Un médico es la caricia amorosa de Dios.
Por: + Javier Card. Lozano Barragán | Fuente:
Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud
EL
MÉDICO CATÓLICO
Al médico católico, su profesión le exige ser
custodio y servidor de la vida humana. Debe hacerlo mediante una presencia
vigilante y solícita al lado de los enfermos. La actividad médico-sanitaria se
funda sobre una relación interpersonal, es un encuentro entre una confianza y
una conciencia. La confianza de un hombre marcado por el sufrimiento y la
enfermedad que se confía a otro hombre que puede hacerse cargo de su necesidad
y que lo va a encontrar para asistirlo, cuidarlo y sanarlo.
El paciente no es sólo un caso clínico sino un hombre enfermo hacia el cual el
médico deberá adoptar una actitud de sincera simpatía, padeciendo junto con él,
mediante una participación personal en las situaciones concretas del paciente
individual. Enfermedad y sufrimiento son fenómenos que tocados a fondo van más
allá de la medicina y tocan la esencia de la condición humana en este mundo.
El médico que se ocupa de ellos deberá se consciente de que allí esta implicada
toda la humanidad y le es requerida una entrega total. Esta es la misión que lo
constituye, y es el fruto de una llamada o vocación que el médico escucha,
personificada en el rostro sufriente e invocante del paciente confiado a sus
cuidados. Aquí se enlaza la misión del médico de dar la vida, con la del mismo
Cristo que vino a dar la vida y darla en abundancia (Jn 10,10). Esta vida
trasciende la vida física hasta llegar a la altura de la Santísima Trinidad, es
la vida nueva y eterna que consiste en la comunión con el Padre a la que todo
hombre está llamado gratuitamente en el Hijo, por obra del Espíritu Santo.
El médico es como el buen samaritano que se detiene al lado del enfermo
haciéndose su próximo (prójimo) por su comprensión y simpatía, en una palabra,
por su caridad. Así el médico participa del amor de Dios como su instrumento
difusivo y a la vez se contagia del amor de Dios hacia el hombre.
Esta es la caridad terapéutica de Cristo que pasó haciendo el bien y sanando a
todos (Hch 10,38). Y al mismo tiempo, la caridad hacia Cristo representado en
cada paciente. El es el que es curado en cada hombre o mujer, "cuando estaba enfermo, me fuiste a ver",
como dirá el Señor en el Juicio final (Mt 25,31-40).
De aquí resulta que la identidad del médico es la identidad recibida por su
ministerio terapéutico, su ministerio de la vida. Es un colaborador de Dios en
la recuperación de la salud en el cuerpo del enfermo. La Iglesia asume el
trabajo del médico como un momento de su ministerio, pues considera el servicio
a los enfermos, parte integrante de su misión; sabe bien que el mal físico
aprisiona al espíritu, así como el mal del espíritu somete al cuerpo. De esta
manera, el médico con su ministerio terapéutico participa de la acción pastoral
y evangelizadora de la Iglesia. Los caminos por los que debe caminar son los
marcados por la dignidad de la persona humana y por tanto de la ley Moral. En
especial cuando trata de ejercer su actividad en el campo de la Biogenética y
la Biotecnología. La Bioética le dará sus cauces delineándole sus principios de
acción .
LA IDENTIDAD DEL MÉDICO
En esta posición del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud se
encuentra una síntesis apretada de la identidad cristiana del médico; como lo
había ya mencionado, me esforzaré por reflexionar sobre dicha identidad
fijándome en especial en que se trata de una identidad recibida por una
vocación y una misión que funda un ministerio del todo especial, el ministerio
terapéutico, el ministerio de la vida, el ministerio de la salud.
LA VOCACIÓN Y LA IGLESIA
Empezamos refiriéndonos a la significación de la vocación en la Iglesia. Muchas
veces las etimologías ayudan a remontarnos al sentido original de palabras que
usamos con frecuencia y que parecen desgastadas por el uso. Una de ellas es la
palabra Iglesia. Nos situamos en dos etimologías, la griega y la latina. Su
etimología griega nos lleva al verbo ´EKKALEIN,
llamar. La Iglesia, "EKKLESIA", sería
el participio plural del verbo ´ekkalein, y
significaría los llamados.
