Perdonen mis lectores el medio exabrupto, pero es que la cosa no es para menos. Leo hace un rato en prensa digital algo tan previsible como que el PSOE defiende que “es el momento” de denunciar los acuerdos con la Santa Sede. Se cuenta con ello. Y no pasa nada, no debería pasar nada, por abrir una etapa de diálogo con la Iglesia y revisar y renovar los acuerdos existentes entre la Iglesia católica y el gobierno de España. Según la prensa esto se haría en diálogo con la Iglesia católica. Primer problema. Diálogo. Qué entenderán estos por diálogo.
Siendo servidor seminarista
novato, recuerdo las excelentes clases del P.
Luciano Rubio en el Monasterio
del Escorial. El primer día explicó el sistema: de lunes a jueves
explico, y el viernes, diálogo. Un compañero preguntó: ¿y en
qué consiste el diálogo? Muy sencillo, respondió el P.
Luciano: yo pregunto y ustedes responden. Mucho me temo que diálogo es que
nosotros en el PSOE y en el gobierno, perdón por la redundancia, decidimos y ustedes, Iglesia, escuchan y, según sus costumbres, responden “amén”. No me hagan mucho caso, ya saben que uno es un
tanto mal pensado.
Lo de no echar gota ha sido la
reacción de uno al leer cosas como estas: “Nos
comprometemos con la aprobación de una Ley de Libertad de
Conciencia, Religiosa y de Convicciones. Una nueva Ley que promueva el desarrollo de las diferentes
opciones de ética privada, religiosas, morales o filosóficas de todas las
personas”. Solo faltaba. Pero a otro perro con ese hueso.
Si
se trata de promover el desarrollo de las diferentes opciones de ética privada, religiosas, morales o
filosóficas, no hace falta ninguna ley. Creo que cada cual es libre de
pensar lo que le dé la gana y donde le dé la gana. Entiendo que en
privado uno puede expresar sus convicciones, vivir según sus valores y filosofar sin prisas. Y si esto me lo
pretenden garantizar por ley, lo que me están diciendo, y
es muy grave, es que se sienten con derecho a
controlar lo que se piensa y lo que en privado se expresa.
Esto quiere decir que usted, en su interior, de pensamiento, lo que quiera. En eso no se va a meter nadie. Y en el salón de su casa, con las ventanas cerradas, las persianas bajadas
y en voz bajita, puede decir lo que desee. Pero nada más, y siempre
con cuidado de no escandalizar o condicionar a los hijos, que lo mismo
denuncian por obligarles a asistir a catequesis de primera comunión.
Con el cuento de la libertad
en privado verán dónde van a terminar las expresiones públicas
de fe como procesiones, romerías,
culto al aire libre, símbolos religiosos. Nada de nada. Me queda la duda de si
necesitaremos poner fundas a los templos católicos, que son realmente los
ofensivos. Si ya experimentamos la constante y obsesiva persecución de lo
católico, ahora lo mismo y por ley.
Pero es que la cosa es aún más
seria. ¿Es creíble que los mismos que están locos por sacar
adelante una ley de memoria histórica según
la cual nos van a imponer qué pasó, cómo pasó, qué consecuencias tuvo, y con
sanciones graves para todo aquel que tenga su opinión, vayan a aprobar una
ley de libertad de conciencia? Supongamos
que servidor afirmara o afirmase que gracias a Franco se salvó la Iglesia
católica. Con la ley de memoria histórica me la he cargado, pero con la de
libertad de conciencia me podría salvar. No lo van a consentir.
El
resumen es fácil de comprender. Ustedes son libres en su conciencia y sus
convicciones mientras se las guarden en el bolsillo y su conciencia y sus
convicciones sean conformes a lo que el gobierno decida.
Lo que digo. Para no echar
gota.
Jorge Gonzalez
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