compartir las enseñanzas que Cristo el Señor ha dejado
para alcanzar la salvación. Es muy importante esmerarnos en alcanzar el conocimiento
de la doctrina cristiana para fortalecer nuestra fe y avivar el amor a Dios y
sus creaturas, por eso hay que compartir con los hermanos nuestro saber y
experiencias cristianas.
Dar
buen consejo al que lo necesita: para
esto, hay que invocar constantemente al Espíritu Santo, quien inspira
adecuadamente lo que se debe decir, pues es muy fácil hacer recomendaciones
insanas o desviadas de la moral, por ello se debe tener una conciencia recta y
bien formada, pues no todo lo que se aconseja es lo que Cristo quisiera para
nosotros. No podemos creer que es correcto aconsejar a una mujer someterse a un
aborto o a alguien a que infrinja la ley, sólo porque “todo mundo lo hace”, es
por esto, una de las obras más difíciles de realizar sin la ayuda y gracia de Dios.
Corregir
al que se equivoca: en este caso, creo que a todos nos gusta hacer ver las fallas en los
demás, sin embargo, cuando alguien señala nuestros errores, la historia cambia.
Corregir y aceptar correcciones es una manera eficaz de practicar la humildad.
Perdonar
al que nos ofende: aquí sentimos que el estómago da un vuelco, pues cuando se trata de
olvidar las ofensas el orgullo y la soberbia se hacen presentes. Porque no sólo
hay que pedir la gracia divina para dejar atrás lo malo que se cometa contra
nosotros, también hay que rogar a Dios fortaleza y valentía para solicitar el
perdón a quienes ofendemos. Basta recordar el Padre nuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los
que nos ofenden”. Esa es la medida.
Consolar
al triste: quien ha sufrido una pérdida, ya sea por la muerte de un familiar, un
despido laboral, la destrucción de sus bienes o todo lo que pueda causar
sufrimiento a nuestros hermanos, requiere de nuestra solidaridad y disposición
para que el que llora pronto alcance consuelo. Ojo:
no resignación, porque el que se resigna deja de
luchar y pierde toda esperanza; el consuelo conlleva la certeza de que el mal
es pasajero y traerá consigo algo bueno, porque Dios no nos abandona cuando
ocurre la desgracia, que es inevitable porque es parte de la vida; Él nos
sostiene y envía ayudas constantes para que entendamos que las sacudidas son
necesarias para nuestro crecimiento y purificación y quizá, para ayudar a
nuestro prójimo. Porque, como dice la escritura: “Los caminos de Dios son
inescrutables”.
Sufrir
con paciencia los defectos del prójimo: ¡ay!, qué
difícil nos resulta la convivencia con personas duras y antipáticas, por eso es
una obra de misericordia que más reditúa para el bien de quien lo realiza.
Basta recordar a la gran Santa Teresita del Niño Jesús, que soportaba
estoicamente los desaires y groserías de una de las religiosas mayores con
quienes vivía y a quien cuidaba con tanto cariño como si no le molestara lo que
le hacía. Esta obra se debe aplicar con todos, especialmente con nuestra
familia, pues son muy comunes los roces entre los que convivimos a diario.
Rogar a Dios por los vivos y los difuntos: Pedir por la gente que amamos es sencillo, sin embargo no siempre lo hacemos. Hay que orar unos por otros, incluyendo a los que nos caen mal y a los que se nos han adelantado en el camino.
Mucho hay por hacer, tenemos todo
el año para practicar y hacer que estas obras se vuelvan parte permanente de
nuestras vidas. ¿Qué esperamos para comenzar?
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