Cuando hay una religiosa ingresada en mi hospital, siempre le cuento un chiste de monjas. Son chistes inocentes que podrían ser contados en la recreación ante el resto de la comunidad por la más candorosa de las novicias. Por ejemplo:
Había un
priora muy anciana y ya muy grave, sin solución, a la que ya no era posible
darle comida. El tazón de leche, su único alimento, ya lo tomaba con
dificultad. La hermana enfermera probó a echarle un chorrito de anís al tazón
de leche sin decirle nada a la enferma. Conforme la enfermedad avanzó y le
costaba más acabar su tazón, para hacerle más fácil el pasarlo, le echó un poco
más de anís, y después también ron. Finalmente, incluso whisky, aumentando el
chorrito.
En su último
día de vida, la priora dio sus últimos consejos a la comunidad reunida
alrededor de su cama. Jadeante, con gran esfuerzo, la priora acabó
recomendando: “Y el último consejo que os doy es que,
pase lo que pase, no vendáis nunca a Rufita, la nueva vaca”.
P. FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario