Ya sé qué he hablado varias veces de los tres minutos de sinfonía de la BWV 29, de esa obra en la que Bach estalló en un poderoso Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias.
Pero es
que se trata de una música rebosante de vitalidad. La armonía resuena con una
brillantez que parece dejar cualquier otra música mundana a otro nivel. Esta es
una partitura que tiene prisa, prisa por agradecer la alegría de vivir en la fe
en Dios. ¿Caben más notas en cada momento? Una
música henchida en la que no cabe más en ella.
Pero lo
que sorprende es que en, en esos tres brevísimos minutos de música intensa, la
armonía “cae” en momentos en que adquiere
una dignidad épica. Y digo “cae” porque la música
de pronto parece caer, detenerse, recapacitar; como en el minuto 0:23, en el
0:43, en el 1:33. Son momentos en los que esta música que no se detiene, que
avanza con una fuerza arrasadora, parece reflexionar acerca del porqué de su
alegría.
Esta sinfonía
solo se entiende como una armonía hacia Dios. Ninguna realidad humana puede
provocar un canto de acción de gracias con estos sones. Porque estamos
escuchando una alegría sacra. Nada de este mundo se merecería una acción de
gracias del tipo que esta música expresa.
.......................
Hagámonos
conscientes de que esta sinfonía solo funciona si cada nota es tocada en el
momento justo, el tiempo adecuado. Solo entonces se nos concede escuchar lo
sacro, solo entonces atisbamos la voz de los ángeles.
Solo si
esta liturgia de notas
se realiza en toda su perfección se puede captar a Dios. Porque sí, es una acción de gracias, pero cuando
se llega a este nivel, se capta un destello del Ser Infinito. ¿Podemos alabar a Dios si no nos es dado? ¿Es acción de
gracias o es la Voz de Dios? Ciertamente, las dos cosas.
No estoy
diciendo que esta partitura sea “Palabra de Dios”, por
supuesto que no. Pero Dios no solo inspiró a los profetas, también puede
inspirar a un músico. Y Bach es el Tomás de Aquino de la música.
En fin,
para los muy amantes de esta partitura-predicación, de esta música totalmente "invasiva" que penetra hasta lo más
profundo del alma.
P. FORTEA
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