«No hay que ceder a la presión del mundo ni a los modelos de la cultura imperante»
Los obispos
polacos, a través de una carta de su presidente, Mons. Gadecki, han criticado
duramente la Asamblea Sinodal de la Iglesia en Alemania y han pedido a los
obispos y los fieles católicos de su país vecino que vuelvan a las enseñanzas
tradicionales de la Iglesia.
(InfoCatólica) En una carta del presidente de
la Conferencia Episcopal Polaca (CEP), el arzobispo Stanislaw Gadecki, al
presidente de la Conferencia Episcopal Alemana (DBK), monseñor Georg Bätzing,
publicada el martes en la página web de la CEP, Gadecki expresa su «profunda preocupación» por el camino que está
tomando la reforma alemana y contradice los argumentos y decisiones centrales
del Camino Sinodal.
«Fieles a
la enseñanza de la Iglesia, no
hay que ceder a la presión del mundo ni a los modelos de la cultura imperante.
Evitemos la repetición de eslóganes
manidos y reivindicaciones estándar como la abolición del celibato, el
sacerdocio de las mujeres, la comunión de los divorciados vueltos a casar o la
bendición de las parejas del mismo sexo», dijo el arzobispo polaco.
En la detallada carta, Mons.
Gadecki cita sobre todo las enseñanzas del Papa Juan Pablo II y las
declaraciones actuales del Papa Francisco y destaca las afirmaciones del
Catecismo sobre la homosexualidad.
Una
de las tentaciones de la Iglesia actual, según el presidente de la CEP, es «confrontar
constantemente las enseñanzas de Jesús con los avances actuales de la
psicología y las ciencias sociales».
Los resultados actuales sobre la homosexualidad son, por tanto,
comparables a las posiciones científicas sobre el racismo y la eugenesia que se
mantenían a principios del siglo XX. El cambio de actitudes hacia la sexualidad
se basaría en «engaños ideológicos». A pesar
de la «indignación, el ostracismo y la
impopularidad», la Iglesia católica no puede «estar de acuerdo, y menos aún bendecir o
promover, una imagen falsa de la humanidad»,
dijo el arzobispo.
LA IGLESIA DE
ALEMANIA INFLUYE EN TODA EUROPA
En su carta, el prelado polaco
subraya el vínculo entre la Iglesia de Polonia y la de Alemania. «La Iglesia católica de Alemania es importante
en el mapa de Europa, y soy consciente de que irradiará su fe o su incredulidad
a todo el continente», dijo
Gadecki. La crisis de fe, dijo, es una de las razones por las que la Iglesia
tiene dificultades «para proclamar una enseñanza
teológica y moral clara». Muchos católicos en Alemania, al igual que en
Polonia, viven «bajo la presión de la opinión pública»,
lo que les provoca un complejo de inferioridad. Pero no hay que ceder a
esto. Del mismo modo, la pérdida de fieles y la disminución del número de
sacerdotes no debe llevar a que el «pensamiento
empresarial» se imponga en la Iglesia y la máxima «Hay escasez de personal, debemos rebajar los criterios
de contratación» se convierta en el principio rector.
La autoridad del Papa y de los
obispos es más necesaria «cuando la
Iglesia pasa por un momento difícil y cuando se ve presionada a desviarse de
las enseñanzas de Jesús», continuó el arzobispo. Refiriéndose
a la defensa que hizo el Papa Pablo VI de la encíclica «Humanae
Vitae», subrayó que no es tarea de la Iglesia
rebajar las normas morales, sino «encontrar medios eficaces para hacer que la
gente se arrepienta». En esto, dijo, también reside la misericordia de
Dios.
