1436. –¿En qué consiste el cuarto y último don de la sutileza que poseen los cuerpos resucitados?
–En el capítulo del cuarto y
último libro de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás se ocupa de la
existencia y naturaleza de la sutileza en la siguiente explicación: «El alma que disfruta de Dios se unirá perfectísimamente
a Él y participará de su bondad en grado sumo conforme a su propia medida».
Se puede pensar que del mismo
modo: «el cuerpo se sujetará perfectamente al alma,
participando de sus propiedades en cuanto es posible, en clarividencia de los
sentidos, ordenación del apetito corporal y en todo género de perfección
natural; pues tanto más perfecta es una cosa en la naturaleza cuanto su materia
se sujeta más perfectamente a la forma».
Queda confirmado en el texto
ya citado de San Pablo sobre las cualidades o dotes de los cuerpos gloriosos.
De ahí que termine el párrafo con la referencia a las palabras del Apóstol
sobre la sutileza. Escribe Santo Tomás: «Y por esto
dice San Pablo: «lo que es sembrado cuerpo animal, resucitará en cuerpo
espiritual» (1 Cor 15, 44)».
Según esta explicación, la
sutileza es una cualidad del cuerpo resucitado de los bienaventurados por la
que se sujeta totalmente a su alma espiritual, y participa así de su
perfección. El origen, por tanto de esta perfección, que le permite dominar al
cuerpo en sus acciones y apetitos, tiene su origen en el alma glorificada, de
la que participa de su espiritualidad y así el cuerpo de algún modo es
espiritual.
Precisa seguidamente Santo
Tomás: «El cuerpo del resucitado será ciertamente
espiritual, no porque sea espíritu, como mal entendieron algunos, ya se tome
por espíritu la substancia espiritual o bien el aire o el viento, sino porque
estará totalmente sujeto al espíritu». De manera parecida: «ahora decimos cuerpo animal, no porque sea alma, sino
porque está sujeto a las pasiones animales y necesita alimentos» [1].
El cuerpo en la vida terrenal
no se sujeta completamente al alma. Le ofrece resistencia para que esta pueda
realizar sus exigencias espirituales. Es como un peso que le impide elevarse y
actuar libremente. En cambio, el cuerpo resucitado por el don de la sutileza el
cuerpo perderá su pesadez y será apto para seguir a su espíritu. Por ello, como
se indica en el Catecismo romano: «por la sutileza el cuerpo estará totalmente al imperio
del alma, y le servirá y estará pronto a su arbitrio» [2].
1437. –¿Por qué a esa perfección del cuerpo de los
bienaventurados de seguir totalmente a la propia alma, se le llama «sutileza»?
–Explica Santo Tomás, en la Suma
teológica, que el término sutileza tiene tres sentidos. En primer lugar: «la palabra «sutileza» está tomada del poder de penetrar;
por eso se dice que sutil es «lo que llena a las partes y las partes de las
partes» (La generación II, c. 5).
Precisa seguidamente que un
cuerpo es «sutil» o «penetrante»
por dos razones. Una: «por su poca cantidad,
principalmente en profundidad y anchura, pero no en longitud, porque la
penetración se hace hacía dentro, y por eso la longitud no la impide».
Por eso se llaman «sutiles» a las cosas
delgadas o muy finas. Como, por ejemplo, se dice un hilo sutil. Otra: «por qué tiene poca materia». Así se denominan «sutiles» a las cosas que no son pesadas o duras
sino tenues. Como, por ejemplo, se dice de la niebla que es sutil.
Un segundo sentido de sutileza
se explica, porque: «como en los cuerpos tenues la forma predomina más sobre la
materia, de ahí que el concepto de sutileza se aplique a aquellos cuerpos que
de mejor manera están sujetos a la forma y son perfeccionados por ella completísimamente».
Así se llaman «sutiles» a los cuerpos por su
sujeción perfecta a su forma. «Así decimos que en
el sol, la luna y otros cuerpos parecidos hay «sutileza; como puede decirse
también que el oro u otra cosa parecida, es «sutil» cuando es perfectísimo en
su ser y el poder de su especie».
Un tercer sentido se explica,
porque: «como las cosas incorpóreas carecen de
cantidad y de materia se les aplica el concepto de «sutileza» no sólo por razón
de su substancia, sino también por razón de su poder. Pues así como decimos que
lo «sutil» es penetrante, porque llega a lo íntimo de las cosas, del mismo modo
llámase entendimiento «sutil» aquel que alcanza a ver los principios
intrínsecos y las propiedades naturales latentes en una cosa; como se dice
también que uno tiene mirada sutil porque alcanza a ver lo más pequeño. Y esto
es aplicable a los demás sentidos».
Hay otro sentido de sutileza
relacionado con estos de perfección, que se aplica a los cuerpos gloriosos.
Según este cuarto sentido: «hay que atribuir a los
cuerpos gloriosos otra clase de sutileza de modo que se llamen sutiles por la
completísima perfección de su cuerpo».
