jueves, 11 de febrero de 2021

«CREO EN DIOS, PERO NO EN LA IGLESIA». 3 CLAVES PARA RESPONDER DESDE EL AMOR Y LA VERDAD

 «Creo en Dios, pero no me gusta la Iglesia», «soy creyente pero no practicante», «la Iglesia me parece una institución que se ha quedado en el tiempo, yo creo en Dios, pero no me gusta cómo se manejan».

Este tipo de frases simbolizan el pensamiento de muchos jóvenes de hoy en todas partes. En la facultad, en el trabajo y hasta dentro de la propia familia. ¿Quién tiene que hacerse responsable de esto?, ¿existe solución alguna a esta problemática?

¿Somos nosotros los fieles los encargados de dar una imagen «buena» de la Iglesia y dar respuesta? Son muchas preguntas, pero la respuesta es muy sencilla: ¡por supuesto que sí!

Solo cuando comprendemos la labor tan importante que tenemos como discípulos, amigos y testigos de Cristo es cuando podemos accionar, escuchar, testimoniar.

¡TENEMOS UNA GRAN MISIÓN COMO CREYENTES!

Nosotros los cristianos tenemos encomendada una misión ¡tan bella y tan difícil a la vez! No puede suceder que, por una mala experiencia, una mala medida tomada institucionalmente, una mala forma de dirigirse a alguien o una mala actitud, haya gente que se aleje de la Iglesia.

Que pierda la esperanza, que crea que Dios es malo, soberbio y que su intención es la de hacernos sufrir. Porque definitivamente no es así. Por esta razón hay que tener cuidado: como cristianos no podemos decir y hacer cualquier cosa, ¡somos los responsables de hacer que el nombre de Dios no se olvide!

AHORA, ¿QUÉ ES LA IGLESIA?

¿Es meramente una institución que «dicta leyes» y tiene jerarquía?, ¿o es algo mucho más grande? «Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo» (Gálatas, 6. 2).

A veces los jóvenes o adultos asocian la Iglesia con la mera estructura e institución y se olvidan de lo más importante: la Iglesia es el Pueblo de Dios. ¡La iglesia somos nosotros, la formamos entre todos!

Está bien acercarse a rezar al templo, está bien ir a misa, confesarse, por supuesto que sí, debemos hacerlo. Pero la Iglesia puede trasladarse… porque ser creyente no significa ir todos los domingos, rezar el rosario y nada más.

Ser creyente es vivir el mismo estilo de vida que Jesús tuvo: el estilo de vida más genuino, sencillo y generoso que existió. Se es iglesia dentro y fuera de ella. Recordemos que somos bautizados y que creemos en Él.

«Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente.

Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para sí…

Este pueblo mesiánico es para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de la
redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra»
(Mt 5,13- 16).

LOS TRES VERBOS MÁS IMPORTANTES: ESCUCHAR, ACEPTAR, TESTIMONIAR

Para derribar este problema que atraviesa a muchos jóvenes de hoy debemos hacer uso de tres verbos: escuchar, aceptar y testimoniar. Igual que Jesús escuchó las necesidades del prójimo, hizo silencio gran parte de su vida y estuvo al servicio de los demás, también tenemos que hacerlo nosotros.

— Es necesario preguntar y escuchar a la persona con la cual estamos hablando si tuvo malas experiencias dentro la Iglesia. Si tal vez se sintió mal ante una forma de hablar, o pasó algo en particular con alguien. Solamente si escuchamos al otro podemos dar una respuesta, podemos accionar, podemos ver cómo solucionarlo.

Tenemos que estar dispuestos a hacer silencio y a escuchar lo que la otra persona tiene para contarnos. Si Jesús escuchaba a sus apóstoles y a toda persona que aparecía en su camino, ¿por qué nosotros no hacemos lo mismo?

— En segundo lugar, aceptar. Hay que aceptar al otro y también aceptar que la Iglesia tuvo sus errores, ¡por supuesto que los tuvo! Tantas cosas dentro de los últimos siglos no siguieron lo que Dios más quería: amarlo a Él por encima de todo y al prójimo como a uno mismo.

Está bien reconocer los errores que se tiene porque solo así se puede mejorar, seguir, avanzar. Solo así se puede
evangelizar en el momento presente. Entendamos a la Iglesia como Pueblo de Dios, pero también como una institución que necesita orden y tiene un funcionamiento como cualquier otra.

¡Nadie es perfecto! Vamos por una Iglesia más unida, que acepte y no divida.

— En tercer y último lugar, el testimonio. Qué bello es contar lo contemplado, compartir lo vivido, evangelizar con el ejemplo. No hay nada más hermoso que otra persona se acerque a Dios por medio de un gran testimonio.

«Quienes, con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva.

Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunicación fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, Prólogo: I. Sección 3).

¿Y DESPUÉS QUÉ?

Luego de haber hecho silencio, escuchado y aceptado lo que el otro tiene para contarnos, los cristianos tenemos que compartir nuestra experiencia y comunicar de manera fraternal el Evangelio.

Antes de testimoniar es muy válido preguntarse cómo estamos viviendo y si nuestros actos tienen coherencia con lo que decimos. «Esto que voy a hacer, ¿lo haría Jesús, lo haría María?».

Es hermoso saber que si nos desviamos del camino Dios siempre va a estar para perdonarnos, porque equivocarse es algo humano y nos va a pasar todo el tiempo.

HAGAMOS CRECER ESTA FAMILIA

Solo después de haber escuchado, aceptado y testimoniado podemos invitar a la otra persona a la Iglesia. Pero no a la mera estructura, ojo, sino a vivir en gracia con Dios, a tener una amistad con Él, a vivir la experiencia de los sacramentos.

Jesús instituyó la Eucaristía 2000 años atrás para que sigamos comiendo de su cuerpo y bebiendo de su sangre. ¡Qué fuerte suena! Pero es así: Dios se entregó por nosotros y quiere vivir dentro de nosotros también, no dejemos que ninguna mala experiencia se interponga sobre eso.

Como conclusión, sabiendo que nuestro objetivo como cristianos es el apostolado, la misión que tenemos es clara y concisa: acrecentar esta gran familia que es la Iglesia.

Aquí nos equivocamos, nos escuchamos, nos aceptamos, nos contamos las experiencias. Dios nos confió la misión de ser sus discípulos y si no testimoniamos lo que sucede nadie más lo va a hacer.

No porque seamos superiores o los mejores, sino porque al ser sus hijos (y amigos), somos los encargados de que el nombre de Dios no se olvide.

No dejemos que nada se interponga entre la relación de una persona y Dios. Y cualquier cosa a mejorar siempre hay que decirla, no guardarla, solo así se avanza, solo así se evangeliza hoy. No dejemos pasar ni un día sin escuchar, sin aceptar y sin testimoniar.

Artículo elaborado por Camila Sirolli.

Escrito por: Lector invitado

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