Ahora, situándonos en la perspectiva etimológica latina, La Iglesia es el
efecto de la "Vocación"; La "Vocación", etimológicamente hablando,
es la acepción latina sustantivada del verbo latino VOCARE,
llamar, (lo mismo que "ekkalein")
significaría así la misma llamada que congrega a los llamados, esto es, que
congrega a la Iglesia. La vocación pues hace la Iglesia.
La única "Vocación" o llamada
fundamental es la que hace Dios con la Palabra con la que llama a la existencia
a todo lo que existe, y esta llamada, esta "vocación"
primigenia, es Cristo; que es la Palabra de Dios por la que todo lo que
existe y cada uno de nosotros, se llama a la existencia (Cf Ef 1,3-10; Col
1,15-20). Es en particular interesante constatar que la forma máxima de llamar
hoy de parte de Dios a todo lo que existe, la máxima presencia de Cristo en el
mundo, tenga su realización en la Eucaristía, pues es el memorial, la
presencialización de Cristo en el hoy de la historia (Cf Lc 22,19).
En esta llamada de Dios, descubrimos tres momentos esenciales de la misma que
la constituyen y que podemos sintetizar con tres palabras: "SER", "CON", "PARA". Esto
es, somos llamados para ser (existir), con Dios, para los demás.
Así por ejemplo lo podemos comprobar en la llamada que Cristo hace a sus
apóstoles (Mc 3,14-15), y muy en especial en la llamada que hace a la Virgen
María para que sea la Madre de Dios, el Mesías (Lc 1,26-38). Pero se trata de
un paradigma que se extiende por toda la historia de la Salvación.
Estas tres palabras de la Vocación nos van a servir como pauta para reflexionar
sobre la doctrina pontificia acerca de la identidad del médico católico que
expusimos en la Carta del Pontificio Consejo.
1. "SER"
Cuando hablamos del "Ser" en la
vocación, hablamos de la existencia total. Dios habla y todo empieza a existir.
Dice el Génesis: "Entonces dijo Dios: que haya
luz. Y hubo luz...(1,3). Cuando Dios pronuncia su Palabra, ésta es
práctica: hace lo que dice, y todo tiene en ella su
consistencia, su inicio y su fin, su totalidad.
Cuando hablamos del auténtico médico católico, éste es tal por una verdadera
vocación recibida de Dios mismo del cual recibe toda su existencia, por
supuesto que sin excluir la colaboración al llamado de parte del mismo médico. ¿Cómo y en qué consiste la vocación médica, a qué llama
Dios al médico?: diseñamos a continuación
algunos rasgos del "ser" de esta llamada.
1.1. LA PROFESIÓN
En primer lugar diremos que Dios llama al médico para una profesión, que no es
lo mismo que para un oficio. Profesiones propiamente se reconocen en la
historia tres, la del sacerdote, la del médico y la del gobernante o del juez.
Hay que notar que como decíamos anteriormente la profesión es algo ligado con
la profesión de la fe, es algo religioso.
La profesión no es algo propiamente jurídico, pues lo jurídico en sentido
positivo puede llevarse a cabo o no, o cambiarse según la voluntad de los que
contraen una obligación, en cambio, la profesión es una obligación y una
responsabilidad que se contrae con Dios mismo. Es una responsabilidad, y una
responsabilidad significa originariamente la capacidad de responder, responder
viene del griego "Spenden" que
originariamente significa ofrecer un sacrificio de libación a Dios. La
responsabilidad profesional médica significa un compromiso (Compromiso es syngrafein en griego, significa escribir jun-tos)
que se escribe a partida doble entre el hombre y Dios.
De esta sacralidad de la profesión médica se origina el juramento de
Hipócrates, es el juramento de no hacer el mal al paciente, hacerle siempre el
bien y estar totalmente por la vida en todas sus etapas, juramento que no es
una promesa que se hace al paciente, sino que se hace directamente a Dios. La
vocación del médico en este contexto es una vocación que nace del amor de Dios,
es a Dios a quien el médico sigue en esta profesión, como el Bien sumamente
amable.
