miércoles, 2 de noviembre de 2022

DAR GRACIAS

Cultivemos en nuestro interior la gratitud hasta cuando las cosas no salen como esperamos.

Por: Karla Yamilet Montero Gallardo | Fuente: Semanario Alégrate

Hace un par de semanas el Evangelio nos invitaba a reflexionar sobre la importancia de ser agradecidos, bajo el ejemplo del único de 10 enfermos de lepra curados por Jesucristo, que volvió para reconocer el favor de la sanación. Una estadística muy poco alentadora, que lamentablemente podría seguir estando muy cerca de nuestra realidad.

¿Cómo restarle validez? Sumándonos a ese hombre liberado de su enfermedad, recordando agradecer a Dios por todo lo que nos pasa (y lo que no). La clave para entender por qué la gratitud es un don tan importante está en el prefacio eucarístico (y a lo mejor hasta lo tenemos memorizado). Durante la misa, antes de la Consagración, ocurre un diálogo entre el sacerdote y el pueblo que cierra con las palabras: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios”, a las que respondemos: “Es justo y necesario”. El sacerdote continúa, ahora dirigiéndose a Dios, y nos entrega un conocimiento muy valioso: “En verdad es justo y necesario, es nuestro DEBER y SALVACIÓN darte gracias SIEMPRE y EN TODO LUGAR”. Si repasamos con cuidado, ser agradecido es un deber y, por lo tanto, hay que cumplirlo, pero, además, ¡también puede salvarnos! Dar gracias a Dios SIEMPRE Y EN TODO LUGAR puede ser la diferencia para que nuestra alma gane la vida eterna.

Pensando lo que conviene a nuestro espíritu, podemos comenzar a decir (o decirlo con más frecuencia) “gracias a Dios” en nuestro día a día tanto como podamos. “Ya llegué, gracias a Dios”, “Bien, gracias a Dios”. Integrarlo a nuestras palabras lo más que podamos para estar cada vez más cerca de “siempre”, cuidando también que sea en cada área de nuestra vida para estar cada vez más cerca de “en todo lugar”. Que quede clara una cosa: Dios no necesita nuestra gratitud, nos la regala por nuestro bien. En una de sus modalidades, este prefacio eucarístico dice “aunque no necesitas de nuestra alabanza, es don tuyo que seamos agradecidos y, aunque nuestras bendiciones no aumentan tu gloria, nos aprovechan para nuestra salvación”.

¡Pues bien! Que todo aquel que quiera salvarse dé gracias a Dios en todo tiempo. No unas cuantas veces, no sólo en lo que creamos exclusivo de la fe, “siempre y en todo lugar”. Utilicemos este don divino también entre nuestros semejantes, digamos fuerte y firme: “gracias” a todo aquel que nos sirve, incluso si es su trabajo. No demos por hecho ni por bien merecido nada de lo que recibimos. Cultivemos en nuestro interior la gratitud hasta cuando las cosas no salen como esperamos. Que nuestras bendiciones sean dadas verdaderamente siempre y en todo lugar.

Y que nuestro decir se haga bueno con expresiones que, como ésta, lo llenen de riqueza. ¡Gracias a Dios!

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