Francisco evocó el modelo de San Juan Bautista para explicar que las dudas ante el designio de Dios son normales, porque Dios siempre sorprende.
El Evangelio del
tercer domingo de Adviento nos presenta a San Juan Bautista, encarcelado, enviando a sus discípulos a
preguntarle a Jesús si
Él es el Mesías. Francisco tomó como motivo esta iniciativa para sus palabras
previas al Ángelus de este domingo, que rezó ante una Plaza de San Pedro más llena
de lo habitual porque miles de familias acudieron a que el Papa bendijese el Niño Jesús de sus belenes.
El Jesús del que Juan
oye hablar "tiene
palabras y gestos de compasión hacia todos, en el centro de su acción
está la misericordia que perdona". En opinión del Papa, esto hizo dudar a su primo, y "esto significa que también el creyente más
grande atraviesa el túnel de la duda".
Y esa duda no es
necesariamente un mal, apuntó el pontífice, porque "nos ayuda a entender que Dios es siempre más
grande de como lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes respecto
a nuestros cálculos; su acción es diferente, siempre supera nuestras
necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar
nunca de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro".
En ese sentido, "Juan, definido por Jesús el mayor entre los
nacidos de mujer (cfr Mt 11,11), nos enseña a no cerrar a Dios en
nuestros esquemas", que es siempre "el peligro, la tentación: hacernos un
Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios es otra
cosa".
"Nunca se sabe
todo sobre Dios, ¡nunca!", insistió, y en ocasiones olvidamos que es un
"Dios de humilde mansedumbre, el Dios de la
misericordia y del amor".
Numerosas familias
acudieron a la Plaza de San Pedro para que el Papa bendijese al Niño Jesús de
sus belenes.
Algo parecido puede
sucedernos con nuestro prójimo, cuando le juzgamos según "nuestros prejuicios" o le ponemos "etiquetas rígidas". El Adviento puede ayudarnos a invertir esa
perspectiva, a "dejarnos
asombrar por la grandeza de la misericordia de Dios".
Francisco concluyó
insistiendo en esa idea del asombro, porque "Dios siempre asombra". Y en el Adviento,
preparando el pesebre para el Niño Jesús, "aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor... Es un tiempo en el
que, en vez de pensar en regalos para nosotros, podemos donar palabras
y gestos de consolación a quien está herido, como hizo Jesús con los
ciegos, los sordos y los cojos".
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