El Papa Francisco continúa con su serie de catequesis sobre la oración y este miércoles 26 de mayo reflexionó sobre “la certeza de ser escuchados” en la oración.
En la Audiencia General realizada en el patio de San Dámaso del Vaticano
el Santo Padre describió que el Catecismo de la Iglesia Católica “nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica
experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es
una varita mágica, es un diálogo con el Señor”.
“Cuando rezamos debemos ser humildes, esta es la
primera actitud para ir a rezar. Al igual que existe la costumbre en muchos
lugares de que para ir a la iglesia a rezar, las mujeres se ponen el velo o
toman agua bendita para empezar a rezar, así debemos decirnos antes de la
oración, que sea lo más conveniente, que Dios me de lo que más conviene, Él
sabe”, destacó el Papa.
A continuación, la catequesis pronunciada por el
Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hay una contestación radical a la oración, que deriva de una
observación que todos hacemos: nosotros rezamos,
preguntamos, sin embargo, a veces parece que nuestras oraciones no son
escuchadas: lo que hemos pedido – para nosotros o para otros – no sucede.
Nosotros hemos tenido esta experiencia muchas veces ¿no?
Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser
la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra, por
ejemplo), el incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, con las
guerras, estamos rezando para que terminen las guerras, en tantas partes del
mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que están en guerra hace
años y años, martirizados por la guerra, rezamos y no terminan, ¿cómo puede ser esto?
«Hay quien deja de orar porque piensa que su
oración no es escuchada» (Catecismo
de la Iglesia Católica, n.2734)
Si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él
que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr Mt 7,10),
¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros hemos tenido
experiencia de esto. Hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de
este padre, de esta madre, y después, se marchó. ¿Dios
no nos lo concedió? Es una experiencia de todos nosotros.
El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos
advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de
transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita
mágica, es un diálogo con el Señor.
De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros
quien sirve a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr
n. 2735). He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir
los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no
nuestros deseos.
Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios
el “Padre nuestro”. Es una oración solo de
peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado
de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación
con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea
santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).
El apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no sabemos ni siquiera qué
sea conveniente pedir (cfr Rm 8,26). Nosotros pedimos por nuestras
necesidades, nuestras necesidades, las cosas que queremos, pero esto es
conveniente o no, pero Pablo dice, nosotros no sabemos ni siquiera qué sea
conveniente pedir.
Cuando rezamos debemos ser humildes, esta es la primera actitud para ir
a rezar. Al igual que existe la costumbre en muchos lugares de que para ir a la
iglesia a rezar, las mujeres se ponen el velo o toman agua bendita para empezar
a rezar, así debemos decirnos antes de la oración, que sea lo más conveniente,
que Dios me de lo que más conviene, Él sabe.
Cuando rezamos debemos ser humildes, para que nuestras palabras sean
efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza. Se puede también
rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar el enemigo en guerra, sin
preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil escribir en un
estandarte “Dios está con nosotros”; muchos
están ansiosos por asegurar que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan
por verificar si ellos están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios
quien nos debe convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios.
La humildad. Yo voy a rezar, pero tú Señor convierte mi corazón para que
yo pida lo que es más conveniente, pida lo que será mejor para mi salud
espiritual.
Sin embargo, un escándalo permanece: cuando los hombres rezan con
corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando
una madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a
veces parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, es
necesario meditar con calma los Evangelios. Los pasajes de la vida de Jesús
están llenos de oraciones: muchas personas heridas
en el cuerpo y en el espíritu le piden ser sanadas; está quien le pide por un
amigo que ya no camina; hay padres y madres que le llevan hijos e hijas
enfermos... Todas son oraciones impregnadas de sufrimiento. Es un coro
inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.
Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en
otros casos esta se difiere en el tiempo, parece que Dios no responde. Pensemos
en la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta
mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr Mt 15,21-28).
También tiene la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco
ofensiva de Jesús: ‘no hay que echar el pan a los
perros, a los perritos’. Pero a esta mujer no le importa la humillación:
la salud de su hija importa. Y continúa: ‘Sí, hasta los perritos comen lo que se cae de la mesa’, y
esto le gustó a Jesús. Valentía en la oración.
O pensemos también en el paralítico llevado por sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y tan solo en un
segundo momento lo sana en el cuerpo (cfr Mc 2,1-12). Por tanto,
en alguna ocasión la solución del drama no es inmediata.
También en nuestra vida, cada uno de nosotros tenemos experiencia de
esto. Hagamos un poco de memoria: cuántas veces
hemos pedido una gracia, un milagro, llamémoslo así, y no sucedió nada,
después, con el tiempo las cosas se arreglaron, pero según el modo de Dios, el
modo divino, no según lo que queríamos en ese momento. El tiempo es de
Dios no es nuestro tiempo.
Desde este punto de vista, merece atención sobre todo la sanación de
la hija de Jairo (cfr Mc 5,21- 33). Hay un padre que corre sin aliento:
su hija está mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús. El Maestro acepta
enseguida, pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y
después llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero
Jesús dice al padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc
5,36). “Sigue teniendo fe”: la fe sostiene la
oración. Y, de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la
muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar a oscuras, con
la única llama de la fe.
Señor danos la fe, que mi fe crezca. Pedir esta gracia, tener fe, Jesús
dice en el Evangelio dice que la fe mueve montañas. Tener fe en serio, Jesús
ante la fe de sus pobres, de sus humildes, cae vencido, siente una ternura
especial delante a esa fe y escucha.
También la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní parece
permanecer sin ser escuchada. “Padre, si es posible
aleja de mí esto que me espera”. Parece que el Padre no lo escuchó. El
Hijo tendrá que beber hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado
Santo no es el capítulo final, porque al tercer día, el Domingo, está la
Resurrección: el mal es señor del penúltimo
día.
Recuerden bien esto, el mal nunca es un señor del último día, no, del
penúltimo. El momento en que es más obscura la noche es antes del amanecer.
Allí en el penúltimo día, está la tentación que el mal nos hace creer que el
mal ha vencido: “¿has visto? Vencí yo”. El
mal es señor del penúltimo día, el último día está la Resurrección. Pero el mal
nunca es un señor del último día, Dios es el señor del último día.
Porque ese pertenece solo a Dios, y es el día en el que se cumplirán todos
los anhelos humanos de salvación.
Aprendamos de esta paciencia, humilde, de esperar la gracia del Señor,
esperar el último día, y muchas veces el penúltimo es muy feo, porque los
sufrimientos humanos son feos, pero el Señor está, el último, Él resuelve todo.
Gracias.
Redacción ACI Prensa
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