Enriquece
la vida litúrgica, es medio de pastoral y apostolado, signo de una parroquia
viva, el cuidar y cultivar que haya muchos monaguillos para poder asistir al
altar en las distintas Misas, con
una suficiente formación litúrgica y espiritual adaptada a su edad.
Antes era
algo normal y habitual en todas las parroquias, el servicio de niños y jóvenes
en la liturgia como monaguillos; pero un viento arrasador arrambló con muchas
cosas buenas en la Iglesia, y descuidando la liturgia, secularizándola,
desaparecieron las escuelas de monaguillos. Eso fue una gran torpeza.
Al
servicio del altar conviene que haya acólitos y monaguillos, que permiten un desarrollo solemne y preciso de
la santa liturgia. Por ellos, se puede realizar una procesión de entrada
en la Misa dominical con cruz y cirios, la incensación, la aspersión, preparar
el altar en el ofertorio y el lavatorio de manos, las campanas en la
consagración, la bandeja para comulgar, etc., así como ayudar en la bendición y
reserva del Santísimo (incienso, paño de hombros…), en bautizos y demás
celebraciones de la liturgia.
Los monaguillos colaboran al desarrollo solemne, sagrado, cuidado, de la
liturgia. Entran dentro de aquello que se vino en llamar el “ars celebrandi”:
“Hay que pronunciar bien las palabras. Luego, debe haber
una preparación adecuada. Los monaguillos deben saber lo que tienen que hacer;
los lectores deben saber realmente cómo han de pronunciar. Asimismo, el coro,
el canto, deben estar preparados; el altar se debe adornar bien. Todo ello,
aunque se trate de muchas cosas prácticas, forma parte del ars celebrandi” (Benedicto
XVI, Encuentro con sacerdotes de Albano, 31-agosto-2006).
Sin
duda, hay que recuperar con paciencia y delicadeza, con toda la prudencia
necesaria, la existencia de monaguillos en cada parroquia al servicio del altar
del Señor.
Sería una buena opción pastoral-catequética a
partir de la primera comunión ofrecer la escuela de monaguillos en la
parroquia, cultivando la vida cristiana con ellos, sacerdotes, algún catequista
y los monaguillos y jóvenes acólitos.
No basta con que los niños se revistan con una
túnica como en ocasiones se ve en algunas parroquias; deben saber
realmente ayudar la Misa y no simplemente estar
decorando el altar. Por ello, deben ensayar qué se hace y cómo se
hace, dónde situarse, conocer básicamente los elementos de la liturgia y cuándo
se utilizan, etc. Hay que dedicar tiempo a los monaguillos para que adquieran
soltura en el altar y sepan comportarse con unción, respeto, atención, que
serán, sin duda, ejemplares para todos, como un apostolado específico de los
monaguillos:
“Queridos monaguillos, en realidad vosotros ya sois
apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro
servicio al altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento,
vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el
canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de
cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres” (Benedicto
XVI, Aud. General, 2-agosto-2006).
En este proceso educativo, a los
monaguillos, despertando su responsabilidad personal, adaptada a su edad, hay
que hacerles comprender la importancia de lo que hacen y la cercanía tan
especial, tan íntima, con el Señor en el altar, y ser sus amigos de una manera
más cercana. A ello contribuirá que todos
los monaguillos con el sacerdote y un catequista tengan un rato breve, adaptado
a ellos, de oración en el Sagrario así como acostumbrarlos a que siempre
lo primero que han de hacer es llegarse al Sagrario a
saludar a Jesús y prepararse para la Misa. Desde luego lo harán más fácil y
gustosamente si están acostumbrados a ver a su sacerdote rezar en el Sagrario,
pararse con el Señor en el Sagrario… Entonces imitarán lo que ven con mucho
gusto, con mucha naturalidad.
Sí, son necesarios los
monaguillos y desempeñan un ministerio muy particular:
“El monaguillo ocupa un lugar privilegiado en las
celebraciones litúrgicas. Quien desempeña el servicio durante la misa, se
presenta a una comunidad. Experimenta de cerca que en cada acción litúrgica
Jesucristo está presente y operante… De este modo, en la liturgia, sois mucho
más que simples “ayudantes del párroco”. Sobre todo, sois servidores de
Jesucristo, el sumo y eterno Sacerdote. Así vosotros, monaguillos, estáis
llamados en particular a ser jóvenes amigos de Jesús” (Juan Pablo II,
Audiencia general, 1-agosto-2001).
