Reflexiones sobre el cambio climático antropogénico y sus intereses políticos.
Por: Rafael Domigo Oslé* | Fuente: El Mundo
(Madrid)
* Catedrático de Derecho
Romano Universidad de Navarra
UN PUNTO DE VISTA POLÍTICAMENTE
INCORRECTA
La cuestión del cambio climático antropogénico ha superado con creces la
barrera de lo científico para entrar de lleno en el terreno político, cuando no
en lo criminal, como se ha puesto de manifiesto en el reciente caso del
Climategate.
A estas alturas, el global warming es ya una evidencia científica, corroborada
por las dos olas de frío del gélido invierno americano. Sin embargo, existen
datos suficientes para sospechar que, detrás del muñido cambio climático, se esconden
intereses geopolíticos, económicos y financieros a corto, medio y largo plazo.
Quien sólo ve en la guerra un mero conflicto armado entre dos partes
enfrentadas, capta, por supuesto, la esencia de ella, pero no advierte el
océano de matices políticos, diplomáticos y económicos que la provocan y, a
veces, la prolongan innecesariamente. Algo parecido podría ocurrir con el
cambio climático. Es, sin duda, una realidad cierta que nos amenaza con
inmensas ramificaciones y consecuencias. No sorprende, por ello que, en esta
primera etapa de globalización anárquica, una criptocracia financiera desee
instrumentalizar el calentamiento para obtener el máximo rédito político y
económico posible.
No soy amigo de conspiraciones. Pese a ello, me convencí de la manipulación
mediática y política de que está siendo objeto el calentamiento global leyendo
una sugerente entrevista a Freeman Dyson, eminente científico del Institute for
Advanced Study de Princeton, publicada el año pasado en el Magazine semanal del
New York Times. Dyson, hombre de talante liberal y sencillez exquisita, definió
su postura sobre el calentamiento global –políticamente incorrecta, por
supuesto– empleando tres frases lapidarias: «Todo
el alboroto sobre el calentamiento global es terriblemente exagerado»; «El
calentamiento global es el primer artículo de fe de una religión secular
mundial»; y, para rematar, una caricia, «El
hecho de que el clima sea más cálido no me asusta en absoluto».
En estos días, un excelente reportaje de Julien Eilperin y David A. Fahrenthold
aparecido en The Washington Post de 15 de febrero de 2010, me ha vuelto a poner
sobre la pista. En él, los conocidos periodistas americanos advierten sin
tapujos de los errores contenidos en el informe seminal sobre el calentamiento
global, que valió el premio Nobel de la Paz en 2007 al Intergovernmental Panel
of Climate Change. El IPCC está formado por un grupo de expertos que, bajo los
auspicios de la Organización Meteorológica Mundial y del Programa de las
Naciones Unidas para el Medio Ambiente, analiza en profundidad la información
científica, técnica y socioeconómica más relevante sobre los riesgos del cambio
climático provocado por las actividades humanas, así como las posibles
repercusiones.
SIN UNA BASE CIENTÍFICA Y CON
INTERESES POLÍTICOS
Las recientes pruebas sobre los errores contenidos en el informe del IPCC minan
la confianza no sólo del grupo, sino también de la propia estrategia política
sobre el tema. «Existe la impresión de que algo
está podrido en el IPCC», ha señalado Richard H. Moss, científico de la
Universidad de Maryland, quien ha trabajado en el IPCC unos cuantos años.
Jeffrey Kargel, profesor de la Universidad de Arizona, también se queja porque «es realmente doloroso comprobar lo que ha sucedido». El
informe señala que los enormes glaciares de la cordillera del Himalaya podrían
desaparecer para 2035. Sin embargo, Kargel argumenta que es «físicamente imposible que se descongele el hielo tan
rápido». Al parecer, la causa de los errores, podría deberse a que el
grupo de expertos de la ONU citó un informe de un grupo activista, y no un
estudio científico sometido a revisión.
