¿Es Dios el que se ha quedado mudo, o somos nosotros los que nos hemos quedado sordos?
Por: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre |
Fuente: www.enticonfio.org
¿Es Dios el que se ha
quedado mudo, o somos nosotros los que nos hemos quedado sordos? Basta
que nos asomemos a la Sagrada Escritura, para convencernos de lo segundo.
Precisamente, en ella se presenta a Jesucristo como la Palabra pronunciada por
Dios Padre para romper nuestra “sordera” y
para acallar los ruidos que, dentro y fuera de nosotros, nos impiden escuchar
la voz divina, la de nuestra conciencia y la de nuestros hermanos.
Al igual que hizo con el sordomudo del Evangelio (cfr. Mc 7, 34), también hoy,
Jesucristo “toca nuestros oídos y nuestra lengua” y
pronuncia su poderoso “effetá!” (¡ábrete!). Es
una llamada a abrirnos a la escucha de la voz de Dios que resuena en nuestro
interior, como un eco de la predicación de la Iglesia y del clamor de tantas
personas y situaciones, a través de las cuales Dios sigue saliendo a nuestro
encuentro. Ciertamente, distraídos por mil reclamos y replegados en nuestros
problemas, tenemos el riesgo de permanecer sordos a la VOZ
de quien es la PALABRA: “Mira que estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y
cenaremos juntos” (Ap 3, 20).
La tarea de la Nueva Evangelización que se nos presenta en el Tercer Milenio,
consiste en ofrecernos como altavoces del Verbo Divino: poner voz a esa Palabra de Dios, buscando conductos eficaces para que
su mensaje eterno llegue al hombre moderno. Para romper la sordera de
nuestro Occidente secularizado, como decía Juan Pablo II, es necesario
emprender la Evangelización con nuevos métodos, nuevas expresiones y un nuevo
coraje, en fidelidad al mensaje inmutable de Cristo y de su Iglesia. No podemos
permanecer impasibles mientras que Dios es un auténtico desconocido para un
gran número de nuestros hermanos. El celo apostólico nos lleva a revivir aquel
sentimiento apremiante de San Pablo: “¡Ay de mí si
no predicara el Evangelio!” (1Cor 9, 16).
Pero, nos equivocaríamos si pensásemos que el problema principal de la
Evangelización es un problema de métodos. Los métodos son de gran ayuda e
indispensables, pero nuestra necesidad fundamental es la de un celo apostólico
ardiente, que sólo puede brotar de un corazón enamorado de Dios. Ésta es la
clave de la Nueva Evangelización: ¡Sólo los
enamorados enamoran! Y a ello hemos de añadir la búsqueda de recursos
creativos, actuales y eficaces para llegar a quienes permanecen sordos a esa
Voz que viene de lo alto. Ciertamente, en nuestros días es más urgente que
nunca anunciar a Jesucristo en los grandes areópagos modernos de la cultura, de
la ciencia, de la economía, del arte, de la música y de los medios de
comunicación.
Concluyo transcribiendo algunos de los eslóganes que la Iglesia de Singapur
divulgó en la prensa local. Fueron publicados uno a uno, en días sucesivos, a
modo de reclamo publicitario, con el deseo de “romper nuestra sordera”.
“¿Qué debo hacer para
llamar tu atención? ¿Poner un aviso en el periódico?”
(Dios)
“Necesitamos hablar.”
(Dios)
“Si te perdiste el amanecer que hice hoy para ti,
no importa. Te haré otro mañana.”
(Dios)
“¿Te imaginas el precio del “aire” si te lo trajera
otro proveedor?”
(Dios)
“No te olvides el paraguas. Hoy tengo que regar las
plantas.”
(Dios)
“Si piensas que la Gioconda es asombrosa, deberías
ver mi obra maestra… en el espejo.”
(Dios)
“Venid a mi casa el domingo antes del partido.”
(Dios)
“Amo las fiestas de casamiento, invítame a tu
boda.”
(Dios)
“Diles a los niños que les amo.”
(Dios)
“¿Leíste mi primer best-seller? Es todo un desafío.”
(Dios)
“¿Tienes alguna idea de adónde vas?”
(Dios)
“Eso de “amar al prójimo”… lo dije en serio.”
(Dios)
“¡No me hagas bajar!”
(Dios)
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