CUANDO NUESTRAS CERTEZAS PARECEN DESAPARECER, LO QUE CUENTA ES TENER MUY CLARO DE QUIÉN NOS HEMOS FIADO Y MANTENER ESA OPCIÓN DE VIDA.
Cuando cae uno de los
nuestros, nuestra fe se estremece.
A todos nos ha pasado que alguien
que fue inspiración y vehículo para la gracia de Dios en nuestra vida, acaba
dando un giro inesperado y deja los caminos
del Señor.
En los últimos tiempos, la caída parece una epidemia endémica de la iglesia, y con
demasiada frecuencia salen noticias del escándalo de tal o cual pastor,
sacerdote o cristiano que le estalla en las manos a sus superiores, seguidores,
correligionarios o hermanos.
Y no pasa solo con los "grandes" y los conocidos.
Dolorosamente, en la intrahistoria de nuestros amigos y hermanos, asistimos
también a familias rotas donde "la felicidad" de un
progenitor se pone por delante de la de su cónyuge y su progenie,
haciéndose este sordo al dolor y el trauma que genera una separación que es un
abandono en toda regla para quienes se quedan en el hogar familiar.
A lo largo de la vida, es ley ver
cómo algunos no llegan, otros se bajan del carro y otros toman las de Villadiego.
Es una realidad que no podemos negar, porque pasa todos los días y, por eso
mismo, debemos ser cuidadosos para no hacer juicios absolutos de
situaciones complejas y de la más compleja de las situaciones, la libertad del
hombre, la cual es todo un
misterio.
En la batalla, es normal que
compañeros caigan, sean heridos e incluso se retiren, desertando de sus votos y
su milicia, olvidándose del sacrosanto juramento fraternal de no dejar al hermano solo en la
contienda.
No es lo que esperamos,
ni plato de buen gusto, pero pasa.
Y ante estas circunstancias, solo
quedan dos opciones: rendirnos
desanimados o confirmar nuestra elección de seguir al Señor.
Ambas actitudes salen reflejadas
en el pasaje del sermón del pan de vida.
Ante lo exigente y desconcertante
de aquella doctrina de comer a Jesús para
tener la vida eterna, interpelados en lo más profundo a creer en un Cristo cuyo
mensaje era "escándalo para los judíos y
necedad para los gentiles" (1 Cor 1,23), la consecuencia fue el
abandono y así "desde entonces muchos de sus
discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él" (Jn 6,
66).
En cambio los apóstoles, cuando
Jesús les espeta aquel "¿también vosotros
queréis marcharos?", le responden por boca de Pedro:
"¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn
6, 67-68).
Está claro que hay una
elección de por medio.
A todos nos gustaría que la
elección fuera "de película" y
caminar en la clara visión de las cosas, la vida sería muy fácil, la vida sería
blanco o negro. Pero nos dice la palabra que "caminamos
en la fe, no en la clara visión" (2 Cor 5,7).
Y es que se trata de eso, de la
confianza en la que caminamos, de quién nos hemos fiado. Creo que lo que nos pierde a los humanos es precisamente la falta
de confianza a la hora de la elección. La caridad no se equivoca, porque nada juzga, todo lo excusa, no
lleva cuenta del mal (1 Cor 13) y así, elige una y otra vez como el padre que
acoge al hijo pródigo. Elige al otro por encima de lo que merece, elige por
encima de lo que entiende, elige por encima de lo que es aceptable.
A veces, cuando no vemos o no
entendemos, el único faro que nos queda es el de seguir
a aquel de quien nos hemos fiado.
Me temo que la vida consiste en eso, en rendir el entendimiento y apostar por
la confianza. Como en 2 Timoteo 1,12, la pregunta es: entonces, ¿en quién tenemos puesta nuestra fe?
Si la fe la tenemos puesta en
nosotros mismos, en el carisma de tal o cual santo de Dios, fundador o líder de
turno, o en la santidad de la iglesia, tengo una mala noticia: en algún momento
del camino nos vamos a sentir defraudados con toda seguridad.
Yo lo que más temo es a mí mismo,
pues el viejo hombre es muy traicionero. Tanto que con frecuencia se deja engañar
por aquel que como león rugiente ronda buscando a quien devorar (1 Pe 5,8).
Y no temo tanto al enemigo, como el perder el temor de
Dios, pues sé que el enemigo solo puede fastidiar en la medida en la
que le dejemos y al final el temor de Dios es la elección de fiarse de Dios por
encima de mí, y esa es responsabilidad exclusiva de mi libertad.
Es el temor a mi libertad mal
usada junto con el temor a acabar haciendo mi voluntad, que tan bien expresaba Santa Teresita de Lisieux, junto con el
remedio: «Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero
ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa:
conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues "yo escojo todo" lo que tú
quieres...!» (Historia de un Alma, Manuscrito A, 10r, 10v).
La verdad, lo más fácil es
echarle la culpa al diablo, o a la guerra, o a lo mal que están las cosas en la
Iglesia, o al desánimo que cunde en las filas de una institución
en claro declive como es la iglesia de la cristiandad en la que vivimos. Tal como está el patio, parece comprensible
echarle la culpa a tal hermano que lo dejó, al pastor que me escandalizó o al
grupo que no me entendió ni apreció mis carismas. Podemos echar la culpa al
yugo del matrimonio o al yugo del celibato. Y podemos llamar a eso "crisis de conciencia" y camuflarlo de
un deseo de buscar la verdad, cuando en el fondo -como Adán- no estamos haciendo más que señalar diciendo aquello de "ha sido ella" para escurrir el bulto de
nuestra libertad y justificar que hemos dejado de confiar.
Al final todo es una cuestión de
la medida de lo que hay dentro del corazón de toda persona. Juzgamos los
hechos, las personas, las situaciones, según la medida de nuestro corazón y de
nuestro miedo, y solo vemos lo que escogemos ver.
Al final, todo es una cuestión de fe.
¿Que caen mil a mi
izquierda y diez mil a mi derecha? Pues eso
me confirma que sin Dios no soy nada, y que fiarme de mí, lo justito. Y si no me fío de mí, ¿me voy a escandalizar del pecado de los que me
rodean? Para nada, lo doy
por supuesto y me glorío en Dios porque cuando soy débil soy fuerte, y no puede
haber mayor debilidad que la que tenemos los seres humanos.
Y solo hay un remedio,
solo hay un lugar a donde ir, solo hay una posibilidad.
Reconocer como el cura rural
de Bernanos que
"al final, todo es gracia" y yo no
soy el protagonista de mi historia. Elegir amar, elegir perseverar, elegir
confiar. Elegir morir antes que ganar, para así salvar la vida. Elegir la
libertad de sabernos radicalmente necesitados e impedidos de ir a ninguna parte
que no sea la vida eterna, guiados por las palabras del Maestro.
Cuando cae uno de los nuestros se
estremece nuestra fe. No es que se tambalee, no es que flaquee… es que se
conmueve y se ve espoleada en lo más profundo.
¿A DÓNDE
IREMOS SEÑOR, SI SOLO TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA?
Yo escojo… ¿y tú?
"Por tanto,
también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos,
despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia,
y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante" (Hebreos 12,1-2)
Por Tote Barrera
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