Esta perfección: «por la cual los cuerpos humanos se llaman sutiles,
provendrá del dominio del alma glorificada, que es forma del cuerpo, sobre el
mismo, en virtud de la cual, el cuerpo glorioso se llama espiritual, como
enteramente sujeto al espíritu». Como ya se ha dicho, en este sentido el
cuerpo se le llama espiritual.
Explica Santo Tomás que: «la primera sujeción con la cual el cuerpo se sujeta al
alma, es para participar en el ser específico, en cuanto se sujeta a ella como
la materia a la forma; y después se le sujeta para las otras obras del alma, en
cuanto el alma es motor». El alma por ser forma del cuerpo le comunica
su ser, pero al unirse al mismo lo hace como su motor. El cuerpo, por tanto,
está sujeto al alma en estas dos acciones del alma, entitativa y motora.
Se puede así concluir que: «la primera razón de la espiritualidad en el cuerpo
glorioso proviene de la sutileza y después de la agilidad y otras propiedades
del mismo cuerpo glorioso» [3].
La sutileza del cuerpo glorioso designa su sometimiento total al alma, en
cuanto que es forma del cuerpo y le confiere su ser. La agilidad, como se ha
dicho, expresaría el sometimiento del cuerpo al alma en cuanto es su motor. La
sutileza, por tanto, es el fundamento de todas las otras cualidades o dones.
1438 –¿Por la sutileza, el cuerpo de los bienaventurados
puede penetrar todos los cuerpos y, por tanto, traspasarlos?
–A diferencia de otros muchos
teólogos, Santo Tomás sostiene que los cuerpos gloriosos, en virtud de la
sutileza, no pueden estar simultáneamente en un mismo lugar y, por ello, no
pueden atravesarlos. Estos teólogos consideran que el mismo nombre de sutileza
implica la idea de penetración y en esta propiedad consiste principalmente la
sutileza, la de atravesar paredes o cualquier obstáculo corporal. Argumentan,
por ejemplo, que: «el cuerpo de Cristo pudo estar
simultáneamente con otro cuerpo en un mismo lugar; pues, como atestigua San
Juan, después de la resurrección entró donde estaban los discípulos hallándose
las «puertas cerradas» (Jn 20, 19 y 20, 26). Por tanto, en virtud de la
sutileza, los cuerpos gloriosos podrán estar simultáneamente en un mismo lugar
con otros cuerpos no gloriosos» [4].
Replica Santo Tomás que: «El cuerpo de Cristo no gozó, por la dote de la sutileza,
poder estar a la vez con otro cuerpo, en el mismo lugar; sucedió esto después
de la resurrección, por poder divino, como en su nacimiento. Por eso, San
Gregorio, dice en una de sus Homilías: «aquel mismo cuerpo, que, al
nacer, salió del seno cerrado de la Virgen, entró donde estaban los discípulos
hallándose cerradas las puertas» (Cuarenta Hom. Evang, hom. 26, n. 1).
Luego no es menester que, por razón de la sutileza, eso convenga a los cuerpos
gloriosos» [5].
Si Cristo al nacer, sin el don
de la sutileza, atravesó el seno virginal de la Santísima Virgen, lo mismo hizo
después de la resurrección, no por causa de este don que poseía. El nacimiento
de Cristo fue sobrenatural, milagroso. De manera parecida que la luz atraviesa
un cristal sin romperlo ni inmutarlo, así el cuerpo de Cristo nació. Igualmente
el atravesar paredes o puertas fue milagroso. San Gregorio en el lugar citado
por Santo Tomás, pregunta: «Qué tiene, pues, de
extraño el que después de la resurrección, ya eternamente triunfante, entrara
estando cerradas las puertas el que, viniendo para morir, salió a luz sin abrir
el seno de la Virgen?» [6].
1439. –¿Cómo argumenta el Aquinate la negación de la
competencia por el don de la sutileza de penetrar y, por tanto, de estar en
otros cuerpos?
–Para probar que el cuerpo
glorioso, aun con la cualidad de la sutileza, no puede de manera natural ocupar
el lugar de otro cuerpo, sino únicamente de manera milagrosa, declara Santo
Tomás que: «No es posible afirmar que un cuerpo
glorioso pueda estar, en virtud de su sutileza, con otro cuerpo en un mismo
lugar, a no ser que dicha sutileza le quitase lo que ahora le impide estar
simultáneamente con otro en un mismo lugar».
No obstante, nota que: «dicen algunos que en el estado actual se lo impide la
corpulencia, con la cual llena el lugar; pero con la dote de sutileza dicha
corpulencia le sería quitada» y, por tanto, no ocuparía un lugar y
podría así estar a la vez en otros lugares, que es lo que ocurriría cuando
atravesara obstáculos. «Sin embargo tal opinión es
falsa por dos motivos».
El primero: «porque la corpulencia, que suprimiría la dote de la
sutileza, sería entonces una propiedad defectuosa, como, por ejemplo, algún
desorden de la materia no conforme con las substancias de su forma». Sin
embargo, como se ha dicho: «todo lo que pertenece a
la integridad del cuerpo, tanto por parte de la materia como por parte de la
forma, resucitará con él».
