Hace ya un buen tiempo escribí un artículo sobre cómo santificar el estudio. Pero ¡el mundo no termina después del colegio o la universidad!
Cuando comenzamos a trabajar,
es bueno recordar que nuestra actividad diaria es nuestra ruta para hacernos
santos.
El
trabajo es santificable y santificador. Es escuela de virtudes
(paciencia, diligencia, honestidad, responsabilidad, etc.) y una oportunidad de
hacer un inmenso apostolado.
Ya sea con quienes nos rodean,
mediante la palabra o el ejemplo. O simplemente, porque por la comunión de los santos,
nuestros esfuerzos diarios «ganan» gracia
que tantos otros necesitan.
¿CÓMO PODEMOS SANTIFICAR EL TRABAJO?
Enrique Shaw, empresario
argentino en proceso de canonización, dijo:
«La vida activa
nos ofrece, si queremos, una magnífica oportunidad de vernos a nosotros mismos,
de sorprender nuestras cualidades y defectos.
Sin el trabajo
exterior resultaría muy difícil conocernos, ya que hay en cada uno de nosotros
mucho mal escondido y disimulado bajo un exterior aparentemente calmo.
La observación
de la manera de cumplir con nuestro trabajo puede ser un magnífico método de
examen de conciencia».
Pero hay algunas consideraciones
más que hay que tener en cuenta, para que en nuestro afán por hacer bien las
cosas no caigamos en un perfeccionismo desesperado (y desesperante).
Algunas reflexiones para no
quemarnos, pero también para recordar el porqué de nuestras luchas.
1. SANTIFICAR EL TRABAJO ≠ UNA LISTA DE ÉXITOS
Santificar el trabajo es
independiente de los resultados que alcancemos. Claro que procuramos hacer todo
de la mejor manera, pero como seres humanos, incluso poniendo nuestro 100%,
podemos fallar.
Puede ser que de nuestro 100%
de esfuerzo, un 30% no haya salido como esperábamos. O un 20% de
equivocaciones, porque aún intentando prestando atención nos despistamos o
porque falló nuestro criterio.
No
es tan importante el éxito, como la rectitud de intención. ¿Te has dado cuenta de que Dios no es buen
matemático? Está más
contento con un 10% de logros pero un 100% de esfuerzo, que un 100% de
resultados con un 0% de rectitud de intención.
Claro que, si ponemos los
medios que están a nuestro alcance, por consecuencia lógica evitaremos muchas “chapuzas” y lograremos entregar mejores
resultados.
2. RECTITUD DE INTENCIÓN («A LO HUMANO»)
¡No somos
ángeles! Nuestros buenos propósitos debemos reafirmarlos una y otra vez. Lo mismo
con la rectitud de intención.
Puede que empecemos un trabajo
con el corazón, la inteligencia y la voluntad «en
su lugar», pero a medida que avanzamos nos desviamos de nuestra meta
original. Y hay que rectificar.
Porque en el camino nos
cansamos, porque solo queremos terminar, porque hemos perdido la emoción o
porque ya no nos importa y queremos «cumplir».
Es en cada uno de estos
momentos —y en tantos otros que aparecen mientras trabajamos— cuando debemos
rectificar la intención.
¿Cómo se hace? Es simple. Vuelve a ofrecer a Dios eso que tienes entre manos. Cuéntale
que te has cansado, pero que le entregas ese cansancio.
Dile que te has aburrido, pero
que continuarás por Él. Háblale de que has perdido el entusiasmo, pero que
trabajarás como si la tuvieras, porque tu única ilusión será poder tener algo
que entregarle.
3. ORA ET LABORA
Así lo decía san Benito: «ora y trabaja». Lleva, de tanto en tanto, tu
trabajo a la oración y la oración a tu trabajo. No es sinónimo de traer la
computadora al templo y empezar a enviar correos, ni tampoco rezar mentalmente
el rosario mientras deberías estar atendiendo una reunión.
No. Es equivalente a que,
cuando te pongas a hacer oración, le cuentes al Señor tus preocupaciones. «Hay un trabajo que no sale como me gustaría, aunque me estoy
esforzando…».
«Me han llamado
la atención por esto, pero Tú sabes cuánto procuré», «ayúdame a poner buena cara cuando me toca atender a esta persona».
Él
quiere escucharte, como un enamorado oye con paciencia las penas y alegrías de
quien más ama.
Y luego, cuando te toque
comenzar a trabajar, ofrece esa actividad tuya haciendo un pequeño acto de
presencia de Dios. Puede ser una oración introductoria, una jaculatoria, la
señal de la cruz, una mirada a un Crucifijo —que te recomiendo tener a mano mientras
trabajas—.
