Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia.
Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente:
AutoresCatolicos.org
¿Quién no recuerda los años
de la infancia? En general, fueron años vividos en la alegría e
inocencia. Es bueno adentrarnos en los Evangelios para ver cómo se comportaba
Jesús con los niños. Viviendo en una época que ponía la perfección en la
ancianidad y despreciaba la infancia, Jesús era un apasionado de los niños, se
atrevió a poner a los pequeños como modelos. Él que no quiso tener hijos de la
carne, disponía de infinitos ríos de ternura interior; y repartió su amor
simultáneamente entre los pecadores y los niños [1].
Jesús siente una gran predilección por los
niños, y los pone como ejemplo de inocencia, sencillez y pureza de alma. Es
más, Él mismo se identifica con ellos al decir que quien reciba a uno de este
pequeños a Él recibe. Para entrar en el cielo hay que hacerse como niño.
Los niños eran en ese tiempo “tolerados” por la simple esperanza de que
llegarían a mayores. No eran contados como personas. Su presencia nada
significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo
era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las
palabras. Cuando veamos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos
entenderemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la
época.
Pero Jesús, una vez más, rompería con su época.
Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la
fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que
volvieran a ser niños.
1.
POSTURA
DE JESÚS FRENTE A LOS NIÑOS
Jesús
conoce a los niños: Sabe cuáles son sus
juegos y sus gracias. Y habla de ellos con alegría. En Mateo 11, 16
nos cuenta la parábola de los chiquillos que tocan la flauta a sus amigos y que
juegan a imaginarios llantos. En cada pupila de los niños vería su propio
rostro y su propia alma. Jesús conoce la ilusión de los niños de correr, hacer
sanas travesuras, gritar.
Jesús
valora a los niños: Dice que de la boca de
los niños sale la alabanza que agrada a Dios (cf.
Mt 21, 16). Los pone como modelos de pureza e inocencia. Son ellos, los niños,
los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado
su palabra y lo profundo de sus misterios (cf. Mt 11, 25). ¡Cuántos niños nos
sorprenden con sus preguntas y respuestas! Un niño vale no porque sea lindo o
feo, rico o pobre, listo o menos dotado. Vale por el tesoro de gracia e
inocencia que porta dentro de su alma.
Jesús
les quiere: Sólo dos veces
encontraremos en los Evangelios la palabra “caricias” aplicada a Jesús. Y las
dos veces serán caricias dirigidas a los niños (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5).
Les abrazaba, dice uno de los evangelistas, describiendo una efusión que nunca
vimos en Jesús ni referida a su madre siquiera. Será una caricia limpia, sin
dobles intenciones. Será un abrazo lleno de ternura divina. Al abrazar a un
niño, Jesús abrazaba lo mejor de la humanidad.
Jesús
se preocupa por ellos: Reprende a quienes les
mirasen con desprecio (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más
duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6). Y hasta nos
ofrece una misteriosa razón de esta especial preocupación de Dios por ellos: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de
mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). Como que los ángeles
custodios de los niños están en primera fila en el cielo, recreándole y
contándole a Dios las travesuras de esos niños, a ellos encomendados.
Jesús
los cura: Cura a esa niña de doce
años (cf. Mc 5, 39), a quien llama con dulzura
Talitha, es decir, “niña mía”; y la aprieta
contra su corazón. Detrás de esta niña se encuentra toda niña de ayer, de hoy y
de siempre. Y pide a sus padres que le den de comer. Sí, comida abundante, no
sólo para su cuerpo, sino también para su alma.
Cura a la hija endemoniada de una mujer pagana
(cf. Mt 15, 21-28). Pagana porque no creía en el Dios verdadero; creía en Baal,
el dios engañador, el dios cruel, el dios fornicario, el dios vengativo. Baal
es el símbolo del demonio, y los baales equivale a decir, demonios. Pues uno de
esos demonios poseía el cuerpecito de esta niña pagana. La fe y la humildad de
la madre arrancaron el milagro de Jesús.
Cura al hijo único de una viuda (cf. Lc 7,
11-15). Esta viuda no le pide nada a Jesús, ni por su hijo adolescente ni por
ella. Era tan grande su pena y tantas sus lágrimas que no se entera de nada de
lo que le rodea. Fue Jesús quien se fijó en el tamaño de la cruz que llevaba
aquella mujer. “Joven, a ti te lo digo:
levántate”. Levántate y crece,
por dentro y por fuera.
Cura al hijo de un oficial real (cf. Jn 4,
46-54). El padre creyó en la palabra de Jesús. Y con la curación creyó también
toda su familia. ¿Qué tienen los niños que arrancan
de Jesús el milagro?
¿Cómo respondían los niños
a Jesús? Los niños, por su parte, quieren a Jesús,
también. Corrían hacia Él. Y es misterioso que este Jesús, un tanto frío y
adusto ante los lazos familiares, al que encontramos un tanto tenso ante sus
apóstoles, sea tan querido por los niños. Los niños tienen un sexto sentido, y
jamás correrían hacia alguien en quien no percibieran esa misteriosa
electricidad que es el amor.
2.
LA
LLAMADA DE JESÚS A LA INFANCIA ESPIRITUAL
Jesús no sólo ama a los niños, sino que les
presenta como parte suya, como otros Él mismo: “El
que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se ahonda más con otra: “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí
me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha
enviado” (Mc 9, 37).
Hay en Jesús como una eterna infancia, porque
vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo.
Estas son las cosas que van manchando mi infancia espiritual. Por eso, Jesús se
atreverá a pedir a todos el supremo disparate de permanecer fieles a su
infancia, de seguir siendo niños, de volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).
¿Qué le pedía a Nicodemo? Renacer
del agua y del Espíritu (Jn 3, 3). ¿Qué condición
les puso a los apóstoles para entrar en el cielo? Hacerse como niños.
La infancia que Jesús propone no es el
infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la
reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de
las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese
compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez
espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas
intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi
Padre, fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer
el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es
no pedir cuentas ni garantías a Dios.
Ahora bien, la infancia espiritual no significa
ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas,
el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la
manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la
malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a
la infancia espiritual.
La infancia espiritual no significa vivir sin
cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni
tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula
en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa
Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de
solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro
sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se
daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las
manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba.
Cuatro son las características de la infancia
espiritual: apertura de espíritu, sencillez, primacía
del amor y sentimiento filial de la vida. Apertura,
no cerrazón. Sencillez, no soberbia. Primacía del amor, no de la cabeza.
Sentimiento filial, no miedo ni desconfianza.
¿No será el purgatorio
probablemente la gran tarea de los ángeles de quitarnos emplastos, capas,
láminas que hemos ido acumulando durante la vida...para que vuelva de nuevo a
emerger de nosotros ese niño que tenemos dentro y que Dios nos dio el día de
nuestro bautismo?
CONCLUSIÓN
Gran tarea: hacernos
como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos
dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo.
En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños,
únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de
los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo
ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo
sólo un chiquillo... Pero quiso empezar
siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que
lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que
aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por
eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de
adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas
de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién
hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a
pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No
maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo
envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la
infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.
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[1] Así lo expresaba Papini, con cruel paradoja: “Jesús, a
quien nadie llamó padre, sintióse especialmente atraído por los niños y los
pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación: la
inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente
más agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio está más en
peligro: está medio corrompida y medio intacta; los hombres que están infectos
por dentro y quieren parecer cándidos y justos; los que han perdido en la niñez
la limpieza nativa y no son capaces de sentir el hedor de la putrefacción
interna”.
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