El estudio de los ojos de la Virgen de Guadalupe mexicana confirma que la imagen no es obra humana, sino que es de origen sobrenatural.
Por: P. Jorge Loring | Fuente: Catholic.net
(Conferencia pronunciada en
la Caja de Ahorros de Toledo)
Como mi vídeo de la Sábana Santa ha tenido tanta difusión, pensé hacer algo de
la Virgen. Se me ha ocurrido que el misterio de los ojos de la Virgen de
Guadalupe mexicana, me daba ocasión de hacer algo parecido a la Sábana Santa:
ciencia y fe. Son dos hechos que no tienen explicación científica natural. Si
los estudios de la NASA americana han descubierto en la Sábana Santa la imagen
grabada a fuego de Jesucristo, el estudio de los ojos de la Virgen de Guadalupe
mexicana confirma que la imagen no es obra humana, sino que es de origen
sobrenatural.
***
EMPECEMOS POR LA HISTORIA.
En diciembre de 1531 la Virgen se aparece varias veces al indio Juan Diego en
el Monte Tepeyac, de sólo cuarenta metros de altura, hoy en la actual capital
de México, Distrito Federal. Le pide que quiere allí un templo en el llano. Que
se lo diga al Obispo. Y le añade: «Como Madre, allí mostraré mi clemencia
amorosa para todos los que soliciten mi amparo. Y oiré sus lágrimas y sus
ruegos para darles consuelo y alivio. Porque soy vuestra Madre compasiva».
Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de México, de la Orden Franciscana,
recibe amablemente al indio. Pero le dice que necesita una prueba para estar
seguro de que lo que le dice es verdad. Como señal, la Virgen le dice al indio
que suba a la colina, coja unas rosas y se las lleve al Obispo. Era diciembre.
Juan Diego no lo dudó. Allí estaban las rosas. Las recogió en la tilma y se las
llevó al Obispo como señal de que Ella quería allí un templo. La tilma, era el
nombre en «náhuatl», la lengua que hablaba Juan Diego, del poncho o capa que
utilizaban los indios pobres mexicanos, anudada al hombro.
Cuando Juan Diego está delante del Obispo y suelta la tilma donde llevaba las
rosas, éstas cayeron al suelo. Como no era tiempo de rosas, el Obispo
comprendió que la señal era verdadera. En la tilma apareció estampada la imagen
de la Virgen. Esto ocurrió el 12 de diciembre de 1531.El Obispo emocionado,
tomó en sus manos la tilma de Juan Diego y la colocó en su oratorio. Después la
trasladó a la Iglesia Mayor de la ciudad para que fuera venerada por la
multitud devota.
Esta tilma o ayate con la imagen de la Virgen fue llevada después a una ermita
que se construyó en el Monte Tepeyac. Esta ermita provisional de paja y adobe
se construyó en dos semanas. El 26 de diciembre de 1531 una solemne procesión,
con el Obispo y todas las autoridades, trasladaba la tilma de Juan Diego al
pequeño santuario que acogió la reliquia hasta 1557. El segundo Obispo de
México, Don Alonso de Montúfar, dominico, construyó otra ermita que estuvo en
servicio hasta 1622. Después se han ido sucediendo siete templos, hasta la
actual basílica que se dedicó el 11 de febrero de 1976 con una capacidad para
diez mil personas.
Cuando la Virgen se apareció en el Tepeyac en el mes de diciembre de 1531,
hacía sólo diez años que México había sido conquistado por Hernán Cortés, con
sus quinientos soldados. Aquel año de 1519, lo que hoy es la República
Mexicana, estaba habitada por trescientas tribus, enemigas entre sí, y
dominadas por los aztecas. Entonces esta zona estaba prácticamente deshabitada.
Al erigirse la ermita, fueron aumentando alrededor las edificaciones.
El pueblo de Guadalupe aparece por primera vez en un Acta del Ayuntamiento de
México el 3 de diciembre de 1563. El 24 de junio de 1751 se le da rango de
Villa (como Madrid), por cédula real, con escudo de armas, donde aparece Juan
Diego con la tilma enseñando la imagen grabada en ella. El 12 de febrero de
1828 fe elevada por decreto a la categoría de ciudad, y en 1931 fue absorbida
por el monstruo del Distrito Federal, y disminuida a Delegación.