CARTA DEL PRIMADO
POLACO AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA
Varsovia, 22 de
febrero de 2022
En la fiesta de la
Cátedra de San Pedro
Estimado
Monseñor Georg:
La Iglesia Católica en
Alemania y en Polonia están unidas por más de mil años de historia común. Ella
surge del depósito de la fe apostólica en Jesucristo, que, puesta en manos de
San Pedro, fue transmitida a los sucesores de los apóstoles -los obispos- que
dirigen, enseñan y santifican las distintas Iglesias locales. «Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta
rocaedificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.Y
a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra
será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en
los cielos» (Mt 16,18-19).
Esta comunión de fe se expresa
claramente en las figuras de los santos que veneran tanto los católicos polacos
como los alemanes. Pienso en San Bruno de Querfurt, Santa Eduviges de Silesia,
Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y San Maximiliano María Kolbe.
De particular importancia en nuestras relaciones es también el intercambio de
cartas sobre el perdón que marcan el inicio de un importante y muy necesario
proceso de reconciliación, tras las difíciles experiencias de la Segunda Guerra
Mundial. Tanto Karol Wojtyla como el beato cardenal Stefan Wyszyński lo
apoyaron. En años posteriores, encontró su expresión concreta en el apoyo espiritual
y material que recibimos de los católicos alemanes durante el periodo comunista
en nuestra patria.
Por todas estas razones, la
Iglesia católica de Alemania es muy cercana y muy importante para mí. Teniendo
en cuenta esta comunión de fe y de historia entre Polonia y Alemania, me
quisiera expresar mi profunda preocupación e inquietud por las informaciones
que se han recibido recientemente de algunas esferas de la Iglesia católica en
Alemania. Por ello, con espíritu de caridad cristiana, me tomo la libertad de
dirigirle -como Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana- esta carta,
llena de atención fraterna y con espíritu de responsabilidad compartida por el
depósito de la santa fe apostólica que Cristo nos confió.
Como pastores de la Iglesia,
somos conscientes de que en el mundo se libra una batalla espiritual. «Porque no tenemos
lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra
los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes» (Ef 6,12). Cristo ganó la
victoria sobre Satanás, y es responsabilidad de la Iglesia hacer realidad esa
victoria en el mundo. Permítame, querido hermano en el episcopado, compartir mi
inquietud sobre la validez de las afirmaciones hechas por algunos círculos de
la Iglesia católica en Alemania, especialmente en el contexto del «camino
sinodal».
LA TENTACIÓN DE
BUSCAR LA PLENITUD DE LA VERDAD FUERA DEL EVANGELIO
La Iglesia católica en
Alemania es importante en el mapa de Europa, y soy consciente de que irradiará
su fe o su incredulidad a todo el continente. Por lo tanto, veo con inquietud
las acciones del «camino sinodal» alemán hasta ahora.
Observando sus frutos, se tiene la impresión de que el Evangelio no siempre es
la base de la reflexión. Esto ha ocurrido a lo largo de la historia. Basta
pensar en la llamada «Biblia de Jefferson»
(T. Jefferson, The Life and Morals of Jesus of
Nazareth, Rough Draft Printing, 2015). El presidente norteamericano
afirmó con firmeza que los Evangelios contienen frases sumamente sabias y
elevadas, que sin duda provienen directamente de Jesús, pero también frases
necias y triviales, que deben provenir de apóstoles incultos. Convencido de que
tenía el criterio para distinguir una frase de otra, decidió hacerlo con unas
tijeras. Así se compuso un apócrifo moderno que, según su autor, es mejor que
el original. No se puede excluir que el proprium
christianum -lo que es
característico del cristianismo- se exprese precisamente en estos fragmentos
más difíciles de la Biblia que caen bajo la «tijera de Jefferson».
