Mandar no es gritar.
El
que necesita gritar para hacerse oír confiesa que sus argumentos son tan débiles
para convencer con razones que precisa del sistema de la fuerza para «vencer» por la violencia.
Los gritos podrán:
Asustar, irritar, ofender…, pero nunca educar.
Lo único que airean los gritos de los educadores es la fuerza de sus
pasiones y la debilidad de sus virtudes.
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