Las mentiras pueden durar cierto tiempo, incluso pueden causar mucho daño.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Deseamos la verdad sobre la madurez de unas
manzanas y sobre las vitaminas de unas verduras, sobre la eficacia de un
destornillador y sobre la duración eficaz de la batería del móvil.
Deseamos la verdad en tantos ámbitos, porque
cada verdad es luz para nuestra vida. Y porque el error y la mentira nos
impiden caminar hacia la conquista del bien.
El amor a la verdad es algo que nace de lo más
profundo del ser humano. Por ello leemos libros, escuchamos programas de radio
o de televisión, consultamos a médicos o a amigos bien informados.
Por desgracia, la verdad se hace difícil cuando
las prisas rodean nuestra sed de información, o cuando hay quienes censuran
todo lo que pueda ir contra sus intereses mezquinos, o cuando grupos de poder
apagan cualquier información “disidente”.
A pesar de las dificultades, nunca dejamos de
buscar la verdad. Incluso en ocasiones estamos dispuestos a arriesgarnos contra
las ideas dominantes con tal de abrir espacios a informaciones buenas.
En el pasado, como en el presente, ha habido y hay
presiones familiares, sociales, o políticas, que buscan ahogar la sed de verdad
de la gente, o que suprimen la sana libertad de expresión para imponer solo las
ideas de unos sobre otros.
No hay que tener miedo a esas presiones, sino
vencerlas con la unión con todos aquellos corazones que mantienen despierto su
amor a la verdad, y trabajan por comunicarla, aunque solo sea de boca a boca,
sobre todo cuando existen poderosos instrumentos de censura.
Las mentiras pueden durar cierto tiempo, incluso
pueden causar mucho daño. Al final, estamos seguros, triunfa la verdad, gracias
a la sangre de mártires del saber y a luchadores incansables que difunden todo
lo que sea verdadero, bueno y bello a quienes lo buscan sinceramente.
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