LA TENTACIÓN DE
CREER EN LA INFALIBILIDAD DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Una de las tentaciones en la
Iglesia de hoy es comparar constantemente las enseñanzas de Jesús con los
desarrollos actuales de la psicología y las ciencias sociales. Si algo del
Evangelio no concuerda con el estado actual de los conocimientos de estas
ciencias, los discípulos, queriendo salvar al Maestro para que no quede
comprometido a los ojos de sus contemporáneos, tratan de «actualizar»
el Evangelio. La tentación de «modernizar» concierne de manera
particular al ámbito de la identidad sexual. Se olvida, sin embargo, que el
estado del conocimiento científico cambia con frecuencia y a veces de forma
dramática, por ejemplo, debido a los cambios de paradigma. La mutabilidad es
inherente a la propia naturaleza de la ciencia, que sólo dispone de un
fragmento de todo el conocimiento posible. Descubrir los errores y analizarlos
es el motor del progreso de la ciencia.
Sin embargo, algunos errores
científicos han tenido consecuencias dramáticas. Basta pensar en teorías
científicas como el racismo y la eugenesia. Basándose en los avances
científicos más recientes, el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1924 la Ley de Origen Nacional,
que imponía cuotas migratorias restrictivas a las personas procedentes del sur
y el centro de Europa y prohibía casi por completo la inmigración asiática. La
razón principal era la creencia de que pueblos como los italianos y los
polacos, por ejemplo, eran racialmente inferiores. Por otra parte, basándose en
los conocimientos de la eugenesia, se calcula que en el siglo XX se esterilizó
por la fuerza a unas 70.000 mujeres pertenecientes a minorías étnicas en
Estados Unidos (cf. G. Consolmagno, «Covid, fede e fallibilità della scienza», La
Civiltà Cattolica 4118, pp. 105-119). En este caso y en otros, se
habla de los llamados «errores científicos». Junto a ellos, sin
embargo, hay también «falacias ideológicas». Estas subyacen, por
ejemplo, en el cambio de actitud hacia la sexualidad que se observa actualmente
(J. A. Reisman, E. W. Eichel, Kinsey, Sex and
Fraud: The Indoctrination of a People, Huntington House Publication,
Lafayette 1990; J. Colapinto, As Nature Made Him. The Boy Who
Was Raised as a Girl, Harper Perennial, Nueva
York-Londres-Toronto-Sydney 2006).
El proceso de desarrollo del
conocimiento no se detiene con nuestra generación. Las generaciones que vengan
después de nosotros también tendrán que dejar de lado los libros de, por
ejemplo, psicología o ciencias sociales, que hoy se consideran infalibles. ¿Cómo debe responder entonces la Iglesia al estado actual
del conocimiento científico para no repetir el error que cometió con Galileo? Se
trata de un serio desafío intelectual que debemos asumir, apoyándonos en la
Revelación y en los sólidos logros de la ciencia.
LA TENTACIÓN DE
VIVIR CON UN COMPLEJO DE INFERIORIDAD
Soy consciente de que los
católicos -no sólo en Alemania, sino también en Polonia- viven actualmente bajo
la presión de la opinión pública, que hace que muchos de ellos sufran una
especie de complejo de inferioridad. Los discípulos de Cristo en general, escribe
el Papa Francisco, se ven hoy amenazados por «una especie de complejo de inferioridad que les lleva a
relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. (...) Terminan
ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y
por tener lo que poseen los demás» (Evangelii gaudium,
79).
El Papa Francisco, en un
discurso al personal de la Curia Romana, subrayó que hoy en Europa ya no
vivimos en un «sistema cristiano» (Francisco, Discurso a la Curia Romana con ocasión de las
felicitaciones navideñas, 21 dic.
2019). El mundo se ha vuelto más pluralista en muchos aspectos. Una fuente
importante de este cambio en el Viejo Continente es «una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.»
La fe «ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho,
frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada». Lamentablemente,
«el dios
de este siglo cegó el entendimiento de muchos» (2 Cor 4,4). No
soportan la sana doctrina, sino que multiplican los maestros según sus propios
deseos (cf. 2 Tm 4,3). De ahí la validez de la advertencia a los romanos: «no os conforméis
a este siglo; mas transformaos por la renovación de vuestra alma, para que
experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Rm
12,2).
