Después de Pentecostés, un cristiano no puede ser inmovilista por el mismo hecho de que no puede cruzarse de brazos un albañil tras la visita del aparejador.
Todos
los días hay que construir algo nuevo, porque todos los días son algo nuevo.
El
Espíritu es el encargado de inspirar y sostener nuestros esfuerzos, acomodándose
a las nuevas instancias cambiantes de los tiempos.
Al hombre no le corresponde marcar el paso, sino secundar el
paso marcado por Dios.
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