Karl Marx propuso una filosofía de la acción explícitamente materialista y anticristiana, en la cual la religión era considerada "el opio del pueblo", un instrumento para su sumisión.
La relación entre catolicismo y política siempre
ha sido un tanto complicada. Jesús nos dijo: “Dad
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21; Mc
12,17; Lc 20,25), texto en que queda bien clara la autonomía de las realidades
temporales y políticas, pero no su independencia con respecto a la ley moral,
puesto que “hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres” (Hch 5,29).
Por su parte, el Catecismo de la
Iglesia Católica, en su número 2242, cita estos textos y nos dice: “El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir
las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son
contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de
las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo a la obediencia a las
autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de
la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio
de Dios y el servicio de la comunidad política”.
Creo que este preámbulo es
necesario para poder resolver la cuestión sobre si es posible ser
a la vez católico y marxista. Pienso
que ésta puede ser la respuesta: si consideramos al marxismo como una cosmovisión atea, desde
luego no se puede ser a la vez creyente y no creyente, ateo y católico. No nos
olvidemos de que la primera verdad de fe que profesamos en el Credo es: “Creo en Dios”. Y por supuesto, mi fe supone mi
encuentro personal con Jesucristo.
El problema está en si se puede
ser en religión católico, mientras en política se es marxista. El marxismo, en
su crítica a la religión, dice que ésta nos duerme, en vez de despertarnos a
los problemas reales. El Concilio Vaticano II sostiene por el contrario que la esperanza cristiana es un motivo más para cumplir con
los deberes temporales y numerosos documentos eclesiásticos se
ocupan del cristiano ante sus deberes políticos, económicos, sociales,
culturales y a favor de la paz.
Esto nos indica algo: la fe cristiana no es algo desconectado de la vida, sino todo lo
contrario. Nuestras responsabilidades alcanzan también a lo político y
social y no valen cómodas excusas como: “No
entiendo de eso”. Hay que formarse en la medida de las posibilidades en
los problemas de tipo temporal y darse cuenta de que la salvación no se obtiene
individualmente, sino en unión con los demás. El amor al
prójimo puede y debe ser un compromiso de acción, que a veces tendrá que ser
político en su sentido más
estricto.
Recordemos que el precepto
fundamental cristiano es el del amor a Dios y al prójimo, y desde luego quien
no respeta los derechos de los demás no puede decirse que ame realmente a su
prójimo. Ahora bien, los derechos humanos no son algo abstracto y etéreo, sino
derechos concretos, por cierto espléndidamente formulados por la ONU en su
Declaración del 10 de diciembre de 1948. Nuestra acción política debe ser en
defensa de los derechos humanos y desde luego las dictaduras, y muy
especialmente la dictadura del proletariado, no se han distinguido por su
respeto a los derechos humanos, más aún el marxismo, que es la ideología que más muertes ha ocasionado en el siglo XX, incluso más que el nacionalsocialismo, aunque
también en un espacio mayor geográfico y de tiempo.
Pero sigue en pie el problema de
si se puede ser en religión católico y en política marxista. Hay gente que
milita o simplemente vota a partidos marxistas porque cree que son aquellos que
mejor defienden sus intereses. No les gustan las dictaduras ni el totalitarismo
y se consideran respetuosos con los derechos de los demás. Éstos no serían
marxistas puros, sino que toman del marxismo sólo aquello que les parece
conveniente. La realidad nos enseña que hay muchos que viven así su fe, sin
sentirse por ello en contradicción e incoherencia, aunque objetivamente esta incoherencia se da. Pero desde luego siempre el católico ha de
mantener su fe cristiana y que en caso de conflicto entre su fe y sus simpatías
políticas, tiene que tener muy claro que su deber es seguir su conciencia y
obedecer a Dios antes que a los hombres, porque la
norma suprema de conducta no puede ser la disciplina de partido, sino su recta
razón iluminada por la fe, es
decir, su conciencia personal.
Un partido que no acepte esto es
un partido que ha caído, al menos en parte, en la tentación totalitaria, aunque
la realidad nos muestre que para muchísimos es más importante su ideología
política que su fe religiosa.
Por Pedro Trevijano
No hay comentarios:
Publicar un comentario