En este grupo amplio de monaguillos, hay que saber distribuir funciones y responsabilidades que les estimulen y
les ayuden a tomarse muy en serio este servicio. Deben distribuirse para que el altar sea asistido en todas las Misas, y
no sólo en la Misa mayor o en la Misa con niños. Así, distribuir turnos,
encargar distintas responsabilidades (encargado de preparar la Misa,
responsable del incienso, etc.), les ayuda a los monaguillos a crecer y
madurar, disfrutando de ejercer ese servicio litúrgico en la parroquia. Con
palabras de san Pablo VI:
“Que todos recuerde en seguida la importancia del pequeño
clero. La importancia religiosa, ante todo, para el culto divino; vosotros lo
sabéis muy bien y también los mayores, en especial los buenos sacerdotes lo
saben muy bien. ¿Cómo realizar una hermosa función religiosa sin vosotros? No
es posible; hoy especialmente, cuando hay escasez de sacerdotes, hemos de
recurrir al pequeño clero… bullicioso. Pero vosotros no sois, de hecho,
bulliciosos, intranquilos y desordenados durante las ceremonias sagradas; sois
muy disciplinados si alguno os enseña y os dirige; otras veces algunos de
vosotros, veterano y avezado, os dirige perfectamente; y dais a todos ejemplo
de cómo ha de ser la actitud en la Iglesia, compuestos, tranquilos, atentos,
devotos. Sabéis hacerlo todo, responder en la misa, tocar la campanilla, ser
magníficos acólitos, ir en las procesiones y también cantar, que es la cosa más
difícil y también más bella, y para vosotros, cuando lo habéis aprendido, la
más querida casi divertida. Sois bravos, decíamos, e importantes. Sin vosotros,
¿qué haría la santa Iglesia para presentarse con honor? Y vosotros lo
comprendéis: por eso os gusta tener cargos de confianza en las funciones
sagradas; y si alguna vez disputáis entre vosotros, es para llegar antes que
los demás y conseguir algún servicio importante y delicado que realizar. Tenéis
conciencia de contribuir a algo serio y sagrado; y así es: dais honor a Dios” (Pablo
VI, Homilía, 25-abril-1964).
Ser monaguillo, e ir recibiendo esta educación tanto litúrgica como espiritual,
permite crecer en la experiencia religiosa, en la dimensión mística de nuestro
ser; cada cual según su edad, lógicamente, pero saboreando algo de lo divino
que se nos da en la liturgia. A ello contribuye la formación de los monaguillos
en una parroquia, a que estos niños y jóvenes crezcan interiormente en una
conciencia religiosa clara, en una experiencia del Misterio que se da:
“Servid con generosidad a Jesús presente en la Eucaristía. Es una tarea
importante, que os permite estar muy cerca del Señor y crecer en una amistad
verdadera y profunda con él…
Cada vez que os acercáis al altar, tenéis la suerte de asistir al gran gesto de
amor de Dios, que sigue queriéndose entregar a cada uno de nosotros, estar
cerca de nosotros, ayudarnos, darnos fuerza para vivir bien…
Sois afortunados por poder vivir de cerca este inefable misterio. Realizad con
amor, con devoción y con fidelidad vuestra tarea de monaguillos. No entréis en
la iglesia para la celebración con superficialidad; antes bien preparaos
interiormente para la santa misa. Ayudando a vuestros sacerdotes en el servicio
del altar, contribuís a hacer que Jesús esté más cerca, de modo que las
personas puedan sentir y darse cuenta con más claridad de que él está aquí;
vosotros colaboráis para que él pueda estar más presente en el mundo, en la
vida de cada día, en la Iglesia y en todo lugar…
Jesús nos pide la fidelidad en las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la
participación interior, nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este
tesoro en la vida de cada día. Nos pide la fidelidad en las tareas diarias, el
testimonio de su amor, frecuentando la Iglesia por convicción interior y por la
alegría de su presencia” (Benedicto XVI, Audiencia general, 4-agosto-2010).
MONAGUILLOS PARA EL
ALTAR (y II)
Tan
cerca del Señor, y acompañados por sacerdotes y catequistas, el grupo de
monaguillos puede ser un pequeño seminario, un ámbito donde nazca la vocación sacerdotal, como podemos
atestiguar muchos sacerdotes que hemos sido llamados así. Muchas vocaciones
nacen del grupo de monaguillos de una parroquia: cercanía del Señor y
testimonio de un sacerdote, son los signos indelebles que se graban en el alma.
¡Qué importante que en cada parroquia, de modo estable,
haya un buen grupo de monaguillos! Servidores del altar, vivirán un
itinerario formativo cristiano y espiritual, cuidarán del trato con Cristo
adaptado a su edad y, por gracia, puede que nazcan vocaciones de entre ellos:
“Para este fin será utilísimo escoger algunos niños
piadosos de todas las clases de la sociedad y bien instruidos, que con
desinterés y buena voluntad sirvan devota y asiduamente al altar; misión que
los padres aunque sean de la más alta y más culta sociedad, deben tener a gran
honra.