Este el caso de la corpulencia
porque: «que el cuerpo llene un lugar es una
propiedad que proviene de la integridad de su naturaleza y no de un defecto de
la misma; y como lleno se opone a vacío solamente, no llenará el lugar aquello
que, puesto en él, aún queda lugar vacío. Y la definición de vacío es «el lugar
que no está ocupado por un cuerpo sensible» (Aristóteles, Física,
IV, c. 6, n. 29). Y un cuerpo se dice que es
sensible por la materia, la forma y los accidentes naturales, cosas todas que
pertenecen a la integridad de su naturaleza».
Por tanto, por una parte, el
cuerpo sensible llena completamente su lugar. Por otra, como: «también el cuerpo glorioso será sensible incluso en
cuanto al tacto, como lo fue el del Señor, y que no carecerá de materia, de
forma, de accidentes naturales, como calor frío, etc.; el cuerpo glorioso
llenará el lugar a pesar de la dote de la sutileza. Parece, por tanto, una locura,
afirmar que el lugar que ocupará el cuerpo glorioso estará vacío».
1440. –¿Cuál es el segundo motivo por el que se
afirma falsamente que la sutileza confiere a los cuerpos gloriosos la
penetrabilidad en otros cuerpos?
–Sostiene Santo Tomás que: «la
segunda razón que se da no vale, porque impedir la coexistencia con otro cuerpo
en un mismo lugar es más que ocuparlo». Si, tal como consideran: «hay dimensiones separadas sin materia, no ocupan ellas
el lugar. De aquí que algunos que defienden el vacío han afirmado que éste es
el lugar en que están dichas dimensiones sin cuerpo sensible alguno».
Sin embargo, estas
dimensiones: «con todo, no pueden estar, junto con
otro cuerpo, en el mismo lugar, como demuestra Aristóteles en la Metafísica
(II, c. 2), donde dice que es incongruente que el cuerpo matemático, que no es
otra cosa que las dimensiones separadas, esté a la vez con otro cuerpo natural
sensible. Por consiguiente, concedido que la sutileza del cuerpo glorioso le
quitara ocupar el lugar, no se sigue, a pesar de esto, que pudiera coexistir
con otro cuerpo en el mismo lugar», con sus dimensiones.
Por consiguiente: «lo que impide que nuestro cuerpo ahora esté juntamente
con otro cuerpo en el mismo lugar, en modo alguno podrá ser quitado por la dote
de la sutileza. Pues nada puede estorbar que un cuerpo esté al mismo tiempo
situado con otro en un mismo lugar, sino la exigencia de diversidad de sitios,
ya que la causa de la diversidad es el estorbo de la identidad».
Debe tenerse en cuenta que: «esta distinción de sitios no es requerida por una
cualidad del cuerpo, puesto que no se debe al cuerpo sitio alguno por razón de
su cualidad; y así, aunque pierda el cuerpo sensible su calor o su frialdad, su
levedad o gravedad, con todo, permanece en él la necesidad de dicha distinción,
como está claro en Aristóteles (Física, IV, c. 1, n. 8) y también es de
suyo palmario».
Por una parte: «la materia no puede ofrecer la necesidad de la referida
distinción, porque le viene tener sitio mediante la cantidad dimensiva. Lo
mismo acontece a la forma por la materia que tiene ya su sitio. Sólo resta sea
causada que la necesidad de la distinción de dos cuerpos en un sitio por la
naturaleza de la cantidad dimensiva, a la que de suyo le compete tener sitio,
pues entra en su definición, ya que la cantidad dimensiva es aquella que tiene
sitio».
Por ello, en un cuerpo: «quitado todo lo demás que hay en la cosa, se encuentra
la necesidad de la distinción en la sola cantidad dimensiva». Así, por
ejemplo: «dada una línea separada, si son dos
líneas o dos partes de una misma, es menester que sean distintas por los
sitios; de otra suerte, una línea añadida a otra no la haría mayor o más
gruesa, lo que va contra el pensamiento común. Igual sucede con las superficies
y los cuerpos matemáticos».
Por consiguiente: «porque el sitio es exigido por la materia en cuanto
sustenta las dimensiones, de aquí que esa necesidad deriva a la materia
situada, de manera que, así como no es posible que haya dos líneas o dos partes
de una línea distintas sino por los sitios, es imposible también que se den dos
materias o dos partes de una materia sin distinción de sitios. Y, pues la
distinción de la materia es el principio de la distinción de los individuos,
por eso dice Boecio que: «en absoluto podemos pensar un lugar para dos cuerpos»
(La Trinidad, c. 1), ya que, al menos, la
distinción de los individuos pide variedad de accidentes».
Como: «la
sutileza no priva al cuerpo glorioso de la dimensión; por lo tanto, de ningún
modo se quita ella la referida necesidad de distinción de sitios con otro
cuerpo; y así el cuerpo glorioso no poseerá, por razón de su sutileza, poder
estar con otro cuerpo».
