miércoles, 12 de mayo de 2021

«SEÑOR, ME DUELE CAER SIEMPRE EN EL MISMO PECADO, ¿QUÉ HAGO?». 5 CONSEJOS EXTRAORDINARIOS

¿LES PASA QUE PRÁCTICAMENTE SE CONFIESAN SIEMPRE DE LOS MISMOS PECADOS?, ¿tienen la misma experiencia que yo, que solemos cojear, generalmente, del «mismo pie»?

Se han preguntado: ¿Hasta cuándo voy a seguir cayendo en el mismo pecado?, ¿por qué no soy capaz de superar esta fragilidad espiritual?

Muchas veces, a lo largo de los años, me he esforzado por rezar más, hacer sacrificios espirituales, como un tiempo de ayuno, por ejemplo, pero igual sigo cayendo en lo mismo.

Esa experiencia ¿los ha llevado algunas veces a caer en la desesperanza y decirse a sí mismos, que «así es la vida» y tendré que soportar esto por el resto de mi existencia?

¿Por qué pareciera que Dios no me ayuda a superar esta fragilidad? ¡Cuántas más preguntas o reclamos podríamos hacerle a Dios o, en algunos casos, a nuestro consejero espiritual o algún sacerdote amigo!

Para explicarlo sacaré algunas reflexiones de un autor espiritual renombrado en la historia de la espiritualidad cristiana: Lorenzo Scupoli, desde su conocido libro «Combate Espiritual».

Y también, algunas experiencias personales, que Dios, en su misericordia infinita, me ha permitido vivir. ¡Empecemos!

1. LA DESCONFIANZA EN UNO MISMO

Es tan indispensable en nuestro combate espiritual, que sin ella no solo no obtendremos la victoria deseada, sino que ni siquiera podremos superar una pequeña pasión, que a veces nos quiere dominar.

Puede parecernos fácil decir esto y reconocer que somos frágiles, pero nuestra naturaleza corrompida nos inclina fácilmente hacia una falsa estima y aprecio de nosotros mismos.

Fácilmente, nos convencemos de que tenemos las fuerzas para superar nuestros pecados. A veces, tan solo algunos días sin caer nuevamente en «ese» pecado, son suficientes para creer que ya lo hemos —finalmente— superado.

Presumimos de nuestras fuerzas cuando eso sucede, y poco a poco, nos alejamos —nuevamente— de toda la gracia y virtud que proviene solo de Dios.

4 MEDIOS ESPIRITUALES PARA VIVIR ESA «DESCONFIANZA»

Scupoli nos propone cuatro medios espirituales para vivir esa «desconfianza» de uno mismo, y no dejarse llevar por la soberbia de presumir de nuestras fuerzas:

— Primero, conocer y considerar que por nosotros mismos no hay nada que podemos hacer, que sea meritorio de merecer el reino de los Cielos.

— Segundo, pedir esa desconfianza con ferviente y humilde oración al Señor, pues es un don que Él nos concede. Sin su ayuda, somos incapaces de lograrla, puesto que nos vemos, una y otra vez, engañados por nuestras propias mentiras.

— Tercero, acostumbrarnos a tener miedo de nuestra propia forma de pensar. De nuestra inclinación al pecado, y los innumerables enemigos a los que no somos capaces de ofrecer resistencia.

— Finalmente, en cuarto lugar, aprovechar las veces que caemos, para tomar más consciencia de la fuerza que tiene nuestra debilidad.

2. LA CONFIANZA EN DIOS

Si solo nos quedáramos en esta desconfianza, sin embargo, si no la tuviéramos más que a ella, desistiríamos o quedaríamos derrotados y vencidos por los enemigos. Totalmente desesperanzados.

Es fundamental, caminar de la mano, con una absoluta confianza en Dios, para que, con su ayuda, podamos superar toda suerte de tentación y alcanzar la victoria.

 DEBEMOS ARMAR NUESTRO CORAZÓN DE UNA VIVA CONFIANZA EN ÉL.

4 MEDIOS ESPIRITUALES PARA AUMENTAR NUESTRA CONFIANZA EN DIOS

De nuevo, el autor nos recomienda cuatro medios para crecer en esa confianza en Dios.

— Primero, sencillamente pedirla a Dios a través de la oración que aumente nuestra confianza en Él.

— Segundo, considerar y contemplar la omnipotencia de Dios, para quien no hay nada imposible (Lucas 1, 37) ni difícil.

Con una bondad sin medida, siempre está dispuesto a darnos, minuto a minuto, esa fuerza espiritual que necesitamos para superar las dificultades espirituales y salir siempre victoriosos.

— Tercero, si vemos en las Sagradas Escrituras, no hay un pasaje en el que cuando alguien recurre al Señor haya quedado confundido o defraudado.

— Cuarto, recordar siempre, antes de emprender una batalla o esforzarte por enfrentar una situación ya conocida, nuestra debilidad. Y así vivir esa desconfianza, así como confiar plenamente en el amor y bondad divina.

3. ¿DE QUÉ MANERA ACEPTAS TUS PECADOS?

La pregunta puede parecer un poco desconcertante, pues resulta obvio que todos tenemos pecados, hasta para los que no tienen como hábito la práctica de la confesión.

Sabemos que somos frágiles, vulnerables y muchas veces hacemos cosas que finalmente, no quisiéramos. Como nos lo dice el apóstol san Pablo muy bien, en su carta a los romanos:

«Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí» (Rom  7, 19-21).

Por lo tanto, frente a nuestra condición marcada por el pecado ¿sabemos tener una mirada misericordiosa, como Dios nos mira? o ¿somos justicieros implacables, renegando una y otra vez y recriminándonos por haber caído de nuevo en ese pecado?