Luego, al acabar, otra oración de acción de gracias. Y cada vez que cambias de tarea
o cuando te canses, puedes pensar una breve jaculatoria, un acto de fe y de
amor… y recomenzar de la mano de Dios.
«Cuando uno ama,
todo habla de amor, hasta nuestros trabajos que requieren nuestra total
atención pueden ser un testimonio de nuestro amor» (Santa María Margarita).
Nuestro
trabajo, hecho con pulcritud y esmero, ofrecido a Dios de comienzo a final, es
una ofrenda agradable a Él.
4. EL MEJOR «NEGOCIO»
Como te lo dije al comienzo,
Dios es perfecto, pero las matemáticas no son lo suyo, aparentemente. El buen
ladrón murmuró un «acuérdate de mí…» y Él le
regaló el cielo.
Un rosario nuestro puede
equivaler a la conversión de un pecador empedernido. Una oración
distraída se convierte en fuente inacabable de gracias.
Pero el «negocio» divino ¡qué
buen negocio es! ¡Cuánto «nos conviene» trabajar en él! Me refiero a
que, en términos humanos, en una tarea profesional, se nos mide por el
desempeño. Puedes cometer un error, y quedas fuera de la nómina.
Sin embargo, como ya lo dije,
Dios mira el corazón. Puede que pongas todo tu empeño en mejorar, y aún no lo
logres. Pero Él se alegra igual, porque lo más importante es ese esfuerzo que
haces.
RECOMENDACIONES PRÁCTICAS
— Reza a tu Ángel Custodio: dile que te muestre tus errores
antes de que los cometas y que te ayude a hacer un apostolado profesional
fructífero. Pídele que te dé un empujoncito cuando te cansas y necesitas
recomenzar cansado.
— Reza jaculatorias cuando puedas y cuando lo necesites. Te
ayudarán a reencauzar el corazón y ponerlo en tu trabajo.
— Haz pequeñas
mortificaciones, que te ayuden a rezar con los sentidos mientras trabajas. Por
ejemplo, un rato sin música, o una taza de café menos.
Quizás no
escribir o hablar a un colega sobre temas no relacionados, respetando también
la concentración ajena. Evitar las redes sociales y distracciones, etc.
—Habla con Dios
de tu trabajo, para que tu trabajo hable de Dios. Por tu esmero, tu pulcritud,
tu atención a los detalles… ¡una heroica y cristiana lucha!
— No
aparentes estar ocupado, ¡llena tu agenda de verdad! Aprovechar el
tiempo te ayudará un montón, profesional y espiritualmente.
— Trabaja sin
prisa, pero sin pausa. Y aprende a colocar los paréntesis necesarios para
descansar, cuando toca.
— No «vivir para
el viernes» desde el domingo por la noche. Haz que los lunes que cuestan y los
miércoles que cansan también cuenten, ¡porque cada día es un
don de Dios! Y un peldaño en tu camino al Cielo.
— Pon
intenciones junto a cada tarea. Así, aunque haya algo que no te ilusione hacer,
pondrás cariño porque lo harás por una persona que necesita que la
encomiendes.
— Hacer las
cosas con orden. Como decía san Josemaría: «Cuando tengas orden se multiplicará
tu tiempo, y por tanto, podrás dar más gloria a Dios, trabajando más en su
servicio».
«¿Y SI NO TENGO TRABAJO?»
Antes de terminar, quizás haya
personas —más aún en este tiempo— que se encuentran sin trabajo. «¿Qué significa?¿Qué no puedo ser santo? ¡Esto no es para
mí!», quizás piensen mientras leen este artículo.
Pero ¡sí
tienes un trabajo! Lo que puedes santificar y en lo que puedes
santificarte, en este momento es… ¡hacer lo que
puedas hacer! Buscar trabajo, perfeccionar tus habilidades y aptitudes,
estudiar y formarte en tu profesión.
O tal vez sea quedarte en casa,
pero no en un sofá empachándote con una maratón de series. Sino aprovechando el
tiempo para lavar la ropa, limpiar, quizás hacer arreglos que se postergaban.
Como dije al comienzo, a Dios no le importa tanto el trabajo que
realizamos, sino cómo nosotros nos hacemos santos en él y ayudamos a
otros —quienes nos rodean —a lograrlo también.
El trabajo es un medio, no un fin. El fin siempre es
Dios.
Escrito por María Belén Andrada
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