1441. –¿El cuerpo glorioso no podrá estar con otro
cuerpo de ningún modo?
–Según todo lo argumentado, el
cuerpo glorioso no podrá penetrar o estar en otro de una manera natural: «más podrá estar por obra del poder divino. Como tampoco
el cuerpo de Pedro tuvo por propiedad congénita que con su contacto sanasen los
enfermos, antes así sucedía por poder divino, para la edificación de la fe; del
mismo modo hará el poder divino que el cuerpo glorioso pueda estar al mismo
tiempo con otro para la perfección de la gloria» [7].
Milagro que estará a su disposición cuando lo desee.
Hay que advertir que el cuerpo
glorioso por ser cuerpo tendrá también el accidente de la cantidad, que, como
se ha dicho, realiza dos funciones, la distensiva, que es la de disponer en
partes, y la dimensiva o extensiva por la que se ocupa un lugar. La primera,
que impide la impenetrabilidad interna, por ser intrínseca al cuerpo, no puede
ser suprimida, sin que se destruya la misma cantidad y con ello el cuerpo. La
segunda, en cambio, extrínseca al cuerpo, ya que el lugar no pertenece a su
formalidad, impide la impenetrabilidad externa, que el cuerpo deje de ocupar un
lugar.
Si un cuerpo está en un lugar,
otro no puede estar en este mismo lugar. «La
necesidad de que dos cuerpos estén en dos lugares proviene de que la diversidad
de la materia exige distinción de sitios. Y por ello, cuando dos cuerpos se
juntan en uno, se destruye el ser distinto de cada cual y adquieren ambos a la
vez un ser distinto, como sucede en las combinaciones No puede ser, por lo
tanto, que dos cuerpos, permaneciendo dos, sean uno a la vez, si conservan los
dos el ser distinto que antes tenían, en cuanto que eran ambos seres indivisos
en sí y divididos de los demás».
Cada cuerpo tiene su materia y
forma, que constituyen su esencia, individualizada por la materia propia con su
accidente de la cantidad, y además un ser propio proporcionado a esta esencia
individualizada, a la que constituye y da la existencia. Por tanto, «ese ser distinto depende de los principios esenciales de
la cosa, como de causas próximas y de Dios, como de causa primera».
Además, como es innegable: «la causa primera puede conservar la cosa en su ser,
cesando las causas próximas». Así, por
ejemplo, el poder divino, y por él solo, puede suceder que el accidente esté
sin el sujeto, como en el sacramento del altar». Los accidentes del pan
y del vino después de la transubstanciación, existen y son reales pero no por
el ser de la substancia de pan y de vino, pues ya no están sustentados por su
substancia, ni por ninguna otra, sino por Dios, pero como causa eficiente, como
ya se ha explicado.
El milagro eucarístico es
comparable al milagro de la ocupación del mismo lugar por dos cuerpos, lo que
ocurre cuando uno atraviesa el otro, porque: «De la
misma manera, por el poder divino, y por el solo, puede ser que un cuerpo
permanezca siendo distinto de otro cuerpo, aunque su materia no sea distinta en
el lugar de la materia del otro cuerpo. Y así puede realizarse el milagro que
dos cuerpos estén en el mismo lugar» [8].
Se confirma también la
posibilidad de este milagro, porque: «La Santísima
Virgen dio a luz milagrosamente a su hijo. Pero en aquel parto fue menester que
estuvieran dos cuerpos en un mismo lugar, porque el cuerpo del Niño, al salir,
no violó su entereza virginal. Por tanto, puede ser por milagro que dos cuerpos
estén en el mismo lugar» [9].
1442. –¿La sutileza hace que los cuerpos gloriosos
sean impalpables?
–La respuesta de Santo Tomás
es que el cuerpo glorioso será palpable, o susceptible de ser tocado con las
manos, y tangible, que lo es a su vez del sentido del tacto.
Explica que: «Todo cuerpo que se palpable es tangible, pero no
viceversa. Pues todo cuerpo es tangible porque posee cualidades con las cuales
puede afectar el sentido del tacto; de ahí que el aire, el fuego y otros
semejantes sean cuerpos tangibles. Más palpable añade algo más: que oponga
resistencia al que lo toca; por donde, el aire, que no pone resistencia a quien
pase por él, sino que facilísimamente se divide, es ciertamente tangible, pero
no palpable. Por tanto: «un cuerpo es palpable por dos motivos: por sus
cualidades tangibles y por oponer resistencia al que lo toca, de suerte que no
lo atraviese».
El cuerpo glorioso es
tangible, porque: «tienen por naturaleza cualidades
con las que puede afectar al tacto. Mas, sin embargo, porque el cuerpo está
totalmente sometido al espíritu, en su potestad está afectar o no por ellas al
tacto».
Es igualmente palpable,
porque: «también le compete por naturaleza oponer
resistencia a cualquier otro cuerpo, con que se atraviese, hasta el punto de
punto de no poder estar al mismo tiempo con él en el mismo lugar». No
obstante: «puede suceder milagrosamente, por poder
divino, que pueda estar a su arbitrio, junto con otro cuerpo en el mismo lugar,
y así no pondrá resistencia al que lo atraviese».
