En la organización del grupo de voluntarios que se presentaron en Huaura para luchar por la independencia el generalísimo don José de San Martín comprendió que los mejores hombres para la causa de la libertad, no solamente eran los descendientes de los incas, por siglos despojados de su libertad y de sus bienes, sino también los negros, esclavos a los cuales no se les reconocía ningún derecho humano. Ofreció libertad a todos los morenos que se presentaran voluntariamente a luchar por la independencia del Perú.
De la
multitud de esclavos negros que se presentaron, de las haciendas vecinas,
fueron escogidos cien fornidos morenos, que integraron las guerrillas que
sitiaron por hambre a la capital virreinal. Grupo que llegó a ser conocido como
los "Inocentes".
Español
que encontraban conspirando ipso-facto lo ajusticiaban, colgándolo. Represalias
por sus 300 años de opresión. Luego, manifestaban ser inocentes de estos
hechos.
Después
de sellada la Independencia, cumpliendo el ofrecimiento hecho por el Libertador
San Martín, los sobrevivientes de esta magna epopeya, al llegar a Huaura fueron
dejados libres.
Estos
libertos y sus familiares, dejando las haciendas, se establecieron a un lado
del río, en el extremo sur de la calle Real de Huaura. Relatan los abuelos haber
oído contar a los viejos que desde esa fecha este lado del río comenzó a
oscurecerse antes del tiempo previsto.
Con el
advenimiento de la libertad la población de Huaura quedó integrada de blancos,
indígenas y negros. Cada raza inició su vida, según su propia idiosincrasia.
Sin credos ni falsos pergaminos, a quienes rendir culto o pleitesía: "Sólo a Dios y a la Ley". Exclamaciones
bulliciosas y cajoneras a todo dar se escuchaban hasta el amanecer los fines de
semana en los barrios de los negros, adonde poco a poco fueron concurriendo los
blancos en pos de las morenas salerosas. Pero éstas, fieles a su raza y sobre
todo resentidas por el abuso del amo blanco, no querían saber nada con sus
antiguos opresores. Lo que dio lugar a que en pocos años aumentaran los
mandigas, "oscureciendo" aún más
la calle Real. Pero en menos de lo que canta un gallo y como por arte de magia
desaparecieron.
Como todo
tiene su razón de ser, veamos lo que pasó: Desde la
época de la Colonia se tenía una tradición en la celebración de la fiesta de
Cuasimodo. Después de carnavales culminaba con solemne procesión al
Señor.
Los
negros del lugar se sumaron a esta fiesta con un festejo. Un grupo de
bailarines cubiertos de máscaras que representaban a toda la diablería.
El año
1840, siguieron contando los viejos abuelos, comenzó a celebrarse en Huaura la
fiesta de Cuasimodo. Con el baile de negros, que tomó el nombre de “Danza de los Diablos".
Ese día,
siguiendo la tradición, amaneció la calle Real cubierta de floridos laureles,
verdosos sauces y plantas de plátanos. Todo sembrado al frente de cada casa,
aromatizando el ambiente por donde iba a pasar la procesión.
Desde muy
temprano, para no perderse nada de la fiesta, la negrería copó parte de la
plaza mayor donde estaban las vivanderas, no dejándoles ni anticuchos ni
picarones. Así todos se sumaron a esta festividad, que recién se vivía en
Huaura: La procesión seguida, por la "Danza de
los Diablos".
Con gran
recogimiento avanzaban las beatas implorando al Señor la salvación de su alma,
que creían perdida por los pecados cometidos durante los carnavales, ofreciendo
no volver a caer en tentación. Pero, detrás de ellas venían los diablos
tentadores. Danzando al son de las quijadas de burro, que las hacían sonar
fuertemente al frotarlas una con otra. Produciendo un ritmo característico:
chaca... chaca...
