CELEBREMOS EL ENCUENTRO CARIÑOSO, AFECTUOSO Y GENEROSO DE ESTE HOMBRE, QUE DIOS LLAMÓ A VIVIR DE UNA MANERA SENCILLA.
Por: P. Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net
José, como padre del recién nacido, le
circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho
inherente a la misión del padre.
José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la
descendencia de Abraham y la de David junto a las promesas del reino mesiánico
y eterno. (cf Rm 1,3; 2 Tm 2,8; Ap 22,16).
Hablar o escribir sobre San José suele ser algo paradójico, ya que por un lado
resulta ser algo muy simple, y por la misma simplicidad muchas veces se nos
complica.
Pero San José es el santo de la simplicidad, el santo del sentido común, el
santo de la sencillez, el santo del silencio. Y se podría seguir enumerando los
calificativos de su santidad y todos sus atributos, y no se trata de hacer eso
en esta pequeña meditación, sino que reflexionemos sobre la fiesta de San José
y celebremos el encuentro cariñoso, afectuoso y generoso, de este hombre que
Dios llamó a vivir de una manera sencilla y su respuesta total a la realización
del proyecto de salvación de Dios.
Para hablar de San José, es necesario hablar del silencio, pues es el santo del
silencio, porque desde ahí supo contemplar el misterio del plan de Dios y
porque solo en el silencio se encuentra lo que se ama. Solo en el silencio
amoroso es desde donde se puede contemplar el misterio más trascendente de la
redención, de un Dios que por amor se ha hecho hombre como nosotros.
Bien podemos decir que San José es el santo modelo de la fe, porque supo
esperar contra toda desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó
ser padre en esta tierra de Jesús hecho niño.
Llama la atención que no escribió nada, no se tiene referencia que haya dicho
algo, simplemente obedeció con gran docilidad. Siempre a la escucha de la voz
de Dios, siempre dispuesto a obedecer a Dios, a pesar de que, más de una vez,
las cosas que se le mandaban no eran fáciles de aceptar.
La simplicidad de vida, el sentido común vivido con amor, haciendo ordinarias
las cosas más extraordinarias… y viviendo extraordinariamente lo ordinario,
porque todo lo vivió en referencia al Padre.
Hoy que hemos avanzado en el conocimiento de las ciencias naturales o en las
ciencias humanas, parece que hemos perdido el sentido común también en la vida
espiritual y nos cuestionamos cómo hemos de vivir el Evangelio, como se puede
tener certeza de que estoy obrando bien, y llegamos a reducir la vida del
Evangelio con portarse bien… y nos olvidamos que lo importante es amar y como
consecuencia del amor está el portarse bien.
Sentido común en la vida espiritual es vivir con docilidad la Voluntad del
Padre, es vivir con corazón agradecido por las bendiciones que de Dios hemos
recibido, es ser conscientes de la misión
personal que se nos ha encomendado y ser fieles a ese llamamiento.
Ser cristiano con sentido común, es vivir la fe sin buscar protagonismos, vivir
nuestra esperanza con la confianza de las promesas que se nos han hecho y vivir
cada instante de vida en el amor, sabedores que solo el amor hace eterno el
instante.
Ser cristiano con sentido común, es vivir la simplicidad de vida con la madurez
del realismo, que se traduce en esa conciencia de que se es capaz de amar y de
ser amado. Para hacer de cada acción, de cada instante, el punto de llegada y
el punto de partida de la realización de la promesa.
San José es Patrono de la Iglesia Universal porque a él se le encomendó el
cuidado de Jesús hecho hombre y el cuidado de la Virgen María, y es patrono de
todos los bautizados porque cuida desde el cielo por cada uno de nosotros que
le hemos sido confiados.
Si bien es cierto que a Cristo se llega por María, por San José nos acercamos a
contemplar el misterio de la Iglesia que a él se le ha encomendado.
Es la presencia de San José en la Iglesia de Dios, destacada por San Mateo,
como varón justo, Esposo verdadero de María y Padre singular y virginal de
Jesús.
Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870;
aunque la fiesta fue suprimida más tarde. Actualmente le recordamos y
celebramos el 19 de marzo.
ORACIÓN
¡Glorioso Patriarca San José!, animado de una
gran confianza en vuestro gran valor, a Vos acudo para que seáis mi protector
durante los días de mi destierro en este valle de lágrimas.
Vuestra altísima dignidad de Padre adoptivo de mi amante Jesús hace que nada se
os niegue de cuanto pidáis en el cielo.
Sed mi abogado, especialmente en la hora de mi muerte, y alcanzadme la gracia
de que mi alma, cuando se desprenda de la carne, vaya a descansar en las manos
del Señor. Amén.
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