1.2. EL AMOR DE DIOS EN EL
MÉDICO
Sin embargo, a pesar de lo sublime de esta posición hipocrática, ésta es
limitada y defectuosa. Hablábamos del amor de Dios, pero este amor, de acuerdo
con la mentalidad griega clásica, la mentalidad de Sócrates y Platón, de la
cual participaba Hipócrates, es algo defectuoso pues presupone necesidad y
nunca es plenitud. De hecho, para la Filosofía clásica griega, Dios no ama. Es
sumamente amable, pero no ama, pues amar significaría carencia y Dios no puede
carecer de nada. El amor es propio sólo del hombre necesitado e interesado en
saciarse, no de Dios el Omniperfecto. En la Mitología griega, el amor nace de
Poros y Penia en las bodas de Afrodita. Poros representa el expediente, la
necesidad, y Penia, la pobreza; juntando necesidad con pobreza, nace el amor
como deseo interesado.
Esta mentalidad es totalmente corregida por la Revelación divina: Dios mismo es Amor. Es esta la definición más
profunda de Dios. Su amor no consiste en que carezca de algo, sino en la máxima
difusión de su propia bondad, que en tal forma se presenta que Dios Padre llega
a amar tanto al mundo al que ha creado por amor difusivo de sí, que le entrega
hasta la muerte a su Hijo Unigénito (Jn 3,16).
Por eso la profesión cristiana médica se centra en el amor, pero no en el amor
interesado y pobre, hipocrático, sino que imita al amor perfecto de Dios y
tiene su paradigma en el Buen Samaritano que en tal manera padece juntamente
con el enfermo, en tal forma lo compadece, que provee a todo lo que éste
necesita para su curación. En esta forma el Buen samaritano viene a ser el
ejemplo a imitar por el médico cristiano. El Buen samaritano es la figura de
Cristo que se ha compadecido de toda la humanidad enferma y caída, y la ha
levantado hasta su deificación; es el amor infinito y está tanto en el que ama
como en el que es amado, está en ambos como plenitud. Y así el Buen Samaritano
es la figura que identifica al médico que se compadece en hasta tal punto del
paciente que hace todo lo que está de su parte para devolverle la salud, por
amor de plenitud .
Hablando del amor que el médico debe tener a Dios y así a sus pacientes, el
Papa Pío XII nos habla de los mandamientos de la ley de Dios en el ámbito de la
medicina. Nos habla del primer mandamiento que es amar a Dios sobre todas las
cosas y del segundo que es amar al prójimo como a uno mismo y en este amor hace
consistir la identidad del médico cuando sus relaciones con el paciente están
rodeadas de humanidad y comprensión, de delicadeza y solicitud.
El mismo Papa Pío XII complementa los rasgos del ser del médico aludiendo a
otros dos mandamientos en especial, al quinto, "no
matarás" y al octavo, "no
mentirás".
1.3. RESPETO Y DEFENSA DE LA
VIDA
En cuanto al quinto mandamiento nos recuerda cómo la identidad del médico
cristiano consiste en que por el amor que está obligado a tener a Dios y a su
paciente, está totalmente obligado a defender la vida en cualquier etapa en la
que ésta se encuentre, pero en especial en las etapas en las que más débil se
sienta, como son las iniciales y terminales. Su personalidad se diseña desde un
claro y absoluto no al aborto y no a la eutanasia. En el quinto mandamiento se
comprende toda la significación de la vida humana, como un don dado por Dios en
mera administración al hombre y a la mujer, y que sólo deberá tener su origen
dentro del matrimonio.
1.4. LA FORMACIÓN MÉDICA
En el octavo mandamiento, "no mentirás", nos
habla del compromiso claro del médico hacia la verdad, tanto a la verdad de la
enfermedad y de la salud, como a la verdad de la ciencia médica.
La identidad del médico viene desde la formación que recibe, ahora bien, si
atendemos a la que viene dándose en muchas Facultades de medicina podemos
constatar que ésta tiene muchas deficiencias, en efecto, el curriculum
escolástico de la carrera médica tiene dos partes esenciales, la primera es de
los conocimientos básicos y la segunda de los conocimientos que se obtienen por
las ciencias clínicas divididas por disciplinas o bien por su consideración de
los diversos órganos del cuerpo humano. Es obvio que estas asignaturas deban
impartirse, pero lo que a la vez se constata es que hay un reduccionismo biotécnico;
en la exposición de las materias se ha perdido su valor antropocéntrico y los
valores éticos, afectivos y existenciales. El médico se entiende desde los
requerimientos del paciente y las exigencias de un sistema economicista
sanitario con plena indiferencia por las violaciones de los derechos del
hombre, en especial de la vida humana.
Muchas veces encontramos como paradigma de las aplicaciones clínicas actuales
una fragmentación y reducción del paciente a órganos y funciones biológicas o
tecnológicas y a medicamentos; se pretende llegar a un dominio de conocimientos
especializados fragmentados sin la perspectiva de totalidad mediante conocimientos
y competencias relacionales con otros campos humanos fuera de la medicina; la
idea de salud se propone como adaptación pasiva a estímulos patógenos y de
naturaleza biofísica; la adaptación de la clínica se hace con referencia tantas
veces exclusiva a los requerimientos, incluso económicos, del sistema sanitario
nacional; se constata la pérdida de los valores éticos en la medicina y el
anonimato de los pacientes; incluso se ve que se da poco valor a los aspectos
existenciales de la profesión médica, a la persona del paciente, del médico y
de la enfermera.
Frente a esta problemática del "ser" médico
desde sus inicios en la formación que se recibe, se han formulado una serie de
métodos que han sido concebidos para hacer activa la enseñanza, especialmente
desde el llamado PBL (Problem Based Learning) y el método de enseñanza
orientado hacia la comunidad que entiende al médico como una persona
necesariamente competente a nivel relacional y científico, inserto en una
realidad comunitaria, capaz de colaborar con otras figuras sanitarias y
administrar los recursos a disposición en un continuo aprendizaje, como abogado
siempre de la salud del paciente, capaz de conjuntar los conocimientos con la
práctica médica, y por ello, en formación continua.
Esta clase de formación médica daría una nueva comprensión de la salud y de la
enfermedad, atendería a la prevención y manejo de la enfermedad en el contexto
de la individualidad del paciente que se complementa por su propia familia y la
sociedad entera; desarrollaría así un aprendizaje basado más en la curiosidad e
investigación continua que en adquisiciones pasivas; reduciría la carga de la
información; propiciaría el contacto directo con los pacientes mediante el
análisis personalizado de sus problemas y de todo su curriculum.
SE DEBERÍA PUES ELABORAR UN PROGRAMA QUE SE BASARA EN
LOS SIGUIENTES PRINCIPIOS:
1. Existencia de un significado comprensivo y último del saber médico.
2. Definición de su orientación epistemológica.
3. Definición de los valores, de las motivaciones,
de la madurez psicológica, de la calidad de los conocimientos objetivos y de
las capacidades metodológicas, relacionales, técnicas, aplicadas al ejercicio
de la profesión.
4. Definición de los valores, de las
motivaciones y de las capacidades y de la calidad de la formación de los
docentes.
5. Definición de los objetivos generales y
parciales de la formación.
6. Definición de los métodos didácticos. Estos
principios acogen los conocimientos epistemológicos de la medicina actual que
consideran la salud como una construcción psicobiológica determinada por la
posibilidad y la calidad de los recursos de la persona y finalizada en dar una
respuesta unitaria a las preguntas fundamentales de la existencia humana .