La ciudad de México en 1531 se llamaba Tenochtitlán. Era la capital del Imperio
Azteca y estaba rodeada de lagos. El Monte Tepeyac está junto al lago salado
Texcoco. Maderas próximas a este lago salado no han durado más de cien años. El
mismo hierro se pudre. La tilma de Juan Diego tiene ya más de cuatrocientos
cincuenta años, y se conserva en perfecto estado. Se han hecho pruebas con
tejidos de fibra de maguey, como la tilma de Juan Diego, y se ha visto que a
los veinte años el tejido se descompone por putrefacción. Es inexplicable que
la tilma de Juan Diego haya durado cuatrocientos cincuenta años.
La imagen, que tiene metro y medio de estatura, está hoy protegida por un
cristal, pero durante 116 años, hasta 1647, estuvo sometida al polvo, a la
humedad, al salitre del próximo lago Texcoco, a los excrementos de moscas e
insectos, al humo de centenares de velas votivas, al contacto de los dedos,
medallas, cruces, rosarios, anillos, pulseras y toda clase de objetos. Razón de
sobra para que estuviera enormemente deteriorada, y no es así.
La imagen está tan fresca y el colorido es tan brillante como si se acabara de
pintar. El que la imagen estuviera deteriorada después de estos avatares no le
quitaría verosimilitud a las apariciones, si éstas se prueban por distintas
razones, pero el que haya superado tantos avatares es una confirmación. Es más,
Carlos María Bustamante certifica que en 1791, estando unos trabajadores
limpiando el marco de plata, se les derramó un frasco de ácido nítrico que
recorrió el cuadro de arriba a abajo. Lo natural es que hubiera destrozado el
lienzo. Pues sólo hay una leve mancha que casi no se ve. Sobre este hecho se
conserva el expediente original en el archivo de la Basílica de Guadalupe.
Cuando estuve en México, para documentarme sobre este vídeo, asistí en el Salón
del INDOSOC (Colonia Guadalupe Inn.) de México D.F. a una conferencia de la
Sra. Margarita Zubiría de Martínez Parente, miembro del Centro de Estudios
Guadalupanos, y le oí decir que la tilma de Juan Diego está colocada sobre una
placa metálica, cuya temperatura oscila alrededor de los quince grados
centígrados, mientras que la tilma se mantiene constantemente a treinta y seis
grados y medio, que es la temperatura de un cuerpo humano sano.
Entre los prodigios de la Virgen de Guadalupe llama la atención el ocurrido el
14 de noviembre de 1921, a las 10:30 de la mañana, cuando Luciano Pérez Carpio
subió «devoto» al altar y colocó a los pies de la Virgen de Guadalupe un enorme
ramo de flores en el que escondida llevaba una poderosa bomba.
Los efectos de la explosión fueron aparatosos: destruyó
las gradas de mármol del altar que sostenía la imagen, hizo volar por los aires
los pesados candelabros, retorció un gran crucifijo de metal que todavía se
exhibe en ese estado, convirtió en polvo jarrones, floreros y vidrios de casas
cercanas a la basílica, y el cristal de un cuadro de San Juan colgado detrás de
la Virgen de Guadalupe. Prodigiosamente la imagen de la Virgen de
Guadalupe no recibió ni un rasguño. Más aún, quedó intacto el cristal que la
protegía. Y entonces no había cristales antibala.
El Dr. Phillip S. Callaghan, del equipo científico de la NASA americana,
biofísico de la Universidad de Kansas (EE.UU.), investigador, científico y
técnico en pintura, y el Profesor Jody Brant Smith, «Master
of Arts», de la Universidad de Miami, Catedrático de Filosofía de la
Ciencia en la Universidad de Pensacolla, examinaron la imagen con rayos
infrarrojos. En su libro «La tilma de Juan Diego» exponen
el estudio realizado, y distinguen las partes retocadas y los añadidos a la
imagen de mano humana, hechos sobre el original. El padre Faustino Cervantes,
especialista en temas guadalupanos y traductor del libro de Smith y Callaghan,
dice que algunas de las cosas que ellos consideran añadidos pueden ser sólo «intensos retoques». Entre éstos pueden estar oro
sobre los rayos y plata sobre la luna.
