Por primera vez, un Pontífice celebró la Divina Liturgia Bizantina de San Juan Crisóstomo en Eslovaquia. El Papa Francisco, junto con el Arzobispo Metropolita de Presov, Mons. Ján Babjak, presidió la Liturgia ante unos 40 mil fieles en un altar provisional construido junto al centro deportivo municipal de Presov.
A lo largo de su Pontificado, el Papa celebró en tres ocasiones la Santa
Misa por un rito oriental. La primera fue durante su viaje apostólico a Rumanía
en junio de 2019, la segunda durante su visita a Irak el pasado mes de marzo,
en que celebró según el rito caldeo, y la tercera en la Misa celebrada hoy en
Eslovaquia.
Un avión trasladó al Papa Francisco desde la capital Bratislava hacia
Kosice, y de ahí un auto lo llevó hasta Presov, una localidad de 90 mil
habitantes situada en la zona oriental de Eslovaquia.
En Kosice, el Pontífice continuará su agenda programada para este martes
14, tercer día de su visita apostólica a Eslovaquia, y que incluye un encuentro
con la comunidad gitana y otro con los jóvenes.
Presov es la sede de la Iglesia Metropolitana Greco-Católica Sui Iuris
de Eslovaquia, por lo que la presencia del Pontífice aquí para celebrar la
liturgia de San Juan Crisóstomo está revestida de un gran simbolismo para el
pueblo eslovaco.
La liturgia de San Juan Crisóstomo es la más empleada en la Misas de
Eslovaquia. De hecho, es la liturgia habitual en las celebraciones diarias.
Se trata de una liturgia perteneciente al rito bizantino, propio de las
Iglesias católicas orientales, así como de las ortodoxas. Tiene su origen en la
antigua Antioquía. En el siglo IV San Juan Crisóstomo revisó la liturgia,
aunque fue en Constantinopla donde adquirió su forma definitiva.
Una de las particularidades de la Misa celebrada según el rito bizantino
es que la comunión se recibe tanto con el pan como con el vino. La forma de
distribuir la comunión es, por ello, muy distinta al rito latino. El sacerdote
traslada la comunión en un cáliz y, con una cucharilla, introduce el pan en la
boca de cada fiel.
Dada la actual situación de pandemia causada por el COVID 19, esa forma de comulgar planteaba un
problema, pues podría facilitar el contagio del coronavirus.
Para evitarlo, los organizadores de la visita papal han dispuesto 25 mil
cucharillas para que cada fiel reciba la comunión con una cucharilla distinta y
evitar así riesgos de contagios.
En su homilía el Papa reflexionó sobre la fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz, que la Iglesia celebra hoy y pidió no reducir la cruz “a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo
político, a un signo de importancia religiosa y social” y aseguró que “la cruz es como un libro que para conocerlo es necesario
abrir y leer”.
El Pontífice comentó, en concreto, el episodio evangélico en el que San
Juan se sitúa al pie de la Cruz. “Contempla a
Jesús, ya muerto, colgado del madero, y escribe: ‘El que lo vio da
testimonio’”. Es decir, “san Juan ve y da
testimonio”.
“Ante todo está el ver. Pero, ¿qué ha visto Juan al
pie de la cruz?”, se preguntó el Papa. “Ciertamente lo que han visto los demás: Jesús, inocente
y bueno, muere brutalmente entre dos malhechores”.
“Una de las tantas injusticias, uno de los tantos
sacrificios cruentos que no cambian la historia, la enésima demostración de que
el curso de los acontecimientos en el mundo no se modifica: a los buenos se los
quita del medio y los malvados vencen y prosperan. A los ojos del mundo la cruz
es un fracaso”.
El Papa advirtió que “también nosotros
corremos el riesgo de detenernos ante esta primera mirada, superficial, de no
aceptar la lógica de la cruz; de no aceptar que Dios nos salve dejando que se
desate sobre sí el mal del mundo”.
“No aceptar, sino sólo con palabras, al Dios débil
y crucificado, es soñar con un Dios fuerte y triunfante. Es una gran
tentación”.
En ese sentido, “cuántas veces aspiramos a
un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga
relevancia e importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin
cruz es mundano y se vuelve estéril”.
San Juan, en cambio, “vio en la cruz la obra
de Dios. Reconoció en Cristo crucificado la gloria de Dios. Vio que Él, a pesar
de las apariencias, no era un fracasado, sino que era Dios que voluntariamente
se ofrecía por todos los hombres”.
Cristo “hubiera podido conservar la vida,
hubiera podido mantenerse a distancia de nuestra historia más miserable y
cruda. En cambio, quiso entrar dentro, ahondar en ella. Por eso eligió el
camino más difícil: la cruz”.
El Papa recordó que “algunos santos
han enseñado que la cruz es como un libro que, para conocerlo, es necesario
abrir y leer. No basta adquirir
un libro, darle un vistazo y colocarlo en un lugar visible de la casa. Lo mismo
vale para la cruz: está pintada o esculpida en cada rincón de nuestras
iglesias”.
Señaló que “son incontables los crucifijos:
en el cuello, en casa, en el auto, en el bolsillo. Pero no sirve de nada si no
nos detenemos a mirar al Crucificado y no le abrimos el corazón, si no nos
dejamos sorprender por sus llagas abiertas por nosotros, si el corazón no se
llena de conmoción y no lloramos delante del Dios herido de amor por nosotros”.
“No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción,
mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y
social”, insistió el Santo Padre.
Tras contemplar al Crucificado, surge la necesidad de dar testimonio. “Pienso en los mártires, que testimoniaron el amor de
Cristo en tiempos muy difíciles de esta nación, cuando todo aconsejaba callar,
resguardarse, no profesar la fe”.
El Papa aseguró que “también en nuestro
tiempo, en el que no faltan ocasiones para dar testimonio. Aquí, gracias a
Dios, no hay quien persiga a los cristianos como en tantas otras partes del
mundo. Pero el testimonio puede ser socavado por la mundanidad o la
mediocridad”.
En cambio, “el testigo que tiene la cruz en
el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve
a todos como hermanos y hermanas por los que Jesús ha dado la vida”.
“El testigo de la cruz no recuerda los agravios del
pasado y no se lamenta del presente. El testigo de la cruz no usa los caminos
del engaño y del poder mundano, no quiere imponerse a sí mismo y a los suyos,
sino dar la propia vida por los demás. No busca los propios beneficios para
después mostrarse devoto, esta sería una religión del doblez, no el testimonio del
Dios crucificado”.
Más bien, “el testigo de la cruz persigue
una sola estrategia, la del Maestro, que es el amor humilde. No espera triunfos
aquí abajo, porque sabe que el amor de Cristo es fecundo en lo cotidiano y hace
nuevas todas las cosas desde dentro, como semilla caída en tierra, que muere y
da fruto”.
“Con Juan, en el Calvario, estaba la Santa Madre de
Dios. Nadie como ella vio abierto el libro de la cruz y lo testimonió por medio
del amor humilde. Por su intercesión, pidamos la gracia de convertir la mirada
del corazón al Crucificado. Entonces nuestra fe podrá florecer en plenitud,
entonces los frutos de nuestro testimonio madurarán”, concluyó su homilía el Papa Francisco.
POR MIGUEL PÉREZ
PICHEL | ACI Prensa
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