Si el año que terminó lo hemos puesto en la Misericordia de Dios, pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar.
Por: P. Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net
Terminamos un año, y nos invita el tiempo a
reflexionar, a dar gracias por todos los beneficios que se nos ha dado. Ha sido
un año con dificultades y situaciones difíciles que nos han hecho crecer como
personas y como cristianos, porque Dios siempre nos da las cosas que
necesitamos para que crezcamos, para que maduremos. Han sido 365 días que han
tenido sus amaneceres y sus atardeceres, y todo ha tenido su encanto.
Gracias a Dios porque ha sido bueno con nosotros y por ello estamos contentos.
Pongamos en sus Manos misericordiosas el año que terminó, de todo aquello que
hicimos mal, o cuando dejamos de hacer el bien. Todo lo hemos de poner en la
misericordia de Dios, nuestras heridas, nuestros resentimientos, nuestras
envidias, nuestra pereza para hacer el bien, nuestro orgullo frente a la
vida... dejemos en Dios todo aquello que nos ató, aquello que nos esclavizó, y
caminemos con la libertad de los hijos de Dios al encuentro del nuevo año que
acabamos de estrenar.
Iniciar el nuevo año, con un corazón agradecido, porque si no valoramos el
trabajo que Dios ha hecho por nosotros, entramos al nuevo año con la tristeza
del pasado, con la angustia de lo que nos hizo sufrir, y el nuevo tiempo, se
tornaría como el deseo de fugarse del presente para esperar algo nuevo y
esperar algo bueno como si fuera fortuna, como si fuera la suerte... sin ser
responsable de nuestra existencia.
Un nuevo año es tiempo de encuentro y por lo tanto de celebración, porque es
encuentro de oportunidades; ha de ser celebrativo porque lo iniciamos con un
corazón agradecido, ha de ser un tiempo de encuentro donde tenga cabida la
sorpresa, el milagro, el estupor. No es una esperanza fortuita, ni producto de
un juego de azar, sino es ir al encuentro del nuevo tiempo en la esperanza, de
la realización plena del amor de Dios.
Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre,
pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros
días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor,
que, bien sabemos, cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es
Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario
para cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir Su
amor y cada día tiene su propio afán.
El amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas, un amor que se
regocija en compartirse en cada instante, es el mismo Amor que nos ha creado de
la nada. Es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante
especialmente en la Eucaristía. Por eso, podemos aventurarnos ya desde este
momento a desear y esperar un buen año y... ¡Que se realice como nuestro Padre
Dios lo haya dispuesto!
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