Fieles a la enseñanza de la
Iglesia, no debemos ceder a las presiones del mundo ni a los patrones de la
cultura dominante, ya que esto puede llevarnos a la corrupción moral y
espiritual. Evitemos la repetición de eslóganes desgastados y de reivindicaciones
estándar como la abolición del celibato, el sacerdocio de las mujeres, la
comunión de los divorciados y la bendición de las uniones entre personas del
mismo sexo. La «actualización» de la definición de
matrimonio en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE no es razón para
alterar el Evangelio.
LA TENTACIÓN DEL
PENSAMIENTO CORPORATIVO
Soy consciente de que la
Iglesia en Alemania está perdiendo constantemente sus fieles y el número de
sacerdotes disminuye año tras año. Por ello, busca formas de mantener a los
fieles con ella y de animar a los jóvenes a elegir el sacerdocio. Sin embargo,
al hacerlo, parece enfrentarse al riesgo del pensamiento corporativo: «no hay
suficientes empleados, así que bajemos los criterios de contratación».
De ahí que la exigencia de abolir la obligación del celibato sacerdotal se
incluyera en el texto «Compromiso con el celibato en el ministerio sacerdotal»,
que tuvo su primera lectura en la asamblea del «camino sinodal» de Fráncfort del Meno el 4
de febrero. La respuesta a la cuestión de la relación entre la exigencia del
celibato sacerdotal y el número de vocaciones ya la dio San Pablo VI: No se puede asentir fácilmente a la idea de que con la
abolición del celibato eclesiástico, crecerían por el mero hecho, y de modo
considerable, las vocaciones sagradas: la experiencia contemporánea de la
Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus
ministros, parece testificar lo contrario» (Sacerdotalis celibatus,
49).
Las causas de la crisis son
otras. Los clérigos nos hemos convertido a menudo en poco más que expertos en
políticas sociales, migratorias y medioambientales, lo que ciertamente no
requiere una vida de celibato. Sin embargo, Cristo -como señala el Papa
Francisco- no necesita clérigos obsesivamente preocupados por su tiempo libre y
que «necesitan imperiosamente preservar sus
espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno
peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la
misión» (Evangelii gaudium, 81). Los fieles merecen sacerdotes
que se pongan plenamente a disposición de Cristo. Cristo llama a los discípulos
«a estar
con él» (Mc 3,14). Lo que atrae a la gente a la Iglesia y al
sacerdocio no es otra oferta de vida fácil, sino el ejemplo de una vida
totalmente consagrada a Dios.
En este contexto, el «camino sinodal»
alemán retomó también la cuestión de la ordenación de las mujeres al
votar el texto «Las mujeres en los ministerios y oficios de la Iglesia»
en Frankfurt am Main el 4 de febrero. San Juan Pablo II zanjó
definitivamente esta cuestión. «con el fin de
alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma
constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en
la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo
alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que
este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la
Iglesia» (Juan Pablo II, Ordinatio Sacerdotalis, 4)
Esto ha sido recordado
repetidamente por el Papa Francisco: «en referencia a la ordenación de las mujeres, la Iglesia
se ha pronunciado y ha dicho: «No». Lo ha dicho Juan Pablo II, pero con una
formulación definitiva. Ésa está cerrada, esa puerta, pero sobre esto quiero
decirle algo. Ya lo he dicho, pero lo repito. La Virgen María era más
importante que los Apóstoles, los obispos, los diáconos y los sacerdotes» (Francisco,
Conferencia de prensa durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro a Roma,
28.07.2013).
En el mundo moderno, la
igualdad es a menudo mal entendida y equiparada con la uniformidad. Toda
diferencia es tratada como un signo de discriminación. Además, el sacerdocio es
a menudo malinterpretado como una fuente de dominación y una carrera
eclesiástica en lugar de un servicio humilde. Juan Pablo II, en su enseñanza
sobre el sacramento del Orden reservado a los hombres, se refirió a la propia
voluntad de Cristo y de la Tradición, al tiempo que señalaba la «complementariedad
de los sexos». Las mujeres tuvieron un papel muy importante en la
vida de Jesús; junto a Santiago y Juan, tenemos a
María y Marta. Ellas fueron las primeras testigos de la Resurrección.
