Intenté trabar amistad con algunas niñas de mi edad, sobre todo con dos de ellas. Yo las quería, y también ellas me querían a mí en la medida en que podían.
Pero, ¡¡¡ay, qué raquítico y voluble es el corazón de las
criaturas...!!!
Pronto
comprobé que mi amor no era correspondido. Una de mis amigas tuvo que irse a su
casa, y regresó pocos meses después.
Durante
su ausencia, yo la había recordado y había guardado cuidadosamente una pequeña
sortija que me había regalado. Al ver de nuevo a mi compañera, me alegré mucho,
pero, ¡ay!, sólo logré de ella una mirada
indiferente... Mi amor no era comprendido. Lo sentí mucho, y no quise mendigar
un cariño que me negaban.
Pero Dios
me ha dado un corazón tan fiel, que cuando ama a alguien limpiamente, lo ama
para siempre; por eso, seguí rezando por mi compañera y aún la sigo
queriendo...
Al ver
que Celina se había encariñado de una de nuestras profesoras, yo quise
imitarla; pero como no sabía ganarme la simpatía de las criaturas, no pude
conseguirlo.
¡Feliz
ignorancia, que me ha librado de tantos males...! ¡Cómo le agradezco a Jesús
que no me haya hecho encontrar más que amargura en las amistades de la tierra!
Con un
corazón como el mío, me habría dejado atrapar y cortar las alas, y entonces ¿cómo hubiera podido volar y hallar reposo? ¿Cómo va a
poder unirse íntimamente a Dios un corazón que mendiga el afecto de las
criaturas?... Pienso que es imposible.
(Santa Teresa de Lisieux)
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