Pedir mucho a Dios por las mamás de todo el mundo, para que siga habiendo madres buenas, fieles, heroicas en su labor de educar al hombre.
Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
Se celebran muchas cosas y acontecimientos en el
mundo, pero el día de la madre es el que más se merece una celebración, porque
se celebra el amor más tierno, más desinteresado y más hermoso que pueda
existir sobre la tierra. Habría que celebrarlo con versos y canciones. Hasta
Dios quiso tener una madre, la Santísima Virgen. Quiso sentir las caricias y el
amor de una madre humana como tú.
A la hora de dirigirles una felicitación se me ocurre ponerme en el caso de un
niño que habla a su mamá. Hacerme también niño, porque resulta que un hijo, es
siempre un niño para su madre. Lo primero que un niño dice a su madre es un ¡gracias! muy grande y muy tierno.
¡Gracias! mamá, por
haberme traído a este mundo: tu
primer regalo para mi fue el regalo de la vida, te debo la vida. Pude no haber
nacido y ahora no correría a tu brazos a decirte que te quiero y no podrías
mirarte en mis ojos de angelito travieso. Pero dijiste sí.
¡Gracias! ¡mamá!, me quisiste mucho antes de nacer; cuántas veces soñaste conmigo. ¡Gracias! por haberme cuidado de pequeñito con tantos
sacrificios, desvelos, cansancios. No puedo saber cuánto has hecho por mi,
porque en esos años no me daba cuenta; te he costado mucho, mamá, eso lo sé.
Nunca te sabré agradecer lo suficiente, no podré hacerlo porque es demasiado lo
que te debo. Cuántas noches en vela junto a mi, cuando estaba enfermo.
¡Gracias! porque me has enseñado a conocer y a querer a Dios. Cuando
sea mayor quizá me vuelva un poco frío, quizá salga de hijo pródigo, pero
volveré, sí, volveré a ese Dios que tú me enseñaste amar.
Perdóname todas mis travesuras de niño y mis travesuras ya no tan inocentes de
mayor. En el fondo no iban con mala intención, no pretendía molestarte. Aunque
si te han hecho sufrir, yo sé que tú tienes siempre corazón para perdonarme y
para comprender mis debilidades.
Pero no tengo derecho a entristecerte. Perdóname si alguna vez has tenido que
llorar por mí y te he hecho enojar; no tenía derecho a hacerlo, perdóname. Te prometo desde hoy portarme
mejor, no puedo seguir haciéndote sufrir con mi mal comportamiento. Ayúdame a
cumplir este propósito.
Voy a pedir por ti tantas cosas. Hay que pedir mucho a Dios por las mamás de
todo el mundo, para que siga habiendo madres buenas, fieles, heroicas en su
labor de educar al hombre, porque los grandes hombres se forman en las rodillas
de su madre.
Pedir para que no tomen como dogma de fe, aquello de que la familia pequeña
vive mejor. En algunos ambientes algunas familias han reducido su fecundidad,
su amor y su generosidad a una criatura, a un hijo. No tienen amor más que para
un ser. La familia que vive mejor, no es la pequeña o la grande, sino la que
vive unida en el amor.
Pidamos por todas nuestras familias para que reine de verdad el amor y así
vivan mejor cada día. Ojalá que todas las madres se sientan orgullosas, felices
de su maternidad pues eso es lo más grande que han recibido. Que se sientan
felices con sus hijos, orgullosas de sus hijos, realizadas en su misión de
madres por encima de cualquier otra cosa en su vida. Otras tareas y oficios
pueden añadir algo a su persona, pero ninguna como la gloria y la alegría de
ser madre.
Tus hijos te perdonarán fácilmente no ser una
extraordinaria profesionista, si eres una estupenda mamá. El mundo está más
necesitado de mamás verdaderas que de profesionistas excelentes.
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