Por consiguiente: «el cuerpo glorioso es palpable por naturaleza; más que
cuando quiera se ofrezca impalpable a otro cuerpo no glorioso, esto tienen por
virtud divina» [10].
No es sólo por su propia voluntad, como el ser tangible, porque la palpabilidad
implica resistencia y el dejar de ejercerla conlleva la penetrabilidad, y, con
ello, que dos cuerpos ocupen el mismo lugar, lo que únicamente puede ocurrir de
manera milagrosa.
Finaliza Santo Tomás esta
explicación con su confirmación con la siguiente cita de San Gregorio Magno: «Como dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que
podía verse, mostróles en seguida las manos y el costado; ofreció para que
palparan el cuerpo que había introducido estando cerradas las puertas (…) para
probar que después de la resurrección, su cuerpo era de la misma naturaleza,
pero tenía distinta gloria» [11].
De manera milagrosa, impidió la palpabilidad, y así atravesó las paredes, pero
a continuación no impidió por su voluntad la palpabilidad.
1443. –Si los cuerpos implican el lugar, como propiedad
o accidente real de los mismos, ¿puede decirse que los cuerpos glorificados
tienen un lugar?
–La respuesta
de Santo Tomás es que: «los cuerpos de los resucitados (…) ocupan un lugar en
el cielo, o mejor; «sobre todos los cielos, para
que estén juntamente con Cristo –en virtud del cual alcanzaron esta gloria-, de
quien dice San Pablo: «quien subió por encima de todos los cielos para llenarlo
todo» (Ef 4, 10)» [12].
Indica Santo Tomás que «al
decirse en este versículo citado «por encima de
todos los cielos» no ha de entenderse de
solos los cielos corporales, sino de toda criatura espiritual»; y «para llenarlo todo», no es con su presencia, sino «para
henchir de dones espirituales a todos los hombres; o de otra manera para dar
cumplimiento a todo lo que de Él estaba escrito» [13].
Podría: «argüirse contra esta promesa divina fundándose en la
natural posición de los elementos, como si fuera imposible que el cuerpo
humano, que es terreno y que por naturaleza ocupa el último lugar, sea elevado
por encima de los elementos ligeros».
No representa dificultad
alguna: «pues consta que, si el cuerpo
perfeccionado por el alma no sigue las inclinaciones de los elementos, débelo
al poder del alma. Porque es el alma misma quien con su poder conserva ahora el
cuerpo, mientras vivimos, para que no se deshaga por la contrariedad de sus
elementos; y también por virtud del alma, que mueve, se eleva el cuerpo tanto
más cuanto mayor poder tenga dicha virtud».
En la gloria: «es evidente que el alma, cuando se una a Dios por la
visión, tendrá perfecto su virtud. Por consiguiente, no debe parecer difícil si
entonces el cuerpo, por virtud del alma, no sólo se conserva inmune de toda
corrupción, sino que se eleva por encima de cualquier otro cuerpo».
Por último, advierte Santo
Tomás: «Ni tampoco ofrece imposibilidad alguna en
relación con la divina promesa que los cuerpos celestes no puedan partirse para
que se eleven sobre ellos los cuerpos gloriosos, porque esto se realiza por
poder divino, para los cuerpos gloriosos puedan estar juntamente con los otros
cuerpos, cuyo indicio anticipado fue el cuerpo de Cristo cuando «entró estando
las puertas cerradas» (Jn 20, 26), donde se encontraban los discípulos» [14].
Por todo lo dicho, puede
decirse que: «así como el alma humana será elevada
a la gloria de los espíritus celestes para que vea la esencia de Dios, como ya
se probó (III, c. 57), así también su cuerpo será elevado a las propiedades de
cuerpos celestes, en cuanto que será claro, impasible, móvil sin dificultad ni
trabajo e incomparablemente perfecto en su forma» [15].
Sí se explica que en el texto
de San Pablo, en el que se enumeran las cuatro cualidades de los cuerpos
resucitados [16],
se diga que: «los cuerpos de los resucitados son
«celestes», no en cuanto a su naturaleza, sino en cuanto a su gloria. Por eso,
cuando San Pablo dice que: «hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres» añade
que «diferente es la gloria de los celestes y diferente la de los terrestres» (v.
40)».
De manera que: «así como la gloria a la que es elevada el alma humana
excede la capacidad natural de los espíritus celestes, como ya demostró (III,
c. 53), igualmente la gloria de los cuerpos de los resucitados excede la
natural perfección de los cuerpos celestes, para que la claridad sea mayor, las
impasibiidad más consistente, la agilidad más fácil y la dignidad de naturaleza
más perfecta» [17].
1444. –¿Qué otros efectos producirá la dote de la
sutileza?
–Como una conclusión de esta
doctrina, Antonio Royo Marín indica que uno de los efectos principales de la
sutileza será que: «El alma podrá gozar
libérrimamente de la bienaventuranza esencial o visión beatífica sin
experimentar por parte del cuerpo la menor dificultad o impedimento».