Si algún sacerdote tomase a su cuidado y vigilancia el que estos jovencitos
bien instruidos cumpliesen tan oficio con reverencia y constancia en las horas
establecidas, no sería difícil que de este núcleo surgiesen nuevas vocaciones
para el sacerdocio, ni se daría ocasión para que el clero –como ocurre
demasiado aun en países muy católicos- se lamente de no hallar quienes
respondan o ayuden en la celebración del augusto sacrificio” (Pío XII, Mediator Dei, nn.
245-246).
Es
una propuesta formativa y de vida cristiana, donde hay que lanzar la pregunta
vocacional específica y acompañar a los chicos; hay que lograr que ellos se
cuestionen su futuro y su vocación. Así se dirigía a los monaguillos san Juan
Pablo II:
“Vivís de cerca, más bien desde dentro, la vida misma de
la Santa Iglesia de Dios. Al prestar vuestro servicio en la Mesa Eucarística y
en las diversas celebraciones litúrgicas, vosotros sacáis directamente “de las
fuentes de la salvación” (Is 12,3) el vigor necesario para vivir bien ya hoy, y
también para afrontar luego con mayor impulso vuestro porvenir. Ciertamente
muchos de vosotros, si no todos, os habéis preguntado ya sobre vuestro propio
mañana, sobre las cosas grandes que haréis. Pues bien, yo estoy convencido de
que a no pocos de vosotros se les ha presentado también la perspectiva de
servir a Dios y a la Iglesia como sacerdotes, es decir, como anunciadores del
Evangelio a quien no lo conoce y como pastores amablemente dispuestos a ayudar
a los otros cristianos a vivir en profundidad su fe y su unión con el Señor.
Por esto digo a todos los que han sentido ya eta llamada en su corazón:
cultivad esta semilla, abríos con alguno que pueda dirigiros, y, sobre todo,
sed generosos. La Iglesia os necesita; el Señor mismo os necesita, como cuando
se sirvió de los pocos panes de un muchacho para saciar a una multitud de gente
(cf. Jn 6,9-11)” (Juan Pablo II, Disc. a una peregrinación de
monaguillos de la diócesis de Vicenza (Italia), 5-septiembre-1979).
Esto es también propuesta pastoral y, tal como estamos, periferia: cuidar la vida
cristiana de niños y jóvenes mediante una escuela de monaguillos, sirviendo al
altar, tratando con el Señor de cerca, formándose, dando testimonio de amor a
Jesús, de devoción y recogimiento, y planteándose la vida como vocación. Hoy en cada parroquia
deberíamos volver a mimar y formar un buen grupo de monaguillos, dedicarles
tiempo, enseñarles pacientemente, sacerdote y algún o algunos catequistas.
Hagamos realidad en cada
parroquia esta propuesta de san Juan Pablo II:
“Precisamente en esta perspectiva, queridos hermanos
sacerdotes, junto con otras iniciativas, cuidad especialmente de los
monaguillos, que son como un “vivero” de vocaciones sacerdotales. El grupo de
acólitos, atendido por vosotros dentro de la comunidad parroquial, puede seguir
un itinerario valioso de crecimiento cristiano, formando como una especie de
pre-seminario. Educad a la parroquia, familia de familias, a que vean en los
acólitos a sus hijos, “como renuevos de olivo” alrededor de la mesa de Cristo,
Pan de vida.
Aprovechando la colaboración de las familias más sensibles y de los
catequistas, seguid con solicitud al grupo de los acólitos para que, mediante
el servicio de altar, cada uno de ellos aprenda a amar cada vez más al Señor
Jesús, lo reconozca realmente presente en la Eucaristía y aprecie la belleza de
la liturgia. Todas las iniciativas en favor de los acólitos, organizadas en el
ámbito diocesano o de las zonas pastorales, deben ser promovidas y animadas,
teniendo siempre en cuenta las diversas fases de edad…
En fin, no olvidéis que los primeros “apóstoles” de Jesús, Sumo Sacerdote, sois
vosotros mismos: vuestro testimonio cuenta más que cualquier otro medio o
subsidio. En la regularidad de las celebraciones dominicales y diarias, los
acólitos se encuentran con vosotros, en vuestras manos ven “realizarse” la
Eucaristía, en vuestro rostro leer el reflejo del Misterio, en vuestro corazón
intuyen la llamada de un amor más grande. Sed para ellos padres, maestros y
testigos de piedad eucarística y santidad de vida” (Juan Pablo II, Carta a los
sacerdotes, 2004).
Javier Sánchez
Martínez
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