1.5. LA FORMACIÓN PERMANENTE
La identidad del médico no se forja una vez por todas en su formación
inicial, sino que debe prolongarse en su formación permanente. Exige la
preparación muy cuidadosa de los estudiantes de medicina, pero a la vez
requiere la preparación continua y progresiva de los profesores que imparten
cualquier asignatura médica, preparación que nunca de-be de faltar. Los
profesores en especial tienen la responsabilidad de la promoción de los nuevos
médicos, la que nunca facilitarán si no les consta en conciencia de la
capacidad de cada alumno para llevar a cabo tan delicada misión.
En virtud del mismo octavo mandamiento les obliga a todos los médicos el
secreto profesional, y como lo hemos ya repetido, poseer una sólida cultura
médica que debe constantemente perfeccionarse mediante la formación permanente.
2. "CON"
Decíamos que el segundo rasgo de la vocación cristiana se expresa por la
preposición "con", con Dios. Esto
es, toda vocación es para estar con Dios nuestro Señor, que es Quien capacita
al hombre para llevar a cabo una misión que sin su fuerza sería inútil
emprenderla. Leemos en el libro del Éxodo
que dice Moisés a Dios en el monte Horeb: "Y quién soy yo para presentarme
ante el Faraón y sacar de Egipto a los israelitas, y Dios le contestó: Yo
estaré contigo..." (Ex 3,12).
2.1. TRANSPARENCIA DE CRISTO MÉDICO
En este apartado esbozamos los más profundos valores que deben
configurar la identidad del médico católico. La personalidad del médico
cristiano se identifica así como transparencia de Cristo médico. Cristo envió a
sus apóstoles a curar toda dolencia y enfermedad y les dijo, Yo estaré con
Ustedes hasta que se acabe el mundo (Mc 16,17; Mt 28,20), el ministerio
terapéutico lo ejerce así el médico, al lado de los apóstoles, como una
continuación de la misión de Cristo y como su propia transparencia.
Hay que entender esta transparencia en toda su amplitud, el médico debe
transparentar toda la vida de Cristo, ésta es la presencia de Cristo en el
médico. Pues Cristo cura toda dolencia y enfermedad con toda su actuación
tomada integralmente. Los milagros de curaciones que efectuó, incluso la
resurrección de los muertos, no eran algo definitivo en su lucha contra el mal
que existe en la humanidad, contra su dolencia y muerte, sino sólo un signo de
la realidad profunda que entraña su propia muerte y resurrección.
2.2. EL DOLOR
Él tomó todos los sufrimientos,
todas las dolencias, todas las enfermedades, sin excepción y las resumió en su
propia muerte como la muerte del Dios hecho hombre, de manera que nada de dolor
quedase fuera; y desde su muerte hizo explotar a la misma muerte, la venció en
la plenitud de su resurrección. Uno de los grandes interrogativos del médico es
siempre el problema del dolor, esta interrogación tiene sólo aquí su respuesta,
cuando el dolor no aparece como algo negativo, sino como una positividad que
culmina es verdad en la muerte, pero en una muerte fecunda de resurrección.
Así el médico debe de curar, transparentando la muerte y la resurrección de
Cristo. Para esta transparencia es necesaria una identificación del médico como
tal, como sanador, con Cristo sanante. Esta identificación hoy se lleva a cabo
en especial en la Eucaristía y en los demás sacramentos. Los sacramentos son la
presencia histórica de Cristo en el hoy, en el momento concreto que atravesamos
en la vida.
2.3. LA SALUD
Consecuentemente el médico deberá darse cuenta que la salud es complexiva y no
se debe hablar de la salud corporal como algo radicalmente distinto de la salud
completa que llamamos salud eterna o bien salvación. Por eso el ministerio del
médico es un ministerio eclesial que se dirige a la salvación misma del hombre
desde su cuerpo, pero que entraña sus demás aspectos.
Así describimos la salud como una tensión dinámica hacia la armonía física,
psíquica, social y espiritual y no sólo la ausencia de enfermedad, que capacita
al hombre para llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado, según la
etapa de la vida en la que se encuentre.