Franyutti opina que la imagen tiene muchos añadidos. Pero si se eliminaran el
ángel, la luna, etc., la imagen perdería la «proporción
áurea» que es la expresión perfecta de la armonía estética,
universalmente buscada en las obras de arte de Egipto, Grecia, Roma,
Renacimiento, etc., y a la que responde perfectamente la imagen de la Virgen de
Guadalupe según los estudios de Juan Homero Hernández. Además, las
descripciones más antiguas de la imagen, como la de Antonio Valeriano,
contemporáneo de los acontecimientos, en su «Nícan
Mopóhua» presenta la imagen como está actualmente.
***
La imagen está grabada sobre un tejido de ayate hecho con fibra de maguey,
parecido a la pita, sin preparar. Es un tejido burdo. Incluso se ve a trasluz
el movimiento de un brazo, como a través del enrejado de una celosía. Es
transparente a pesar de lo grueso que es el hilo. Sus dimensiones son 104 x 170
centímetros, y está formada por dos partes unidas en el medio por una burda
costura vertical, efectuada con un hilo de maguey. El pintor Miguel Cabrera
dice en su libro «La maravilla Americana», que
la imagen está también en el revés de la tilma. Es imposible que manos humanas
hayan pintado esta imagen sobre este lienzo sin prepararlo previamente con
aparejo, apresto o imprimación, como se dice técnicamente.
El profesor Don Francisco Camps Ribera, de Barcelona, reconocido mundialmente
como experto en técnicas pictóricas, que ha trabajado en las primeras pinacotecas
de España, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra, EE.UU. y Canadá,
después de examinar la tela, observó que no estaba preparada para pintar sobre
ella. Y concluyó: «Ningún artista humano hubiera
elegido para realizar su obra un lienzo de esta calidad sin preparación».
Tanto los científicos americanos, Smith y Callaghan, que trabajaron en la NASA
americana (aunque su estudio sobre la Virgen de Guadalupe lo realizaron a nivel
particular), como el pintor Francisco Camps Ribera, en su dictamen elaborado en
1954, afirman que en la imagen de la Virgen de Guadalupe no hay huella de
pincel.
El Dr. D. Ricardo Kühn, Director del Departamento de Química de la Universidad
de Heidelberg (Alemania), y Premio Nobel de Química, analizó las fibras del
ayate de Juan Diego. Su dictamen, sin conocimiento de la procedencia de las
fibras, fue que no existía colorante, ni animal, ni vegetal, ni mineral, ni
sintético. Se trata de un colorante desconocido.
Es curioso que irregularidades del lienzo, por los hilos desiguales, resaltan
más los rasgos. Por ejemplo: un hilo más grueso de
lo normal pone de relieve el labio superior; y otro, el párpado del ojo
derecho.
El Dr. Enrique Graue, oftalmólogo de fama internacional, director de un
hospital oftalmológico en México, afirma: «Examiné
los ojos con oftalmoscopio de alta potencia, y pude apreciar en ellos
profundidad de ojo como al estar viendo un ojo vivo».
En estos ojos aparece el efecto Púrkinje-Sánsom: se
triplica la imagen en la córnea y en las dos caras del cristalino. Este
efecto fue estudiado por el Dr. Púrkinje de Breslau y Sánsom de París, y en
oftalmología se conoce por el fenómeno Púrkinje-Sánsom. Este fenómeno,
exclusivo del ojo vivo, fue observado también en el ojo de la Virgen de
Guadalupe, por el Dr. Rafael Torija con la ayuda de un oftalmoscopio. Él lo
certifica con estas palabras: «Los ojos de la
Virgen de Guadalupe dan la impresión de vitalidad».
Lo mismo afirman los doctores Guillermo Silva Ribera, Ismael Ugalde, Jaime
Palacio, etc. Desde el año 1950 los ojos de la Virgen de Guadalupe han sido
examinados por una veintena de oftalmólogos.
