Testimonio de un matrimonio (México)
Por: Sr. L y Sra. R | Fuente: Libro: Secretos del
Amor
México, 18 de abril de 1997
Nos casamos hace 29 años, en el año del Señor de 1968. Un año de grandes
eventos mundiales y nacionales, con trágicos acontecimientos. Pero en medio de
esa turbulencia, Dios nos regaló un oasis de paz y felicidad.
Un oasis fácilmente de comprender: la dicha de
haber formado un hogar cristiano y el gozo del nacimiento de nuestros hijos.
El momento más difícil fue cuando… un día, descubrí la infidelidad en el
coche. Salíamos a cenar, mi esposo y yo, como de costumbre, todos los sábados.
Ese día iríamos a un lugar diferente, especial. Prometió llevarme a un
restaurante chino, muy lindo, tranquilo y elegante. Me dijo que él ya había
estado allí y que, conociéndome, me encantaría. No podía estar más contenta por
este gesto de atención.
Quedaban 10 minutos y estaríamos allí. De repente, una bicicleta salió de una
calle lateral y obligó a mi marido a esquivarla moviéndose al carril izquierdo
y regresar bruscamente al nuestro. Y en ese movimiento se le salió del traje
una tarjeta-invitación, de color rosado, que llegó a parar a mis pies. La tomé,
pero él intentó atraer mi atención en otra cosa. Le pregunté: “¿Qué es esto?”
“¡Oh!, nada, nada –me dijo- Mira ya
llegamos. Sólo quedan dos curvas. Dámelo”.
Era un sobre que estaba super-perfumado y abierto. Saqué la tarjeta. Él me
gritó: “¡No, no la leas!” Y antes de que me
la arrebatase, tan sólo pude leer: “…en el
restaurante chino, a las 10. Susi”…
Lo entendí todo. Él comenzó a hablarme exasperadamente, a decirme que le
perdonara, a prometerme que no volvería a ocurrir, a asegurarme que… Me quedé
sin palabras, con ganas no sé si de llorar o de gritarle o de dejarle. Yo sólo
oía sus palabras sin escuchar lo que me decía. En ese momento no me entraba
nada. Él seguía hablando y suplicando y llorando.
YO ESTABA FUERA DE MÍ.
Hasta no hacía más que repetirme: “Dame una
oportunidad más, sólo una oportunidad más, dame una oportunidad más…” En
ese momento, cerré los ojos, y pidiéndole ayuda a Dios, le dije: “Está bien, sólo una oportunidad más”.
Gracias a Dios lo superamos teniendo mucho diálogo, reflexionando sobre lo sucedido
y confiando mucho en Dios y el uno al otro. Gracias a Dios, repito, todo ha
quedado atrás.
No hemos dejado de pasar por otros momentos difíciles, pero nos ha mantenido
unidos el amor, la comprensión y el cariño de nuestros hijos. Nos une la Bendición
de Dios y la protección de la Virgen de Guadalupe.
Gracias a Dios, volvimos al oasis en que habíamos estado antes, pero ahora más
maduros, más humildes, más unidos. ¿Qué
mejoraríamos? Mejoraríamos que cuando exista algún problema, pues, que
haya mucha comunicación, mucho diálogo, para no hacernos daño. Evitaría hacer
algo que pudiera dañar a nuestra familia.
Queremos seguir viviendo guiados siempre por el camino de Dios. Deseamos vivir
en paz, tranquilos, sin resentimientos, con alegría y en unión de nuestros
hijos. Esperamos que también ellos puedan formar su propio hogar, lleno de
amor, de perdón, de sinceridad y de mucha fe.
REFLEXIÓN:
Ahora son más humildes. Ya lo creo. Después de haber pasado por momentos tan
duros, después de haber caído y de haberse levantado, después de haberse
aceptado y perdonado, ¡qué paz tan profunda la que
empapa a las almas humildes!
Esta esposa ha sabido aceptar, perdonar y elevar a su marido. Sabe que es un
hombre y no un ángel. Ha sabido confiar en él y confiar en Dios. Pues es Dios
quien construye sobre el cimiento de la miseria humana. Dios es el que levanta
y sostiene al hombre. A ese hombre que, está “hecho
de barro pero que también lleva un soplo de Dios; ese hombre capaz de llorar
como un niño pero que siente que su inocencia es culpable; ese hombre que
quizás todos los días levanta su mirada a Dios y que todos los días se esconde
buscando a las creaturas; ese hombre que siendo rey es incapaz de no ser
tirano; ese hombre débil, que sufre, incapaz de hacer el bien que quiere; ese
hombre temporal y pasajero cuya vida oscila entre el día y la noche; que un día
ama a Cristo y al siguiente lo vende; ese hombre pobre y soberbio cuya última
palabra ha de ser siempre pedir perdón”.
Ser humilde de corazón: es una lección dura que se
aprende sólo con dolor. ¡Pero qué hermosos los corazones humildes! Son
más humanos, más comprensivos y más alegres. No se irritan tan fácilmente. No
se escandalizan ante los fallos ajenos. No se desalientan ante las propias
caídas. Ellos repiten, como David, ese hermoso salmo: “Crea
en mí, oh Dios, un corazón puro” (Sal. 50, 12); y experimentan a diario
la profecía divina: “Os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne”
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