La historia de los responsables de los campos de concentración, de los métodos experimentados sobre cobayas humanos, de las nutridas leyes de la mafia internacional abastecida en un gran porcentaje por protagonistas cultos, abona la tesis de que la cultura no excluye necesariamente la barbarie sino que, en algunos casos, la refina.
Que
se puede ser muy culto y muy «señor»…, y además ladrón
y asesino.
Que
la educación sin bondad puede resultar una escuela de «monstruos
educadísimos»
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