Por último, tenemos a la Santísima Virgen María, sin cuyo consentimiento no se
habría producido el misterio de la Encarnación y de quien Jesús aprendió a ser
humano. Aunque Cristo violó los cánones aceptados en la sociedad judía sobre la
relación entre hombres y mujeres, como en su conversación con la samaritana, no
dejó la menor duda de que el sacerdocio era una vocación exclusivamente
masculina (cf. Mulieris dignitatem, 26; Ordinatio Sacerdotalis,
2). Sin embargo, esto no ha impedido que las mujeres desempeñen en la Iglesia
funciones tan importantes, y a veces quizá más, que las de los hombres. La
lista de mujeres santas que han influido significativamente en el destino de la
Iglesia es larga. Incluye a Santa Hildegarda de Bingen, Santa Catalina de
Siena, Santa Eduviges Reina de Polonia, Santa Teresa de Ávila y Santa Faustina.
Además, en uno de los cuatro
foros del «camino
sinodal» se votó un documento de trabajo titulado «Vivir en
relaciones exitosas», que respalda la práctica errónea y
escandalosa de bendecir las relaciones entre personas del mismo sexo e intenta
cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre el pecado de los actos homosexuales.
El Catecismo
distingue claramente entre las inclinaciones homosexuales y los actos del mismo
sexo. Enseña el respeto a todo ser humano independientemente de su inclinación,
pero condena inequívocamente los actos del mismo sexo como actos contra natura
(cf. Rom 1,24-27; 1 Cor 6,9-10).
A pesar del clamor, del
ostracismo y de la impopularidad, la Iglesia católica -fiel a la verdad del
Evangelio y al mismo tiempo motivada por el amor a todo ser humano- no puede
callar y consentir esta falsa visión del hombre, y mucho menos bendecirla o
promoverla.
La inadmisibilidad de bendecir
a las parejas del mismo sexo fue reiterada por la Congregación para la Doctrina
de la Fe en una carta fechada el 22 de febrero de 2021: «En consecuencia, para ser coherentes con la naturaleza de los
sacramentales, cuando se invoca una bendición sobre algunas relaciones humanas
se necesita –más allá de la recta intención de aquellos que participan– que
aquello que se bendice esté objetiva y positivamente ordenado a recibir y
expresar la gracia, en función de los designios de Dios inscritos en la
Creación y revelados plenamente por Cristo Señor. Por tanto, son compatibles
con la esencia de la bendición impartida por la Iglesia solo aquellas
realidades que están de por sí ordenadas a servir a estos designios. Por este
motivo, no es lícito impartir una bendición a relaciones, o a parejas incluso
estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera
de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abierta, por sí misma, a la
transmisión de la vida), como es el caso de las uniones entre personas del
mismo sexo» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Responsum a un dubium
sobre las bendiciones de las uniones de personas del mismo sexo).
LA TENTACIÓN DE
SUCUMBIR A LA PRESIÓN
La crisis de la Iglesia en
Europa es hoy, ante todo, una crisis de fe. Para hablar de Dios, primero hay
que hablar con Dios, que vive en lo más profundo de nuestro corazón, donde
saboreamos la verdad (R. Sarah, Służyć prawdzie [Servir a la verdad],
Editorial de las Hermanas de Loreto, Varsovia 2021, p. 148). La crisis de fe es
una de las razones por las que la Iglesia experimenta dificultades a la hora de
proclamar una doctrina teológica y moral clara.