Nota seguidamente que: «En este mundo, por el contrario, el alma encuentra en la
pesadez del cuerpo grandes obstáculos para sus actividades puramente
espirituales. «El espíritu está siempre pronto, pero la carne es flaca» (Mt 26,
41) y se cansa y adormece en seguida, dificultando y entorpeciendo el vuelo del
espíritu. Nada de esto ocurrirá en el cielo. El cuerpo espiritualizado por la
sutileza, secundará perfectísimamente los menores movimientos de su alma,
estableciéndose una maravillosa sincronización entre ambos, procedente del
dominio absoluto del espíritu sobre la materia» [18].
Otro importante efecto, es que
los sentidos, por la cualidad de la sutileza, participaran de la gloria
celestial. Como indica el tomista Ludovico Fanfani: «A
los sentidos alcanzará la gloria del alma. La vista, por ejemplo, gozará y se
deleitará al ver la humanidad gloriosa de Jesucristo, de la Santísima Virgen,
de las otras almas bienaventuradas; el oído será recreado con armonías y cantos
suavísimos; y dígase otro tanto de los demás sentidos, en conformidad también
con las palabras de San Pablo: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la
mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Cor, 2, 9)» [19].
1445. –Se lee en San Pablo: «Hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del
varón perfecto, a un desarrollo orgánico proporcionado a la plenitud de Cristo» [20]
¿Todos los cuerpos resucitados lo harán como varones?
–En la Suma contra los gentiles, Santo Tomás, después
de exponer las cualidades de los cuerpos resucitados dedica un capítulo a esta
cuestión. Dice en el mismo que: «No se debe pensar
que en los cuerpos de los resucitados falte el sexo femenino, como algunos
creyeron. Porque, como por la resurrección hayan de ser reparados los defectos
de la naturaleza, no se quitará a los cuerpos de los resucitados nada de cuanto
pertenece a la perfección de la misma. Pero, así como los restantes miembros
del cuerpo pertenecen a la integridad del mismo, así también pertenecen los que
sirven para la generación, tanto en los varones como en las mujeres. Luego
resucitarán estos miembros en unos y en otras». Afirma, por tanto, que
es una perfección tanto el ser varón como ser mujer.
Podría replicarse que: «no se hará uso de estos miembros, como ya se demostró
(IV, c. 83)». Sin embargo, ello no representa una oposición, porque: «si por esta razón no estuvieran dichos miembros en los
resucitados, por la misma tampoco deberían estar en ellos cuantos miembros
sirven para la nutrición, porque después de resucitar tampoco se hará uso de
los mismas. De ser así, faltaría al cuerpo del resucitado la mayor parte de sus
miembros. Se darán, pues, todos estos miembros, aun cuando no se haga uso de
los mismos, para restablecer la integridad natural del cuerpo. De ahí que no
serán en vano».
Insiste todavía que: «igualmente la debilidad del sexo femenino tampoco se
opone a la perfección de los resucitados. Pues no es una debilidad ocasionada
por desvío de la naturaleza, sino intentada por ella misma. Incluso esta misma
distinción existente en la naturaleza humana demuestra su perfección y, a la
vez, la sabiduría divina, que todo lo dispone con orden».
1446. –¿Por qué en el versículo citado de San Pablo
se dice que con la unidad de la fe todos llegaremos a ser «varón perfecto»?.
–Creer que se resucitará con
sexo masculino: «tampoco obliga a ello la frase San Pablo que dice: «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto, a un desarrollo
orgánico proporcionado a la plenitud de Cristo» (Ef 4, 16); pues esto no
se ha dicho porque cada uno en aquel encuentro, en que los resucitados irán «al encuentro del Señor en los aires» (1 Tes 4 16,
), haya de tener sexo masculino, sino para designar
la perfección y fortaleza de la Iglesia. Pues toda la Iglesia será como un
varón perfecto que corre al encuentro de Cristo según vemos por lo que dice
antes y por lo que sigue» [21].
En su comentario al primer
pasaje citado de San Pablo, también indica Santo Tomás que: «no ha de entenderse –como algunos lo entendieron–
en el sentido de que al resucitar se mudarán las
hembras en varones, porque ambos sexos permanecerán, bien que no para tener
relación entre sí, que ya no lo habrá más, según aquello; «después de la
resurrección, ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres tomarán maridos,
sino serán como los ángeles de Dios en los cielos» (Mt 22, 30); más para la perfección de la naturaleza y para gloria de
Dios, que tal naturaleza creo», con la división y distinción de sexos.
Da seguidamente otra
interpretación de la expresión, al concluir: «Dice
pues «varón perfecto» para indicar la
omnímoda perfección de aquel estado; y en este sentido la palabra varón se
emplea más propiamente para contraponerla a niño que para oponerla a mujer».
