«Por último, el liberalismo muy moderado, propio de aquellos que no quieren renunciar a su fe cristiana y que rechazan (o así lo creen) todo cuanto es contrario a la Revelación, sostienen, dice el Papa, que “se han de regir según las leyes divinas la vida y costumbres de los particulares, pero no las del Estado. Porque en las cosas públicas es permitido apartarse de los preceptos de Dios, y no tenerlos en cuenta al establecer las leyes. De donde sale aquella perniciosa consecuencia: que es necesario separar la Iglesia del Estado“» (Alberto CATURELLI, Liberalismo y apostasía, Fundación GRATIS DATE, Pamplona 2008, p.11; negrita y cursiva son mías.)
1. LA BESTIA BIFRONTE
El liberalismo es un monstruo
de dos cabezas: una moderada y otra progresista.
Una cabeza ataca a la otra,
mordiéndose mutuamente. Sólo miran en la misma dirección, coordinándose, para
atacar a la tradición e imponer su orden nuevo, global y bifronte; el orden de
1789 y sus metástasis, sobre todo la americana.
El progresismo y el
moderantismo conservador son síntomas diversos, pero no contradictorios, de la
misma enfermedad.
El conservador quiere una
revolución respetable, ñoña y puritana, y el progre una revolución pedante,
viciosa y obscena. El primero es sentimental, el
segundo pasional.
El progresismo
desactiva la tradición entregándola al conservadurismo.
Dios, y no el hombre, es causa
primera de todo bien personal y social. Progresistas y moderados coinciden, sin
embargo, en que es el hombre y no Dios. Ambos adoran la máxima ilustrada de
Volney: el hombre (la persona humana) es el ser
supremo para el hombre.
El progresista entrega la
tradición al conservador para que éste, imitándola, se encargue de destruirla
falseándola. Y así todos contentos.
El conservador propugna una
autodeterminación moderada. El progresista, una autodeterminación sin otro
límite que el propio querer (Hegel). Danilo Castellano, cabalmente, insiste en
denominar a este abuso libertad negativa,
alma de la Modernidad conservadora y progresista, romántica y europea,
antihispánica y antitradicional.
El progresista
profesa la imprudencia política. El moderado la falsa prudencia carnal.
La cabeza progresista tiene dos ojos o grados. La cabeza moderada tiene
uno, que es el tercero.
-Ojo
primero,
perspectiva liberal de primer grado, para la cual «no
hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer;
cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral
independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la
observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia
ilimitada» (LEÓN XIII, Libertas, 12). Niega el imperio de la
ley natural y de la Revelación sobre personas y sociedades.
-Ojo
segundo, perspectiva
liberal de segundo grado, que niega que «el
hombre libre deba someterse a las leyes que Dios quiera imponerle por un camino
distinto al de la razón natural». (Ibid., 13). Niega el
imperio de la Revelación sobre personas y sociedades.
-Ojo
tercero, perspectiva liberal de tercer
grado, que afirma que «las leyes divinas deben
regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la
conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los preceptos
de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada». (Ibid.,
14) Niega el imperio de la ley natural y la Revelación sobre las
sociedades, aunque no sobre las personas.
3. DOS CEREBROS PARA UN MISMO LEVIATÁN
Para el liberalismo el ser
sigue al obrar. Sea absolutamente, como en el progresismo; sea con ciertos
límites, como en el moderantismo conservador.
El liberalismo consiste en la
voluntad de edificación de un orden nuevo, contra la sociedad tradicional,
fundamentado en el concepto nominalista de libertad como potencia absoluta. Esta voluntad adquiere dos
formas, una ralentizada, que se amalgama al catolicismo en ciertos elementos, y
otra rápida, que lo pretende transformar.
Hay un conservadurismo
corregido por el protestantismo que es sobrenaturalista, como una especie de
intimismo piadoso neorromántico.
El progresismo
“católico” tiene defensores en el ala
moderada: los personalistas, que hoy son
conservadores, y que ayer eran progresistas.
El conservador acepta los
fines de la revolución pero no sus medios. El progresista lo justifica todo.
El conservadurismo combate las
heterodoxias visibles pero no las invisibles, porque es pelagiano y
nominalista. Los desórdenes en el orden de la doctrina no le parecen decisivos
respecto de la verdad sino respecto de la autoridad.
El progresismo
“católico” es pelagiano por ser
materialista, como todo marxismo. Y es arriano necesariamente, por tener un
concepto inmanentista de la salvación. El moderantismo, sin embargo, es sobre
todo nestoriano.
El materialismo progresista
conduce a la idolatría ecológica por su propio dinamismo interno. Para el
progresista católico el marxismo es condenable por ateo, no por materialista ni
por rabiosamente inmanentista. Por eso devine ecólatra, porque se convierte a
las criaturas, se convierte a la inmanencia, se convierte al mundo caído.
El progresismo
“católico” se viste de humanismo solidario para ocultar su
anticatolicismo.
David González Alonso Gracián
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