La economía tiene una directa relación sobre las esperanzas de nuestros jóvenes, sobre el descanso y la calidad de vida de las familias, sobre la calidad de la asistencia sanitaria que recibimos, incluso sobre la ilusión de la población.
Por eso,
no veo mal que los moralistas y los teólogos trabajen el campo de la economía
desde su perspectiva; que, desde luego, no es un campo moralmente aséptico, no
es moralmente neutral.
En el
Antiguo Testamento, hay prescripciones de Dios que tienen como objeto directo
lo que hoy llamaríamos la economía.
No solo
es una cuestión de moralidad (qué es lícito y qué no lo es), sino que cabe toda
una reflexión teológica sobre el hecho económico en sí.
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Es
ridículo que algunos sigan repitiendo que el modo de acabar con el progresivo
empobrecimiento de Europa es más libre mercado.
Cuando si por algo se caracteriza China es por no permitir en su suelo la
actuación del libre mercado con empresas de naciones extranjeras.
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Existe la
idea de que una empresa privada siempre funciona mejor que una pública. Pero,
al final, una y otra funcionarán bien o mal según los gestores que tengan. La
competencia es un bien. Pero hay campos en los que no cabe la competencia: por ejemplo, privatizar el suministro de agua de una
ciudad.
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Google,
de hecho, es un monopolio. Considero que es mejor que exista un buscador único
para todo el mundo. Esta empresa se ha comportado bastante bien. Pero,
últimamente, va tomando decisiones en contra de sus usuarios si eso le produce
todavía más beneficios.
No voy a
entrar en el tema porque suelen ser cuestiones técnicas. Pero sí, Google va
tomando, cada vez más, decisiones en su propio favor y en contra del bien
común. Una u otra decisión supone, en ocasiones, millones de dólares. Y no son
decisiones moralmente asépticas.
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En otras
épocas, se hablaba de la Toma de Granada, o
de la Toma de Bizancio. En el futuro,
hablaremos de la Toma de Google. El día que
China penetre en la dirección de Google, incluso sin mayoría de votos en su
consejo de dirección, se habrá perdido algo equivalente a la caída de
Constantinopla. Algo que afectará a todos y cada uno de los ciudadanos de este
planeta.
Google
debería ser una fundación estrictamente vigilada por una comisión formada por
varias naciones; no todas las naciones, lo cual sería perjudicial. Pues algunas
naciones, lejos de aportar, serían una presencia negativa. Es mejor que sean
pocas naciones que ofrezcan miembros intachables para esa comisión de
vigilancia.
¿Se
ha seguido este camino? La
respuesta es no, claramente no.
Si
analizamos el tema del accionariado de Alphabet, Google es una filial,
observaremos que Google, hoy día, es más vulnerable que cuando el poder estaba
en pocas manos y estas manos eran muy idealistas.
El gran,
gran, problema que veo es que China pueda irse apoderando, a través de empresas
intermediarias, de las acciones de Alphabet en manos de las compañías que son
dueñas de esa empresa. Una política muy a largo plazo, muy subterránea, lenta.
Google debería estar blindada. Debería ser un búnker acorazado.
No es una
empresa que venda salsa de tomate enlatada. La libertad de cada ciudadano del
planeta está en relación con esta megaempresa que no tiene nada que envidiar a
la Tyrell Corporation. ¿Para qué necesitas
replicantes si tienes obreros en Asia que trabajan doce horas al día, seis días
a la semana, sin vacaciones prácticamente, casi sin atención sanitaria? ¿Para
qué necesitas el modelo placer de los replicantes si tienes toda la
mercancía que quieras a precios ínfimos? Con esta situación del mercado
laboral, no vale la pena crear replicantes.
Y,
mientras tanto, los obreros de España o de Iowa se preguntan extrañados por qué
cada vez son más pobres, cada vez hay menos ofertas de trabajo.
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La luz de
Cristo debería haber entrado en la economía hace treinta años, veinte años.
Ahora es tarde, el Titanic se va escorando con un ángulo todavía lento, pero
inexorable.
Trump
tenía razón, pero no era la persona adecuada para la reforma. De hecho, ni siquiera
comprendió los mecanismos profundos del problema.
Tal como
veo las cosas, ni un Octavio Augusto de la política que tuviera el más profundo
conocimiento de la situación tendría ya capacidad para hacer virar este
superpetrolero.
El
horizonte distópico es, sin ninguna duda, la única perspectiva realista.
Post Data: ¡Que pesimista! Hay que tener esperanza en el mundo. ¿No ve que la orquesta sigue tocando?
P. FORTEA
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