Advierte sobre el segundo
sentido de este texto paulino que, en lugar de entenderse en «cuanto a la perfección de los resucitados», puede
hacerse a lo «último de esta presente vida, en la
que concurrirán todos los fieles al redil de una fe y conocimiento de la verdad
(Jn 10, 16) y en la que también el cuerpo místico queda acabado y perfecto con
una perfección semejante a la del verdadero cuerpo de Cristo. Y conforme a esta
doctrina todo el cuerpo de la Iglesia se dice un cuerpo viril, según aquella
semejanza de que se vale San Pablo: «todo el tiempo que el heredero es niño, en
nada se diferencia del siervo» (Ga 4, 1)» [22].
Desde este sentido del último
momento final hacia la plenitud de Cristo, en el artículo que dedica a esta
cuestión en la Suma teológica argumenta Santo Tomás: «Así
como, considerada la naturaleza del individuo a diversos hombres les
corresponde diversa cantidad, así también, considerada la naturaleza
individual, a diversos hombres les corresponde diverso sexo. Y esta diversidad
compete también a la perfección de la especie, cuyos diversos grados se
completan por dicha diversidad de sexo o de cantidad. Por tanto, resucitando
los hombre con diversas estaturas, resucitarán con diversos sexos».
Observa seguidamente que: «aunque se dé tal diferencia de sexos, no habrá, sin
embargo conmoción al verse mutuamente, porque no existirá ya la concupiscencia
carnal que incita a las acciones torpes, que son causa de ella» [23].
Y precisa que: «Se dice que todos saldrán al
encuentro de Cristo «como varones perfectos» no en atención al sexo viril, sino
a la fortaleza de ánimo, que tendrán todos hombres y mujeres»
[24].
1447. –Según esta última argumentación no todos
resucitarán con la misma cantidad ni, por tanto estatura. Sin embargo, «el
hombre resucitará con su máxima perfección natural» [25].
De manera que: «El hombre resucitará sin ningún defecto de la naturaleza
humana, porque así como Dios creó la naturaleza humana sin defecto alguno, así
también la reparará» [26].
¿Por qué, entonces, no todos resucitarán con la misma estatura?
–Explica Santo Tomás que: «En la resurrección, la naturaleza humana será reparada
no sólo en cuanto a su identidad específica, sino también en cuanto a la
numérica. Por tanto, en la resurrección habrá de tenerse en cuenta lo que
atañía a la naturaleza de la especie y también a la del individuo. La
naturaleza de la especie tiene una determinada cantidad que no puede aumentar o
disminuir sin fallo, la cual tiene ciertos grados de extensión y no debe
entenderse como sujeta a una medida determinada».
La razón es porque: «cada individuo de la especie humana alcanza, dentro de
los términos de dicha extensión, el grado de cantidad que corresponde a su naturaleza
individual y a ella llega, terminado el crecimiento, si en la obra de la
naturaleza no hubo algún error que motivara el aumento disminución de dicha
cantidad. Y esa medida (…) no es igual en todos. Por lo tanto, no todos
resucitarán con la misma cantidad, sino que cada cual tendrá la que hubiera
tenido al terminar el crecimiento de no haber fallado la naturaleza. Y lo que
sobre o falte lo recortará o suplirá el poder de Dios» [27].
1448. –Si el hombre debe resucitar en «el estado más
perfecto de la naturaleza» [28]
¿todos resucitarán con la misma edad?
–En la resurrección, como se
ha dicho, Dios reparará todos los defectos del cuerpo humano, porque: «la naturaleza falla de dos maneras; una, porque todavía
no ha alcanzado su última perfección, y otra, porque se apartó de ella. Lo
primero se da en los niños y lo segundos, en los ancianos. Por tanto, la
naturaleza humana será reducida en ambos por la resurrección a su estado de
última perfección, que es la edad juvenil, en el cual termina el movimiento de
crecer y comienza el descenso» [29].
Por consiguiente, como se
indica en la Suma contra los gentiles: «es conveniente que todos resuciten en la edad de
Cristo, que es la edad juvenil, por el estado de perfección que tiene la
naturaleza en esta edad. Porque la edad pueril todavía no ha conseguido la
perfección natural mediante el crecimiento, y la edad senil ya se ha alejado de
ella por el desgaste» [30].
A esta tesis podría oponerse
la siguiente objeción: «Dios no substraerá nada de
cuanto pertenece a la perfección humana a los resucitados, principalmente a los
bienaventurados». El aumento de «la edad
pertenece a la perfección del hombre, pues la vejez es edad venerable» [31].
Parece que debería ser esta la edad de la resurrección.
A ello responde Santo Tomás: «La edad senil es venerable no por la condición del
cuerpo, que es defectuoso, sino por la sabiduría del alma, que se presume se da
en ella por el mucho tiempo transcurrido. Por lo tanto, en los elegidos
permanecerá la reverencia de la ancianidad, porque estarán llenos de la
sabiduría divina, más no permanecerán los achaques de ella»
[32].
En la edad juvenil es en la que deben resucitar todos.
Queda confirmado, porque: «Cristo resucitó en edad juvenil, que empieza cerca de
los treinta años, como dice San Agustín (La ciudad de Dios, XXII, c.
