jueves, 10 de diciembre de 2020

MONAGUILLOS

MONAGUILLOS PARA EL ALTAR (I)

Enriquece la vida litúrgica, es medio de pastoral y apostolado, signo de una parroquia viva, el cuidar y cultivar que haya muchos monaguillos para poder asistir al altar en las distintas Misas, con una suficiente formación litúrgica y espiritual adaptada a su edad.

    Antes era algo normal y habitual en todas las parroquias, el servicio de niños y jóvenes en la liturgia como monaguillos; pero un viento arrasador arrambló con muchas cosas buenas en la Iglesia, y descuidando la liturgia, secularizándola, desaparecieron las escuelas de monaguillos. Eso fue una gran torpeza.

     Al servicio del altar conviene que haya acólitos y monaguillos, que permiten un desarrollo solemne y preciso de la santa liturgia. Por ellos, se puede realizar una procesión de entrada en la Misa dominical con cruz y cirios, la incensación, la aspersión, preparar el altar en el ofertorio y el lavatorio de manos, las campanas en la consagración, la bandeja para comulgar, etc., así como ayudar en la bendición y reserva del Santísimo (incienso, paño de hombros…), en bautizos y demás celebraciones de la liturgia.

      Los monaguillos colaboran al desarrollo solemne, sagrado, cuidado, de la liturgia. Entran dentro de aquello que se vino en llamar el “ars celebrandi”:

   “Hay que pronunciar bien las palabras. Luego, debe haber una preparación adecuada. Los monaguillos deben saber lo que tienen que hacer; los lectores deben saber realmente cómo han de pronunciar. Asimismo, el coro, el canto, deben estar preparados; el altar se debe adornar bien. Todo ello, aunque se trate de muchas cosas prácticas, forma parte del ars celebrandi” (Benedicto XVI, Encuentro con sacerdotes de Albano, 31-agosto-2006).

     Sin duda, hay que recuperar con paciencia y delicadeza, con toda la prudencia necesaria, la existencia de monaguillos en cada parroquia al servicio del altar del Señor.

     Sería una buena opción pastoral-catequética a partir de la primera comunión ofrecer la escuela de monaguillos en la parroquia, cultivando la vida cristiana con ellos, sacerdotes, algún catequista y los monaguillos y jóvenes acólitos.

      No basta con que los niños se revistan con una túnica como en ocasiones se ve en algunas parroquias; deben saber realmente ayudar la Misa y no simplemente estar decorando el altar. Por ello, deben ensayar qué se hace y cómo se hace, dónde situarse, conocer básicamente los elementos de la liturgia y cuándo se utilizan, etc. Hay que dedicar tiempo a los monaguillos para que adquieran soltura en el altar y sepan comportarse con unción, respeto, atención, que serán, sin duda, ejemplares para todos, como un apostolado específico de los monaguillos:

     “Queridos monaguillos, en realidad vosotros ya sois apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro servicio al altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento, vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres” (Benedicto XVI, Aud. General, 2-agosto-2006).

      En este proceso educativo, a los monaguillos, despertando su responsabilidad personal, adaptada a su edad, hay que hacerles comprender la importancia de lo que hacen y la cercanía tan especial, tan íntima, con el Señor en el altar, y ser sus amigos de una manera más cercana. A ello contribuirá que todos los monaguillos con el sacerdote y un catequista tengan un rato breve, adaptado a ellos, de oración en el Sagrario así como acostumbrarlos a que siempre lo primero que han de hacer es llegarse al Sagrario a saludar a Jesús y prepararse para la Misa. Desde luego lo harán más fácil y gustosamente si están acostumbrados a ver a su sacerdote rezar en el Sagrario, pararse con el Señor en el Sagrario… Entonces imitarán lo que ven con mucho gusto, con mucha naturalidad.

     Sí, son necesarios los monaguillos y desempeñan un ministerio muy particular:

     “El monaguillo ocupa un lugar privilegiado en las celebraciones litúrgicas. Quien desempeña el servicio durante la misa, se presenta a una comunidad. Experimenta de cerca que en cada acción litúrgica Jesucristo está presente y operante… De este modo, en la liturgia, sois mucho más que simples “ayudantes del párroco”. Sobre todo, sois servidores de Jesucristo, el sumo y eterno Sacerdote. Así vosotros, monaguillos, estáis llamados en particular a ser jóvenes amigos de Jesús” (Juan Pablo II, Audiencia general, 1-agosto-2001).