La misión del médico es por tanto ocuparse de que se tenga esta tensión dinámica
hacia la armonía integral, tal como se requiere en cada etapa de la vida de
este hombre concreto que es su paciente, de manera que pueda llevar a cabo la
misión que Dios le ha encomendado. De aquí la incongruencia de reducir la
función médica al sólo aspecto físico-químico de la enfermedad, su función es
integral y además no puede ser estática, sino que debe de insertarse dentro del
dinamismo del paciente que tiende hacia su propia armonía.
En este contexto, la muerte no aparece como la frustración del médico, sino
como su triunfo, ya que ha acompañado a su paciente de manera que éste haya
podido hacer rendir sus talentos al máximo en cada etapa de la vida y cuando
ésta llega a su final, cesa la función médica, no en un grito de impotencia,
sino en la satisfacción de la misión cumplida, tanto de parte del paciente,
como de parte del mismo médico.
Así el médico verdaderamente está con Cristo y se identifica su profesión en
esta comunión con Cristo mismo y entonces el médico se une con nuestro Padre Dios
como un hijo con su Padre, y su amor profesional se vuelve la acción del Amor
de Dios en sí mismo, que es el Espíritu Santo. Por eso el médico cristiano es
aquel que es guiado siempre por el Espíritu Santo. Desde el Espíritu Santo y
con el Espíritu Santo se entiende toda la simpatía que deba existir entre el
médico y el paciente, toda la debida humanización de la medicina y toda la exigencia
hacia la actualización y formación permanente, pues el Amor del Espíritu Santo
hace al médico una persona esencialmente abierta para los demás, es a lo que se
ha obligado ante Dios por su profesión de Fe que significa su profesión médica.
Así llegamos a delinear ahora el tercer rasgo de la identidad médica, ser para
los demás, es el "PARA" de su vocación
y de su identidad profesional.
3. "PARA"
Cuando Dios ha elegido a Moisés, es muy claro que lo ha hecho para que
saque a su pueblo del poder de los egipcios, dice Dios, "He baja-do para salvarlos del poder de los egipcios"
(Ex 3,8).
El médico no puede encerrarse en sí mismo. No puede simplemente pensar que ya
tiene suficiente dinero, que ya no necesita trabajar, y que por tanto ahora se
retira de su profesión, un verdadero médico es médico para toda la vida, si
verdaderamente ha recibido esta vocación, la tendrá para siempre y la deberá
ejercer para la humanidad como una misión precisamente recibida para bien de
todos, y de la cual deberá dar cuenta a Dios cuando Él le diga "estuve enfermo y
me fuiste a ver" (Mt 25, 36.43).
3.1. APERTURA AL PACIENTE
Decíamos que el amor de la profesión médica se calca en el amor de Dios
que es difusivo de sí. No puede encerrar sus
conocimientos en puras teorías y laboratorios, sino que debe de expanderlos en
favor de la comunidad. Ha recibido el don de vigilar y hacer crecer la vida. Su
vocación es para la vida, nunca para la muerte, sería cegar la misión que Dios
le ha encomendado a cada persona humana. Al ministerio religioso se acopla hoy,
dice el Papa Juan Pablo II, el ministerio terapéutico de los médicos en la
afirmación de la vida humana y de todas aquellas singulares contingencias en
las cuales la misma vida puede estar comprometida por un propósito de la
voluntad humana. En su más profunda identidad llevan consigo el ser ministros
de la vida y nunca instrumentos de muerte. Esta es la naturaleza más íntima de
su noble profesión. Están llamados a humanizar la medicina y los lugares en los
que se ejerce, y a hacer que las tecnologías más avanzadas se usen para la vida
y no para la muerte; teniendo siempre como supremo modelo a Cristo, médico de
los cuerpos y de las almas.
El médico católico, dice el Papa Pío XII, debe poner a disposición de los
enfermos su saber, sus fuerzas, su corazón y su devoción. Debe comprender que
él y sus pacientes se encuentran sujetos a la voluntad de Dios. La medicina es
un reflejo de la bondad de Dios. Debe ayudar a que el enfermo acepte su
enfermedad, y él mismo debe cuidarse del encandilamiento de la técnica y hacer
fructificar los dones que Dios le ha dado y no ceder a las presiones para
realizar atentados contra la vida. Debe permanecer fuerte frente a las
tentaciones del materialismo .
