miércoles, 30 de marzo de 2022

¿CÓMO SALIR DE LA PORNOGRAFÍA?

 Una adicción. Una trampa bien urdida. Unos medios sobrenaturales y humanos para salir.

Gustavo es un joven universitario que está estresado por la semana de exámenes. Llega la noche del miércoles, está cansado y decide relajarse con un videíto antes de dormir. Apenas termina, ve otro, y después otro, como esos fumadores que encienden el cigarrillo con la colilla del anterior. El cerebro de Pancracio entró en modo automático, dejó de pensar y se está dejando llevar por la ansiedad de buscar nuevas mujeres, escenas más intensas, mantener alto el nivel de dopamina en el cerebro… Sin darse cuenta, son las 3.00 de la mañana, y Gustavo está mucho más cansado que al principio. «¿Qué he hecho?», se pregunta, angustiado.

¿Te sientes atascado en un problema similar? ¿Sientes que la red de internet de pronto se convirtió en una viscosa red de araña? Tranquilo. Primero, no todo es culpa tuya, pues estamos frente a una trampa muy bien montada. Segundo, puedes salir. El hecho de que estés leyendo este artículo es señal de que cuentas con el requisito principal para lograrlo: quieres salir.

El paso siguiente es reflexionar. ¿Por qué nos atrae tanto la industria de lo que algunos están llamando «prostitución online»?

En la psiquiatría, como explica el doctor Carlos Chiclana, las explicaciones varían: unos dicen que tiene que ver con los impulsos; otros sostienen que se debe a la actitud compulsiva, como un modo de calmar la angustia; pero cada vez más se está usando la palabra adicción, pues los hábitos de consumo de pornografía son similares a los que se ven con las drogas. Es decir, la pornografía no solo es algo que atrae, sino que también tiene el poder de hacernos adictos o dependientes de ella.

¿Por qué estos contenidos nos atraen tanto en primer lugar? El deseo sexual, diríamos como primera respuesta. Ok, pero ¿qué es eso? Unos piensan que consiste en un deseo de placer, pero eso es un diagnóstico superficial. El deseo sexual, en realidad es un deseo de comunión con otra persona y de fecundidad.

No somos sólo animales que satisfacen instintos, sino que somos hijos de Dios llamados a la felicidad. Si meditamos sobre nuestro anhelo de comunión y fecundidad, que la pornografía esconde y deforma, entonces podremos dar el siguiente paso: preguntarnos cómo salir del chantaje y disfrutar nuestra libertad.

Desear la comunión con otra persona es algo que llevamos inscrito en lo más profundo de nuestro ser. Dios formó a Adán del polvo de la tierra e insufló en sus narices aliento de vida. Al cabo de poco tiempo dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él» (Gn 2,18). Es tan natural y fuerte la atracción integral entre el hombre y la mujer, que «dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Gn 2,24).

Sobre esto, podríamos decir todavía más: Dios es relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un solo Dios y tres personas en comunión de Amor. Nosotros hemos sido creados a su imagen y semejanza: nuestra naturaleza no es la de «individuos autosuficientes», sino de personas llamadas a relacionarse con los demás y a entrar en comunión con Dios en Jesucristo.

Nuestra generación tiene hambre de relaciones personales de calidad. Nos hace falta sentirnos conocidos y amados; compartir nuestra intimidad con familia y amigos. En último término, añoramos la intimidad con Dios. Buscar esto es la clave para, como el hijo pródigo, dejar de comer las bellotas de los cerdos y volver a la casa del padre para festejar con un buen banquete.

Para abandonar la pornografía necesitamos luchar: comprender mejor el daño que nos hace, emplear fuerza de voluntad y buscar apoyo afectivo. Pero esto no es suficiente. Necesitamos además el auxilio de la gracia divina. Morir a uno mismo y renacer en Cristo. Morir a uno mismo y renacer en Cristo. Es decir, levantarse del sofá y aceptar la amistad que Jesucristo nos ofrece.

La manera más directa de encontrarse con Dios, de conocerle y saberse amado por Él, es en el Sacramento de la Confesión y en la Eucaristía. Ahí nos conectamos con Él como el sarmiento a la vid, y entonces nuestra vida se transforma. Con el hábito de confesarse y comulgar, entra a fluir por nuestras venas sangre divina, que nos llena de fuerzas y nos diviniza.

Podemos pedir a San José, joven y casto padre de Jesús, que patrocine los esfuerzos de nuestra generación para que vivamos más libres y felices.

Juan Ignacio Izquierdo Hübner

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