      En este grupo amplio de monaguillos, hay que saber distribuir funciones y responsabilidades que les estimulen y les ayuden a tomarse muy en serio este servicio. Deben distribuirse para que el altar sea asistido en todas las Misas, y no sólo en la Misa mayor o en la Misa con niños. Así, distribuir turnos, encargar distintas responsabilidades (encargado de preparar la Misa, responsable del incienso, etc.), les ayuda a los monaguillos a crecer y madurar, disfrutando de ejercer ese servicio litúrgico en la parroquia. Con palabras de san Pablo VI:

    “Que todos recuerde en seguida la importancia del pequeño clero. La importancia religiosa, ante todo, para el culto divino; vosotros lo sabéis muy bien y también los mayores, en especial los buenos sacerdotes lo saben muy bien. ¿Cómo realizar una hermosa función religiosa sin vosotros? No es posible; hoy especialmente, cuando hay escasez de sacerdotes, hemos de recurrir al pequeño clero… bullicioso. Pero vosotros no sois, de hecho, bulliciosos, intranquilos y desordenados durante las ceremonias sagradas; sois muy disciplinados si alguno os enseña y os dirige; otras veces algunos de vosotros, veterano y avezado, os dirige perfectamente; y dais a todos ejemplo de cómo ha de ser la actitud en la Iglesia, compuestos, tranquilos, atentos, devotos. Sabéis hacerlo todo, responder en la misa, tocar la campanilla, ser magníficos acólitos, ir en las procesiones y también cantar, que es la cosa más difícil y también más bella, y para vosotros, cuando lo habéis aprendido, la más querida casi divertida. Sois bravos, decíamos, e importantes. Sin vosotros, ¿qué haría la santa Iglesia para presentarse con honor? Y vosotros lo comprendéis: por eso os gusta tener cargos de confianza en las funciones sagradas; y si alguna vez disputáis entre vosotros, es para llegar antes que los demás y conseguir algún servicio importante y delicado que realizar. Tenéis conciencia de contribuir a algo serio y sagrado; y así es: dais honor a Dios” (Pablo VI, Homilía, 25-abril-1964).

      Ser monaguillo, e ir recibiendo esta educación tanto litúrgica como espiritual, permite crecer en la experiencia religiosa, en la dimensión mística de nuestro ser; cada cual según su edad, lógicamente, pero saboreando algo de lo divino que se nos da en la liturgia. A ello contribuye la formación de los monaguillos en una parroquia, a que estos niños y jóvenes crezcan interiormente en una conciencia religiosa clara, en una experiencia del Misterio que se da:

     “Servid con generosidad a Jesús presente en la Eucaristía. Es una tarea importante, que os permite estar muy cerca del Señor y crecer en una amistad verdadera y profunda con él…

     Cada vez que os acercáis al altar, tenéis la suerte de asistir al gran gesto de amor de Dios, que sigue queriéndose entregar a cada uno de nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos, darnos fuerza para vivir bien…

     Sois afortunados por poder vivir de cerca este inefable misterio. Realizad con amor, con devoción y con fidelidad vuestra tarea de monaguillos. No entréis en la iglesia para la celebración con superficialidad; antes bien preparaos interiormente para la santa misa. Ayudando a vuestros sacerdotes en el servicio del altar, contribuís a hacer que Jesús esté más cerca, de modo que las personas puedan sentir y darse cuenta con más claridad de que él está aquí; vosotros colaboráis para que él pueda estar más presente en el mundo, en la vida de cada día, en la Iglesia y en todo lugar…

     Jesús nos pide la fidelidad en las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la participación interior, nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este tesoro en la vida de cada día. Nos pide la fidelidad en las tareas diarias, el testimonio de su amor, frecuentando la Iglesia por convicción interior y por la alegría de su presencia” (Benedicto XVI, Audiencia general, 4-agosto-2010).

MONAGUILLOS PARA EL ALTAR (y II)

     Tan cerca del Señor, y acompañados por sacerdotes y catequistas, el grupo de monaguillos puede ser un pequeño seminario, un ámbito donde nazca la vocación sacerdotal, como podemos atestiguar muchos sacerdotes que hemos sido llamados así. Muchas vocaciones nacen del grupo de monaguillos de una parroquia: cercanía del Señor y testimonio de un sacerdote, son los signos indelebles que se graban en el alma.

     ¡Qué importante que en cada parroquia, de modo estable, haya un buen grupo de monaguillos! Servidores del altar, vivirán un itinerario formativo cristiano y espiritual, cuidarán del trato con Cristo adaptado a su edad y, por gracia, puede que nazcan vocaciones de entre ellos:

     “Para este fin será utilísimo escoger algunos niños piadosos de todas las clases de la sociedad y bien instruidos, que con desinterés y buena voluntad sirvan devota y asiduamente al altar; misión que los padres aunque sean de la más alta y más culta sociedad, deben tener a gran honra.