El buen médico debe tener así las virtudes dianoéticas y las políticas y hacer
de ellas una virtuosidad, esto es, un hábito, de manera que tanto las virtudes
que ven a las ciencias teóricas como aquellas que ven a las prácticas, se
encuentren en él como si fueran su segunda naturaleza .
3.2. CUALIDADES FUNDAMENTALES
DEL MÉDICO
Así se han llegado a tipificar las cualidades fundamentales del médico en 5
renglones: Conciencia de responsabilidad, humildad, respeto, amor y veracidad.
La conciencia de responsabilidad lo lleva a trabajar con el enfermo y ser
consciente de que el médico es el que da la dirección; la humildad le dice que
el médico vale por sus enfermos y no al revés, la humildad lo hace reconocerse
como deudor del enfermo; el médico no puede hablar de "sus"
pacientes, sino más bien los enfermos hablarán de "su" médico.
El médico debe recibir a sus enfermos como está escrito en el dintel de un
viejo hospital alemán: "recipere quasi
Christum", debe recibir a sus enfermos como si fueran el mismo Cristo.
El respeto y el amor al enfermo, del que hemos ya hablado, fundamentan su
humildad, se sabe depositario de una misión para la cual no tiene las fuerzas
necesarias, sino que las recibe de quien lo envía para la misma. La veracidad
entraña ser consciente de la gran confianza que le tiene el enfermo al
revelarle sus intimidades; se exige veracidad en el diagnóstico y en la
terapia, no sólo en el plano corporal sino integral, mental, social, psíquico,
espiritual; nunca debe de experimentar en el enfermo si en ello se encuentra un
peligro desproporcionado al bien que se pretende alcanzar, que esto sea absolutamente
necesario y que el enfermo esté de acuerdo; debe comunicar al enfermo el
desarrollo de su enfermedad, decirle la verdad de su estado cuándo y cómo sea
más oportuno. Debe complementar su acción con la acción del sacerdote pues
ambas misiones, la del sacerdote y la del médico, se encuentran estrechamente enlazadas
.
3.3. RETRATO DEL MÉDICO
No deja de tener actualidad el "Retrato del
perfecto médico" que en la España del siglo XVI, con el lenguaje
florido de aquella época describió Enrique Jorge Enriquez y que dice así: "El médico ha de ser temiente del Señor y muy
humilde, y no soberbio y vanaglorioso, y que sea caritativo con los pobres,
manso, benigno, afable y no vengativo. Que guarde el secreto, que no sea
lenguaraz ni murmurador, ni lisonjero ni envidioso. Que sea prudente, templado,
que no sea demasiado osado..., que sea continente y dado a la honestidad y
recogido; que trabaje en su arte y que huya de la ociosidad. Que sea el médico
muy leído y que sepa dar razón de todo".
En la actualidad hablaríamos de la excelencia médica, sería lo que Aristóteles
llamaba el "Teleios iatrós" (perfecto
médico), o Galeno, "Aristós iatrós" (Médico
mejor).
3.4. MORAL Y DERECHO
Habíamos dicho en un principio que la profesión médica es algo que excede al
Derecho y se sitúa dentro de los marcos de la Moral, y es cierto, pero no por
eso puede prescindir del Derecho médico. Un Derecho médico sin una Moral
adecuada, sería una arbitrariedad fundada en intereses inconfesables; una Moral
sin un Derecho médico quedaría en principios generales sin aplicación directa.
Las normas del Derecho médico deben ser suficientemente claras y breves para
facilitar la acción del médico. El principio conductor siempre es el mismo: la finalidad del médico es socorrer y sanar, no hacer el
mal ni matar.
Mención especial merece pues el campo de la Ética, el campo de la Moral, en el que el médico debe ser
competente, pero en el que tantas veces no es un especialista; por eso se
exigen los comités de Bioética en cada centro de salud, y también su erección
en los centros docentes, en franco diálogo con los especialistas en las
diversas materias implicadas.
