Un tema que he mencionado, de vez en cuando, es que nuestros gobernantes, los del mundo, los de todo el mundo, no son los primeros de la clase. Hay excepciones, claro.
A eso hay
que añadir que, además, encima, muchos son malos. Dan discursos, acarician la
cabecita de los niños, sonríen; sobre todo, sonríen.
Pero hoy
he acabado de ver un documental acerca de cómo actuaron los líderes europeos en
la guerra yugoslava: la fotografía de la moralidad
de nuestros gobernantes ofrece un retrato desolador. Nunca una guerra se
pudo haber acabado de un modo más rápido y fácil, pero... nadie quiso
problemas. En cuanto se pusieron manos a la obra, la guerra se acabó, sin
grandes esfuerzos. Nueve años de guerra para hacer lo que se podía haber hecho
al principio.
En el
documental, aparecía Miterrand: hombre oscuro,
maligno. Él sí que intervino, pero para mal: apoyando
a los extremistas sembradores de la violencia. Es el mismo hombre que
también actuó para mal en Ruanda: apoyando a los
extremistas sembradores de la violencia. Hay más oscuridades en la vida
de ese político. Solo citaré una: dio asilo en Francia a ETA, con un acuerdo inconfesable y
muy sencillo: “Os damos asilo, mientras no hagáis actos terroristas en suelo
francés”.
Miterrand
fue un hombre muy oscuro, pero no pensemos que no hay más hombres oscuros en
las altas esferas. ¿Qué puede hacer la democracia
para no favorecer el ascenso de hombres inmorales al Poder? Ya sé que el
asunto no es fácil. Pero los expertos deberían analizar la cuestión. Las
grandes mentes deberían pensar y repensar este problema, este problema real.
Está
claro que hay países que funcionan mejor en este campo de la elección de sus
gobernantes, los países escandinavos, por ejemplo. Otros funcionan
razonablemente, Irlanda, Australia... Otros funcionan rematadamente mal, por
sistema.
No basta
con conquistar la democracia, hay que preguntarse por qué en unos países la
democracia cae en una espiral de crispación y corrupción de la que no se sale,
aunque pasen decenios y decenios. Hay países con democracias disfuncionales de
forma endémica: no basta con que alguien deposite una papeleta en una urna. ¿Pero cuál es la solución?
En fin,
he escrito estas líneas bajo la impresión del final de ese documental que me ha
hecho derramar alguna lagrimita. Los malos gobernantes cuánto mal pueden hacer
por acción y por omisión.
P. FORTEA
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