Muchas personas suelen tener una mirada demasiado recriminatoria de sí mismas. No estoy diciendo que nos olvidemos de la culpa, o no sintamos vergüenza de haber pecado.

Pero, a veces nos cuesta tanto perdonarnos, que vamos perdiendo poco a poco la alegría que debe caracterizar a un cristiano.

Acordémonos de otro pasaje hermoso, cuando san Pedro le pregunta a Jesús, hasta cuántas veces hay que perdonar:

«Entonces Pedro, acercándose a Él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete» (Mat 18, 21-22).

Tengo la impresión de que muchas veces hacemos un esfuerzo sincero por querer perdonar al prójimo, pero cuando se trata de nosotros mismo, somos bastante duros.

Y ese rechazo que sentimos, más que por el pecado, es hacia nosotros mismos. Se trata de algo sutil, pero muy importante tenerlo en consideración.

4. JUSTICIA Y MISERICORDIA

¡Cuántas veces nos vemos confundidos y no sabemos perdonar como nos pide el Señor, porque el maltrato que recibimos es grande o las veces que caemos son muchas!

Efectivamente, no es fácil perdonar. Muchas veces me han dicho: ¿Por qué seguir perdonando si esa persona no cambia?

La respuesta a este problema no es fácil, pero lo que nos debe quedar claro como nos lo enseña Jesús, es lo siguiente: las personas siempre merecen el perdón, la misericordia.

Sin embargo, los hechos cometidos deben ser juzgados con todo el rigor de la justicia. No somos Dios para conocer la consciencia de las personas.

Nunca vamos a saber a ciencia cierta qué es lo que llevó a esa persona a cometer un determinado pecado. Solo el Señor conoce los corazones. Por eso, siempre debemos estar abiertos al perdón.

LA INVITACIÓN ES A TENER ESA MIRADA DE MISERICORDIA HACIA NOSOTROS MISMOS. ¿Cuántas veces nos sucede que no sabemos cómo o nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos?

¿Cuántas veces, cuando estamos en esa ocasión de pecado, cuando nos asalta la tentación, rechazamos esa fragilidad que llevamos adentro, como algo que nos parece miserable tenerlo en nuestro corazón?

Y cuando caemos, nos entra la desesperanza, la tristeza y nos maltratamos. Nos recriminamos, diciéndonos ¿cómo es posible que haya caído una vez más en este pecado?

Es justamente en ese momento donde debe regir esa desconfianza de nosotros mismos y la mirada misericordiosa que nos tiene Dios.

Para que no caigamos en la tristeza, desesperanza, odio… (lo cual, dirá Scupoli, es señal de vanidad y soberbia) sino más bien, con mucha serenidad y paz.

Reconozcamos que es totalmente comprensible, dada nuestra condición de ruptura por el pecado (que es fruto de la consciencia humilde que tenemos de nosotros mismos, y como depositamos esa confianza en Dios).

5. MIRÉMONOS CON LOS OJOS AMOROSOS DE DIOS

Rechazar nuestras miserias no significa solamente mandarlas lejos de nuestra vida. Sino que, en primer lugar, implica una mirada benevolente a nosotros mismos, reconociendo que esa miseria es parte de nosotros.

Yo soy quien carga ese pecado. El pecado no existe por sí mismo, en abstracto. Que como la mujer adúltera o la mujer samaritana, somos simple pecadores.

Y eso no debe generarnos un rechazo, sino más bien una mirada compasiva. Esto es muy distinto a una aceptación laxa de nuestros pecados, así como ese rechazo implacable que describía.

No hay por qué maltratarnos o perder el brillo de alegría o felicidad cuando caemos en ese pecado que estamos acostumbrados, sino más bien recordarnos que el Señor vino y se encarnó. Precisamente, porque nos ama como somos.

Es más, se hizo hombre y vino a rescatar a los pecadores. Son los enfermos los que necesitan la ayuda del médico. Es fundamental reconocer con humildad nuestro pecado, nuestra situación de ruptura, pero no para vivir tristes, sino para permitir que el amor de Dios penetre nuestros corazones.

ES EN NUESTRA DEBILIDAD, DONDE SE MANIFIESTA ESE AMOR GLORIOSO DE DIOS. Recordemos otro pasaje tan hermoso de san Pablo:

«…me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera. Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí.

Y me ha dicho: bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2Cor 12, 7-9).

CONCLUSIÓN

En la medida que sabemos aceptar con docilidad nuestros pecados y aprender a desconfiar de nosotros mismos, entonces permitimos que la gracia de Dios penetre nuestros corazones. Su amor es lo que nos fortalece para superar los pecados.

El Señor no se aleja de nosotros por nuestros pecados, vino a rescatarnos de esta condición de ruptura. Tiene un amor de predilección por los más pobres.

En distintos pasajes hermosos, vemos la relación de cariño que existe entre Jesús y el pecador. La manera como trata a la adúltera, cogida flagrantemente en adulterio.

El ejemplo del padre misericordioso, que recibe al hijo pródigo, casi sin importarle sus pecados. El cariño por la mujer, que en casa de un fariseo, se pone a enjugar sus pies con su propia cabellera, entre otros tantos.

Jesús nos ama gratuitamente y conoce mucho mejor que nosotros nuestros propios pecados. Nos ama porque quiere, y nada de lo que hagamos, nos haría merecedores de su entrega amorosa en la cruz.

Aprendamos a mirar nuestra propia condición de pecadores con ese amor que nos tiene el Señor, y que eso nos lleve a desconfiar de nosotros mismos, sabiendo que solamente con ese amor de Dios podemos superar las tentaciones.

Escrito por Pablo Perazzo

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