      Si algún sacerdote tomase a su cuidado y vigilancia el que estos jovencitos bien instruidos cumpliesen tan oficio con reverencia y constancia en las horas establecidas, no sería difícil que de este núcleo surgiesen nuevas vocaciones para el sacerdocio, ni se daría ocasión para que el clero –como ocurre demasiado aun en países muy católicos- se lamente de no hallar quienes respondan o ayuden en la celebración del augusto sacrificio” (Pío XII, Mediator Dei, nn. 245-246).

     Es una propuesta formativa y de vida cristiana, donde hay que lanzar la pregunta vocacional específica y acompañar a los chicos; hay que lograr que ellos se cuestionen su futuro y su vocación. Así se dirigía a los monaguillos san Juan Pablo II:

    “Vivís de cerca, más bien desde dentro, la vida misma de la Santa Iglesia de Dios. Al prestar vuestro servicio en la Mesa Eucarística y en las diversas celebraciones litúrgicas, vosotros sacáis directamente “de las fuentes de la salvación” (Is 12,3) el vigor necesario para vivir bien ya hoy, y también para afrontar luego con mayor impulso vuestro porvenir. Ciertamente muchos de vosotros, si no todos, os habéis preguntado ya sobre vuestro propio mañana, sobre las cosas grandes que haréis. Pues bien, yo estoy convencido de que a no pocos de vosotros se les ha presentado también la perspectiva de servir a Dios y a la Iglesia como sacerdotes, es decir, como anunciadores del Evangelio a quien no lo conoce y como pastores amablemente dispuestos a ayudar a los otros cristianos a vivir en profundidad su fe y su unión con el Señor. Por esto digo a todos los que han sentido ya eta llamada en su corazón: cultivad esta semilla, abríos con alguno que pueda dirigiros, y, sobre todo, sed generosos. La Iglesia os necesita; el Señor mismo os necesita, como cuando se sirvió de los pocos panes de un muchacho para saciar a una multitud de gente (cf. Jn 6,9-11)” (Juan Pablo II, Disc. a una peregrinación de monaguillos de la diócesis de Vicenza (Italia), 5-septiembre-1979).

      Esto es también propuesta pastoral y, tal como estamos, periferia: cuidar la vida cristiana de niños y jóvenes mediante una escuela de monaguillos, sirviendo al altar, tratando con el Señor de cerca, formándose, dando testimonio de amor a Jesús, de devoción y recogimiento, y planteándose la vida como vocación. Hoy en cada parroquia deberíamos volver a mimar y formar un buen grupo de monaguillos, dedicarles tiempo, enseñarles pacientemente, sacerdote y algún o algunos catequistas.

    Hagamos realidad en cada parroquia esta propuesta de san Juan Pablo II:

     “Precisamente en esta perspectiva, queridos hermanos sacerdotes, junto con otras iniciativas, cuidad especialmente de los monaguillos, que son como un “vivero” de vocaciones sacerdotales. El grupo de acólitos, atendido por vosotros dentro de la comunidad parroquial, puede seguir un itinerario valioso de crecimiento cristiano, formando como una especie de pre-seminario. Educad a la parroquia, familia de familias, a que vean en los acólitos a sus hijos, “como renuevos de olivo” alrededor de la mesa de Cristo, Pan de vida.

     Aprovechando la colaboración de las familias más sensibles y de los catequistas, seguid con solicitud al grupo de los acólitos para que, mediante el servicio de altar, cada uno de ellos aprenda a amar cada vez más al Señor Jesús, lo reconozca realmente presente en la Eucaristía y aprecie la belleza de la liturgia. Todas las iniciativas en favor de los acólitos, organizadas en el ámbito diocesano o de las zonas pastorales, deben ser promovidas y animadas, teniendo siempre en cuenta las diversas fases de edad…

    En fin, no olvidéis que los primeros “apóstoles” de Jesús, Sumo Sacerdote, sois vosotros mismos: vuestro testimonio cuenta más que cualquier otro medio o subsidio. En la regularidad de las celebraciones dominicales y diarias, los acólitos se encuentran con vosotros, en vuestras manos ven “realizarse” la Eucaristía, en vuestro rostro leer el reflejo del Misterio, en vuestro corazón intuyen la llamada de un amor más grande. Sed para ellos padres, maestros y testigos de piedad eucarística y santidad de vida” (Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes, 2004).

Javier Sánchez Martínez

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