El polémico informe ha caldeado estas semanas el ambiente de la Cámara Alta de
los Estados Unidos. Si no, que se lo pregunten a los senadores republicanos
James M. Inhofe y John Barrasso, dispuestos a poner todos los medios a su
alcance, entre ellos los errores garrafales del informe, para bloquear los
límites obligatorios de emisiones de gases de efecto invernadero. Por lo demás,
no debe olvidarse que el dinero del poderoso lobby energético va
fundamentalmente a las arcas del partido republicano (más del 75%) y no al
demócrata (en torno al 25%).
Es imposible conocer la totalidad de los intereses energéticos, financieros y
políticos que se ocultan tras el calentamiento global, pero algunos se
vislumbran. El global warming es un buen instrumento político para aumentar el
proteccionismo estatal, y con él los impuestos; constituye un argumento sólido
para invertir en empresas de energía alternativa y podría convertirse en el
principio del fin del imperio del lobby energético tradicional. Pero hay más,
mucho más. En mi opinión, a nivel internacional, detrás de la histeria
provocada con el calentamiento global se esconde un plan para dar un paso
adelante, tan firme como antidemocrático, en el establecimiento del nuevo
gobierno mundial.
MUY OPORTUNO
Este nuevo world government, del que tanto se habla en los últimos años,
comenzaría de facto con la creación de una primera institución global, que
podría dictar normas vinculantes para los Estados en materia climática y
estaría económicamente controlada por poderosos magnates del imperio
angloamericano (con capitales en Nueva York y Londres). De funcionar bien el
modelo, se establecerían otras instituciones globales similares con el fin de
resolver cuantos problemas afecten a la humanidad en su conjunto (terrorismo
internacional, pobreza, armamento nuclear, etcétera).
Hay razones para pensar que sea el hecho climático y no otro el que dé origen a
la primera institución global. En primer lugar, porque la normativa
internacional y las organizaciones reguladoras del cambio climático son de
naturaleza y contenido muy diverso por haber sido establecidas en momentos muy
distintos y por países diferentes. No existe, ni por asomo, una jerarquía
normativa que integre y armonice la variedad de disposiciones en la materia,
sino que se trata más bien de un régimen fragmentado y complejo, que engloba
desde tratados multilaterales como la Convención Marco de Naciones Unidas sobre
Cambio Climático, con acuerdos subsidiarios como el protocolo de Kioto o el
acuerdo político de Copenhague, pasando por el Protocolo de Montreal, hasta
iniciativas bilaterales (entre Rusia e India o China y Reino Unido, por
ejemplo). También existen agencias especializadas de Naciones Unidas, clubes
(como el G-20). En segundo lugar, porque el calentamiento global afecta a todos
los humanos por igual con independencia de la raza, la religión, la posición
social o la lengua. Este hecho facilita mucho las cosas pues evita tensiones
ideológicas, que son a veces las más difíciles de superar.
CON UN DERECHO GLOBAL
Bajo el control de Obama, el calentamiento global sería el mejor instrumento
para americanizar el proceso de globalización, promoviendo un cambio de
política exterior en los Estados Unidos con el fin de asegurar el liderazgo
mundial norteamericano durante los próximos años, siempre de la mano de China,
que se convertiría, no ya en un mero aliado económico, sino en el socio
geopolítico y estratégico por antonomasia. La creación de una institución
global de estas características no fue posible en la cumbre de Copenhague, pero
ello no significa que no vaya a serlo en un futuro relativamente próximo.
Soy un acérrimo defensor del derecho global, de su necesidad y de sus
posibilidades. Sueño con él, como en su momento tantos lo hicimos con una
Europa unida. Por eso, pienso que, sin un derecho global que las ordene, las
nuevas instituciones globales son altamente peligrosas pues fácilmente serán
esclavas de sus muñidores. A la ONU, esa
mole cansina, me remito. Creo que la estrategia ha de ser otra: bosquejemos, en
primer lugar, un plan urbano global; luego, si cabe, construyamos las casas y
los rascacielos, es decir, las instituciones. Otro modo de proceder, es
comenzar a construir la casa por el tejado, permitiendo que, a nivel global, se
imponga una política de hechos consumados, al albur de una plutocracia sin
escrúpulos. Si caemos en sus manos, todo, absolutamente todo, se podría perder.
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