El veneno de la división entra de muchas maneras, por muchas causas, en muchos ámbito.
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
Unos esposos discuten. Temas tratados una y otra
vez, palabras fuertes, enojos. Al final del día, entre sus corazones ha
aumentado la separación hasta niveles nunca antes alcanzados.
Un barrio organiza sus festividades anuales. No
hay acuerdo sobre los eventos, ni sobre el recorrido de una caravana, ni sobre
el grupo musical que podría ser invitado. Al final, el barrio termina con una
división insoportable.
Unas elecciones se celebran en medio de una
especial crisis económica. Los ánimos, calientes, se reflejan en la oficina, en
el taller, en el bar, en los hogares. Tras los resultados, discusiones y
discusiones sin fin.
El veneno de la división entra de muchas
maneras, por muchas causas, en muchos ámbitos. No siempre reviste la misma
gravedad, pues hay divisiones sobre temas menores y con repercusiones mínimas.
Pero casi siempre las divisiones provocan heridas.
La pregunta surge natural: ¿cuál fue la causa de esta división? ¿Se trataba de un
argumento que la "merecía"? ¿Puede superarse? ¿Ha dejado daños en los
corazones?
No es fácil responder, pero vale la pena buscar
causas y condiciones que han llevado a esta o a aquella división, para
afrontarlas en sus raíces.
Unas causas surgen desde la complejidad de
ciertos temas. Otras, desde las maneras diferentes de pensar y de sentir.
Otras, simplemente desde malentendidos mezclados con esa continua tendencia
humana que incita a imponerse sobre los demás.
Desde la búsqueda de las causas puede pensarse
en las soluciones, sea a nivel preventivo (vacunas o antídotos, si fuera
posible aplicarlos a los corazones), sea a nivel curativo, cuando los gritos
han herido las relaciones entre seres humanos.
El veneno de las divisiones ha penetrado en la
existencia humana desde sus orígenes, y sigue hoy presente entre nosotros. Todo
lo bueno que hagamos para evitar sus daños, para curar sus efectos, será
bienvenido.
Porque, por muchas y graves que sean las
divisiones, todos los seres humanos compartimos un mismo origen en el amor de
Dios, y estamos llamados a un encuentro, definitivo, con ese Dios Amor.
Tal vez recordar nuestro inicio y nuestra meta
sea un buen antídoto para muchas divisiones y, sobre todo, sirva como estímulo
para promover esa unidad y armonía que tanto embellecen las vidas de las
personas y de los pueblos.
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