La autoridad del Papa y de los
obispos es más necesaria cuando la Iglesia atraviesa un momento difícil y
cuando se ve presionada a apartarse de las enseñanzas de Jesús. Cuando vive
dramas como los que vivieron los cristianos de Galacia. Es necesario proclamar
con fuerza: «no
hay otro, sino que hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el
Evangelio del Cristo» (Gal 1,7)
Pablo VI, presionado por su
posición sobre la anticoncepción expresada en la encíclica Humanae vitae,
escribió: «¿Hay
que rebajar la ley moral al nivel de lo que la gente hace habitualmente, y
reducir así la moral al nivel de la moral (que, por cierto, mañana puede ser
aún peor que hoy, y a dónde llegaremos entonces)? O, por el contrario, ¿es
necesario mantener un ideal de alto nivel, aunque sea difícil de alcanzar,
aunque la persona común se sienta incapaz de alcanzarlo, o culpable? Creo que,
junto con todos los sabios, héroes y santos, diría: todos los verdaderos amigos
de la naturaleza humana y de la verdadera felicidad humana (creyentes y no
creyentes), aunque protesten y se resistan, agradecerán en su corazón a la
autoridad que tenga la suficiente luz, fuerza y confianza para no rebajar el
ideal. Nunca los profetas de Israel ni los apóstoles de la Iglesia aceptaron
rebajar el ideal, nunca suavizaron el concepto de perfección, nunca intentaron
reducir la distancia entre el ideal y la naturaleza. Nunca estrecharon el
concepto de pecado, al contrario» (Pablo VI, en: J. Guitton, Dialogi
z Pawłem VI [Diálogos con Pablo VI], Poznań 1969, p. 296).
En una línea similar, el Papa
Francisco escribió: «Dado que la fe es una sola, debe ser confesada en toda su
pureza e integridad. Precisamente porque todos los artículos de la fe forman
una unidad, negar uno de ellos, aunque sea de los que parecen menos
importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época puede encontrar algunos
puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante
vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe (cf. 1 Tm 6,20), para
que se insista oportunamente en todos los aspectos de la confesión de fe. En
efecto, puesto que la unidad de la fe es la unidad de la Iglesia, quitar algo a
la fe es quitar algo a la verdad de la comunión» (Lumen fidei, 48).
QUERIDO HERMANO EN
EL EPISCOPADO,
Nuestra actitud ante el mundo
no puede ser, en principio, negativa, pues Cristo no vino a condenar al mundo,
sino a salvarlo (cf. Jn 12,47). Dios no quiere que el pecador muera, sino que
se arrepienta y viva (cf. Ez 33,11). Tenemos la tarea de encontrar formas
eficaces de llamar a la gente a la conversión. En esto consiste también la
misericordia de Dios. Jesús, al ver a la multitud, se compadeció de ella, «porque eran como
ovejas sin pastor; y les comenzó a enseñar muchas cosas» (Mc
6,34). Esta frase no significa que en aquel tiempo no hubiera pastores en
Israel, a cuyo cuidado estaba confiado el rebaño de Dios. Sin embargo, existía
un grave riesgo de que, si los dirigentes fallaban, el pueblo de Dios, es
decir, perteneciente a Dios, se dispersara y muchas ovejas se perdieran o
fueran presa de las fieras depredadoras.
Sé -hemos hablado de ello
durante nuestros encuentros, incluso recientemente en Poznan- que se preocupa
profundamente por la suerte del rebaño que se les ha confiado, y que desea que
ninguna de las ovejas se extravíe; que cada uno de los fieles que se les ha
confiado pueda alcanzar la bendita vida eterna con Cristo. Por tanto, permítame
concluir con las palabras, citadas al principio de la Carta de San Pablo a los
Efesios: «Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos
en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios,
para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no
tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda
la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la
verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el
apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que
podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la
salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en
todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con
toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al
abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio
del evangelio,por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de
él, como debo hablar» (Ef 6,10-20).
Con expresiones de profundo respeto y saludos
fraternales en Cristo,
+ Stanisław
Gądecki
Arzobispo Metropolitano de Poznan
Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca
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