De esta manera el médico se capacita para dar testimonio de Dios en todos los
ambientes médicos, sindicales, políticos, etc., incluso, pueden ser válidos
portadores del diálogo ecuménico y con otras religiones, ya que la enfermedad
no conoce las barreras religiosas. Así el médico activamente pertenecerá a la
Iglesia como persona individual y como grupo.
3.5. TRABAJO EN EQUIPO
Para llevar a cabo esta misión tan exigente, el médico no puede quedarse
encerrado en su propia individualidad, debe abrirse en primer lugar a otros
médicos y tener la humildad suficiente para trabajar en colaboración y en
equipo; tanto en cuestiones estrictamente fisiológicas, como en especial en
aquellas relacionales que tienen que ver con campos que no necesariamente
domina y que en cierto modo caen fuera de su competencia, y aspectos sociológicos, antropológicos, políticos, de campos
técnicos más allá de su profesión, y, todo
lo referido al campo estricto de la informática.
EN CIERTA FORMA, DENTRO DE ESTA APERTURA, EN EL CAMPO
ESPAÑOL DE LA MEDICINA SE DISEÑA LO QUE DOS AUTORES LLAMAN EL DECÁLOGO DEL
NUEVO MÉDICO Y LO EXPRESAN ASÍ:
1. Trabajo en equipo multidisciplinar y con un responsable final único.
2. Cuanto más científico sea el profesional,
mejor.
3. Se reforzarán los aspectos humanos en el
ejercicio profesional.
4. Se ajustará la actuación a protocolos
diagnósticos y terapéuticos científicos consensuados.
5.Tendrán conciencia del gasto. Utilizará además
de los protocolos, guías de buena práctica.
6. Facilitará la convivencia y la solidaridad
con los compañeros de trabajo y con los enfermos.
7. Pensará que todo acto asistencial puede
comportar una actuación preventiva, e incluso, de promoción de la salud.
8. Tendrá presente en todo momento la necesidad
de cuidar de la satisfacción del usuario del servicio.
9. Se reforzarán las Unidades de Atención al
paciente, difundiendo las quejas y sugerencias que se produzcan entre las
personas a quienes afecte. Se realizarán frecuentes encuestas de opinión.
10. Será fundamental aplicar los principios
éticos a las ac-tividades profesionales.
CONCLUSIÓN
Ser médico católico es un ministerio que surge de una vocación en la Iglesia.
Es el ministerio terapéutico. Está ligado fuertemente a Dios nuestro Padre,
transparentando a Cristo médico, lleno del Amor que es el Espíritu Santo. Ser
médico es un camino para llegar a la plenitud del ser humano; incoar ya la
resurrección. Comporta una proximidad e intimidad especial con Dios, a la vez
que significa una apertura y una donación total a los demás. Esta es la
identidad católica del médico, ser la transparencia de Cristo que sana.
Ser profesor católico de medicina es tener la profundidad de mirada para poder
ver en la misma muerte la resurrección. Pero no sólo, es la capacidad de intuir
en la salud una tensión armónica que camina hacia la plenitud, de acuerdo a las
diversas etapas de la vida de las personas; y es palpar en las ciencias,
técnicas y artes médicos la fuerza omnipotente de Dios que resucita a su Hijo
Jesucristo y que nos da ya un pregustar de la resurrección en los adelantos
médicos. Ser profesor católico de medicina es enseñar al Amor con el que el
Espíritu Santo entrega al Padre a Jesucristo en la cruz, y con su fuerza amorosa
lo resucita. Ser profesor católico de medicina es enseñar al médico a ser la
caricia amorosa de Dios que cuida de sus hijos en la enfermedad y en la muerte,
haciéndoles más llevadera su condición y abriéndolos a una esperanza total de
una salud que no será ya tensión hacia la armonía, sino la armonía total del
amor. Ser profesor católico de medicina es enseñar al médico a ser la
transparencia de Cristo que sana,
CD. del Vaticano, abril 15 de 2007.
+ Javier Card. Lozano Barragán.
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.
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