A través de sus conferencias y vídeos, Jordan Peterson llega a un público mayoritariamente joven con la propuesta asumir que la vida es difícil y de que hay que hacer frente a las propias responsabilidades. Foto: conferencia del 22 de noviembre de 2021 en la Universidad de Cambridge.
Una de las características más
preocupantes de la época moderna es el alejamiento de los jóvenes de
los caminos de la fe.
Lo triste es que los católicos sí
parecemos esforzarnos en llenar los corazones jóvenes con la alegría del
Evangelio, con la certeza de que cada cual tiene un papel indispensable en la
historia de la salvación. Nuestro mundo laicista insiste en que todo lo
trascendente es una ilusión. Como resultado, nos hemos acostumbrado a las
formas oscuras con las que la vida
se convierte en algo desordenado y agotador cuando el significado y el
propósito están ausentes de nuestras vidas.
Sorprende, por tanto, que la persona
que parece tener la clave del rompecabezas de cómo llegar espiritualmente a la
gente joven no sea muy religioso.
El psicólogo clínico
canadiense Jordan
Peterson se ha
convertido con razón en el más destacado influencer cultural e intelectual de los últimos
tiempos. Sus vídeos y best-sellers atraen a millones de seguidores jóvenes.
Acudí a escucharle el mes pasado
en Miami para comprenderle mejor. Unas tres mil personas, la mayoría menores de
35 años, se sentaban con la atención absorta mientras él hablaba de la necesidad humana de una filosofía arraigada en la trascendencia. El discurso era de nivel universitario, un
cumplido hacia una audiencia que sabía que no iba a ser condescendiente con
ella.
Profundizando en sus escritos y
hablando con gente joven que le sigue (entre ellos mis dos hijos adultos), he
llegado a apreciar su esfuerzo por enseñarles cómo salir del
vacío y la desesperación del escepticismo y cómo entrar al servicio de la
certeza moral.
Como agnóstico confeso, estoy segura de que Peterson no está en
sintonía con la Iglesia en muchos asuntos cruciales de su enseñanza social.
Pero, tras estudiarle yo misma, he llegado a la conclusión de que los católicos
podemos aprender de él una valiosa lección.
En el corazón de las ideas de
Peterson se encuentra en primer lugar, la afirmación de que la vida es difícil y está llena de sufrimiento. Hay
sufrimientos que no podemos controlar, como la enfermedad, la pérdida de los
seres queridos, la guerra y los desastres naturales. Aún peor es lo que él
denomina “malevolencia”, esas zonas oscuras de nuestra naturaleza que
hieren a los demás, y la malevolencia de quienes nos rodean, que nos hieren a
nosotros.
Ésa es la circunstancia
fundamental de la vida, y para los jóvenes que la sufren supone un alivio saber
que es una experiencia universal.
La buena noticia, según Peterson,
es que, a pesar de todo, podemos vencer.
Podemos “tomar las armas contra el mar de
problemas, afrontarlos y acabar con ellos”. Y si no podemos acabar con
ellos, podemos combatirlos valientemente. No somos
víctimas, sino protagonistas, y muy capaces.
En segundo lugar, Peterson
propone que el primer paso hacia una vida de significado sea asumir responsabilidades, comenzando
con nuestras propias acciones y siguiendo por nuestras familias y luego la
comunidad. Cultivando este sentido de responsabilidad, nuestras vidas adquieren significado y propósito, y nos definen como ese tipo de
hombres y mujeres que brillan como luces en un mundo oscuro y en quienes los
demás pueden confiar.
Ambas ideas resultan familiares
para las personas de fe. Las Escrituras nos recuerdan que somos peregrinos que
vagan por un “valle de lágrimas”. Y la
malevolencia, que añade el horror del daño deliberado a las crueldades
accidentales de cada día, no es otra cosa que el pecado original,
la mancha negra que vive dentro de todos nosotros sin excepción.
En cuanto a la responsabilidad
que conduce al significado… es una gran responsabilidad para un cristiano
saberse hijo de Dios. Ese
conocimiento va acompañado de la feliz exigencia de los deberes perdurables: con el Padre y con el prójimo, con el bien común y con
el propio orden creado.
Cuando Peterson propone la
responsabilidad a jóvenes que han sido educados en una continua dieta de
autoestima y donde la “persecución de la felicidad”
es el significado de la vida, la reconocen enseguida como un salvavidas.
Esto es particularmente cierto
para los jóvenes varones. Ellos están deseando un desafío, una fortaleza que
conquistar, aunque haya que empezar, según la célebre expresión de Peterson,
por “hacer tu cama”. Ya sean hombres o
mujeres, en su interior saben que no fueron creados para una
banal búsqueda de la comodidad, sino para la gloriosa aventura de
los hechos heroicos y los nobles propósitos, y es a esa intuición a la que
habla Peterson.
Y creo que es a esa intuición a
la que los católicos no hablamos con eficacia. Escuchando a Peterson, recordé
que desde hace demasiado tiempo hemos enseñado nuestra religión como una forma cómoda y saludable de
perseguir la felicidad y crecer en autoestima.
En ocasiones hemos olvidado lo
que significa asumir una responsabilidad, ya sea en nuestra relación con Dios,
como en las bellas prácticas de nuestra fe o con nuestros hermanos y hermanas.
Si Peterson empieza por un “haz tu cama”, quizá
nosotros podríamos empezar por un “ve a misa el
domingo”, porque es en el cumplimiento del deber
donde el corazón se compromete y se enciende,
y donde los problemas se convierten en paz.
Jesucristo propuso y
fue modelo de una vida de valerosa responsabilidad: las
palabras “toma tu Cruz y sígueme” nos llaman a algo distinto, a afrontar con
esperanza las situaciones agobiantes. Jesús va muy por delante, por
supuesto: cargar con la responsabilidad de los
pecados de la humanidad es la cura para la maldad que nos aflige.
¿Qué puede ser más
importante que hablar al vacío que experimentan tantos jóvenes? Después de todo, sabemos que nuestra fe es en Alguien que promete “palabras de vida eterna”.
Publicado en Angelus.
Traducción de
Carmelo López-Arias.
Por: Grazie Pozo
Christie
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