El diablo
mayor, un fornido y horripilante demonio avanzaba a prudente distancia de la
procesión, dando grandes saltos y haciendo restallar en el aire la punta de un
largo látigo. Siguiéndolo como su sombra, iba un diablito bailando al son de
los chasquidos. Al pasar la imagen por la plaza mayor, algunas morenas
siguieron la procesión con gran recogimiento, pero la mayoría se quedó a ver
pasar a los diablos. Al llegar éstos, corrieron a verlos estrechando la calle,
pero luego huyeron despavoridas al ver de cerca las horripilantes máscaras,
cachos y rabos de los diablos. Dando grandes saltos pretendieron cogerlas. Al
ingresar la imagen al templo, los diablos en el atrio iniciaron una frenética
danza.
El diablo
mayor, seguido del diablillo, pretendía ingresar al templo. Entre exclamaciones
de estupor de la multitud. Rechazado por un halo de luz, cubriéndose los ojos,
lanzó un horrible grito. Pegando un tremendo salto de varios metros hacia
atrás. Salvándose el diablillo de no ser aplastado, que, chillando, se desplazó
a sitio más seguro. Temerosos todos los diablos cesaron de tocar y bailar
preparándose a huir, mirando a su jefe. Envalentonado el diablo mayor,
chasquiando el látigo, se abría paso. En los momentos que las campanas
comenzaron a repicar "Gloria al Señor en las
alturas". Esta vez sí, despavoridos y a grandes saltos,
desaparecieron...
Mientras
bailaban con frenesí los diablos en el atrio de la iglesia de San Francisco,
entre un grupo de mujeres había una agraciada morena abandonada, con un negrito
en brazos. Implorando que volviese su marido, escuchó la voz del hijo que le
pregunta:
-Mamá,
mamá, donde está mi papá que tú dices que viene con la danza.
-Entre tanta gente, no lo veo -respondió
la madre.
-Tía
Franchica ¿tú ves a mi papito?
-Cuál de los diablos será tu padre -le
respondió la tía.
-Pero
mi papito no es diablo -exclamó lloroso el negrito.
-Claro que no, pero tampoco es un santo -respondió
mortificada la tía.
-No fastidies a tu tía, deja de preguntar y mira la danza -dijo la madre; "Que todos somos hijos
de Dios".
-La
abuela que estaba cercana, sentenció: "Hecho a
su imagen y semejanza pué".
Un
blanquiñoso era el único que blanqueaba en esa esquina de la plaza. Pretendía a
esta soberbia morena. Siendo siempre rechazado en sus pretensiones. Al escuchar
a la negra que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, protestó
fuertemente para que todas las mujeres ahí presentes lo escucharan:
"El diablo que todo lo que hizo Dios lo quería imitar, al ver que
nos hizo a nosotros de barro, cogió también un poco de tierra, la amasó y le
dio forma humana. Apurado estaba porque el día se le venía encima, puso el
muñeco a secar al pie de una fogata. Al regresar al amanecer, el fuego le había
chamuscado y ensortijado el pelo y el humo lo negreó. Rápido comenzó a
despintarlo frotándole la cara de arriba abajo. Pero no logró hacerlo. Se le
acható la nariz y le sacó bemba, porque el barro estaba fresco. Lo único que
pudo blanquearlo fue la palma de la mano y la planta de los pies, donde el
barro estaba seco. Soplándole en la boca se la dejó roja y le dio vida. Y así,
quedó formado el negro, a su imagen y semejanza.”
Asombradas
las negras por lo que acababan de escuchar. Incrédulas se santiguaban,
diciendo:
-¡Jesú... Jesú... Jesú...! ¡no blasfeme uté!. Parece verdad, pero no pué
ser.
-Sí puede ser, y así fue… Si no porqué el negro tiene más calor que el
blanco y además apesta a azufre.
Estas
palabras las acabó de convencer y corrieron espantadas ante tanta evidencia.
Creyeron en verdad, que el negro era hechura del mismo diablo.
Las
negras para purificarse, se entregaron a los brazos de los blancos. Los negros
abandonados, huyeron a lugares más placenteros. En esta forma, desaparecieron
los negros de Huaura.
De Alberto Bisso Sánchez (1992).
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