domingo, 28 de noviembre de 2021

UN AMIGO VINO A MI CASA A TOMAR CAFÉ, NOS SENTAMOS Y HABLAMOS DE LA VIDA

Después de un tiempo interrumpí la conversación y le dije: “Voy a lavar los platos, ya vuelvo”.

Él me miró como si le hubiera dicho que iba a construir una nave espacial.

Entonces me dijo con admiración y un poco perplejo: “Que bueno que tu ayudes a tu esposa, yo rara vez ayudo a la mía porque cuando lo hago ella nunca me lo agradece. La semana pasada lavé el suelo y ella ni me dijo gracias”.

Volví a sentarme con él y le expliqué que yo no “ayudo” a mi esposa. En realidad, mi esposa no necesita ayuda, necesita un socio, un compañero de equipo. Soy su socio en casa y debido a esta sociedad se dividen todas las funciones, que no se trata de una “ayuda” con las tareas domésticas.

Yo no “ayudo” a mi esposa a limpiar la casa, porque yo también vivo en ella y es necesario que yo también la limpie.

Yo no “ayudo” a mi esposa a cocinar, porque yo también quiero comer y es necesario que yo también cocine.

Yo no la “ayudo” a lavar los platos después de comer, porque yo también uso estos platos.

Yo no “ayudo” a mi esposa con los hijos, porque ellos también son míos y es mi deber ser padre.

No “ayudo” a mi esposa a lavar, extender, doblar y guardar la ropa, porque la ropa también es mía y de mis hijos.

No le doy una “ayuda” a la casa, soy parte de ella.

Después con respeto le pregunté a mi amigo ¿cuándo fue la última vez que, después de que su esposa terminó de limpiar la casa, lavar la ropa, cambiar las sábanas de la cama, bañar a sus hijos, cocinar, organizar, etc… y Él te dio las gracias?

Pero un verdadero agradecimiento, como: “Guau, nena !Eres fantástica!”

¿Todo esto parece absurdo? ¿Te parece raro? Cuando una vez en la vida limpiaste el suelo, esperabas al menos un premio a la excelencia con mucha gloria... ¿por qué? ¿Nunca has pensado en eso?

Tal vez, porque para ti, la cultura machista te enseñó que todo es tarea de la mujer.

Tal vez te enseñaron que todo esto se debe hacer sin que tengas que mover un dedo.

Así que alábala como te gustaría ser alabado, de la misma manera, con la misma intensidad. Dale la mano y compórtate como un verdadero compañero, y asume tu parte, no te comportes como un huésped que simplemente viene a comer, dormir, bañarse y satisfacer las necesidades sexuales... siéntate en casa, en Tu casa.

El cambio en nuestra sociedad comienza en nuestras casas, enseñándole a nuestros hijos el verdadero sentido del compañerismo.

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