15). Luego los demás resucitarán en edad juvenil» [33].
1449. –¿Qué consecuencias prácticas se desprenden de
estas tesis?
–En el Catecismo del Concilio de Trento, al finalizar
la exposición del artículo de la resurrección de la carne, se dice que, para
que sepamos: «el fruto que podemos sacar del
conocimiento de tantos y tan grandes misterios, primeramente convendrá declarar
que debemos dar muchísimas gracias a Dios, que encubrió estas cosas a los
sabios y a los prudentes del siglo (Mt 11, 25) y las reveló a los pequeñuelos.
Porque ¿cuánto varones, ya distinguidos por su notoria prudencia, ya dotados de
ciencia extraordinaria, no han estado completamente ciegos, en esta verdad tan
cierta? Luego el habernos manifestado aquellos misterios a nosotros, a cuyo
conocimiento no podíamos aspirar, es motivo para que celebremos con perpetuas
alabanzas la suma bondad y la clemencia de Dios».
Un segundo fruto es que con la
exposición de estos misterios: «fácilmente
consolaremos así a los demás, como a nosotros mismos, en la muerte de las
personas unidas a nosotros por parentesco o amistad, pues de este género de
consolación consta que se valió el Apóstol escribiendo a los Tesalonicenses
acerca de los que mueren (Tes 4, 13)».
Un tercer fruto será que: «igualmente en todos los demás trabajos y desgracias,
será sumo alivio a nuestro dolor el recuerdo de la futura resurrección, como lo
vemos en el ejemplo del santo Job, quien sostenía su afligido y triste espíritu
con esta única esperanza, de que llegaría un día en el que, resucitando, había
de ver al Señor su Dios (Job 19, 26-27).
Por último, la reflexión de
tales misterios será muy eficaz para persuadir a toda persona el: «procurar con el mayor ahínco vivir justa y honradamente
y sin mancha alguna de pecado, porque, si considera que las grandes riquezas,
que seguirán a la resurrección, han sido destinadas para él, fácilmente se
inclinara al ejercicio de la virtud y de la piedad. Y, por el contrario,
ninguna cosa tendrá una mayor fuerza para reprimir los apetito del alma y
apartarle de los pecados que si advierte muchas veces de los males y tormentos,
con que han de ser castigados los réprobos, que en el último día resucitarán
para su condenación» [34].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los
gentiles, IV, c.86.
[2] Catecismo del concilio de Trento, I, c. 12,
13.
[3] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,
Supl., q. 83, a. 1, in c.
[4] Ibíd., Supl., q. 83, a. 2, ob. 1.
[5] Ibíd., Supl., q. 83, a. 2, ad 1.
[6] San Gregorio Magno, Cuarenta homilías sobre los
Evangelios, Hom.26, n. 1.
[7] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,
Supl., q. 83, a. 2, in c.
[8] Ibíd., Supl., q. 83, a. 3, in c.
[9] Ibíd., Supl., q. 83, a. 3, sed c. 1
[10] Ibíd.,
Supl., q. 83, a. 6, in c.
[11] San Gregorio
Magno, Cuarenta homilías sobre los Evangelios, Hom.26, n. 1.
[12] Santo Tomás de
Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 87.
[13] ÍDEM, Comentario
de la Epístola de San Pablo a los Efesios, c. IV, lec. 3.
[14] Santo Tomás de
AquiNo, Suma contra los gentiles, IV, c. 87.
[15] Ibíd., IV, c.
86.
[16] Cf. 1 Cor 15,
40-44.
[17] Santo Tomás de
AquiNo, Suma contra los gentiles, IV, c. 86.
[18] Antonio Royo
Marín, Teología de la salvación, Madrid, BAC, 1956, p. 534,
[19] Ludovico
Fanfani, O.P., Teología para seglares, Madrid, Ediciones Studium, 1959,
4 vols., vol. IV, p. 261.
[20] Ef 4, 13.
[21] Santo Tomás de
Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 88.
[22] ÍDEM, Comentario
a la Epístola de San Pablo a los Efesios, c. 4, lec. 4.
[23] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 81, a. 3, in c.
[24] Ibíd.,
Supl., q. 81, a. 3, ad 1,
[25] Ibíd.,
Supl., q. 81, a. 1, sed c. 2.
[26] Ibíd.,
Supl., q. 81, a. 1, in c.
[27] Ibíd.,
Supl., q. 81, a. 2, in c.
[28] Ibíd.,
Supl., q. 81, a. 1, sed c. 2
[29] Ibíd.,
Supl., q. 81, a. 1, in c.
[30] ÍDEM, Suma
contra los gentiles, IV, c. 88.
[31] ÍDEM, Suma
teológica, Supl., q. 81, a. 1, ob. 1
[32] Íbid.,
Supl., q. 81, a. 1, ad 1,
[33] Ibíd., Supl.,
q. 81, a. 1, sed c. 1
[34] Catecismo
romano del Concilio de Trento, I, c. 12, n. 14.
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