En 1951 D. Carlos Salinas descubrió un rostro humano en el ojo de la Virgen de
Guadalupe. D. Carlos Salinas hizo un experimento fotografiando el ojo de su
hija Teresa donde se reflejaba una imagen de la persona que tenía delante. Es
exactamente lo que encontramos en el ojo de la Virgen de Guadalupe.
Uno de los investigadores de los ojos de la Virgen de Guadalupe es el Dr. José
Aste Tonsmann, peruano de nacimiento, doctor ingeniero, especialista en
computadoras por la Universidad de Cornell, en Nueva York, y actualmente
profesor de Investigación Operativa en la Universidad Iberoamericana de México,
capital.
Fue a México para trabajar en el Centro de Investigación para el proceso
digital de imágenes enviadas por satélite para estudiar la contaminación del
aire de la capital de México, que con sus veintidós millones de habitantes es
una de las más contaminadas del mundo. Y al enterarse del misterio de los ojos
de la Virgen de Guadalupe, esto le atrajo su atención. Cuando estuve en México
para documentarme sobre este vídeo, el Dr. Aste tuvo la amabilidad de
concederme una entrevista de dos horas en su propia casa. Además me invitó a
una conferencia suya, sobre su investigación, que conservo grabada en vídeo.
El Dr. Aste hizo lo mismo que el Sr. Salinas con unas fotografías, tomadas sin
cristal, del ojo de la imagen de la Virgen. El procedimiento consiste en
dividir el ojo en cuadrículas de un milímetro cuadrado, y cada cuadrito de
éstos en 1.600 cuadrículas de 15 x 15 micrones, por medio de un escáner o
microdensitómetro, que es un microscopio electrónico de barrido.
Cada milímetro cuadrado del original queda fragmentado en 25.000 pequeñísimos
cuadrados que se amplían 2.500 veces, con lo cual se captan detalles imposibles
de captar con un microscopio convencional. El ojo humano capta alrededor de
unos treinta tonos grises. Con el microdensitómetro se captan doscientos
cincuenta y seis.
Esto hizo con los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe. Y de esta manera
descubrió en una córnea de siete milímetros, al parecer, la escena que la
Virgen tenía delante, formada por un grupo de doce personas. Algunos atribuyen
al Dr. Aste una interpretación subjetiva de las imágenes. Pero un especialista
en análisis de «proceso digital de imágenes»
interpreta estas figuras mejor que nosotros. Lo mismo que un médico interpreta
una radiografía mejor que nosotros.
El Dr. Aste ve en el ojo de la imagen la cabeza de un español, que fue la
primera que descubrió D. Carlos Salinas. También ve el Dr. Aste al indio Juan
Diego con un gorro. No es lógico que Juan Diego permaneciera cubierto delante
del Obispo, pero tenía las manos ocupadas sujetando la tilma con las rosas, y
no pudo quitarse el gorro. En el otro extremo se ve un indio sentado;
probablemente algún enfermo o lisiado que fue a pedir socorro al Obispo. En
medio se ve la cabeza de un anciano, que podría ser la del Obispo Zumárraga.
La cara del obispo Zumárraga que el Dr. Aste descubre en el ojo de la Virgen se
parece a la del obispo Zumárraga en un retrato suyo, pintado al óleo, pintado
en 1548, el año que murió, que se hizo para el Hospital del Amor de Dios, que
fue fundado por él, y que hoy se conserva en el Museo Nacional de Historia del
Castillo de Chapultepec, en México, D.F. Este cuadro fue copiado por el célebre
pintor guadalupano Miguel Cabrera, que empezó su carrera de pintor a los
veinticuatro años y los cuadros de Guadalupe los empezó a pintar a los cuarenta
y seis, es decir, después de veintidós años de pintor.
Tal fue su profesionalismo, que resultó elegido para pintar la copia de la
Virgen de Guadalupe que se mandaría oficialmente al Papa Benedicto XIV, y que
llevó el padre Francisco López, de la Compañía de Jesús.
En el grupo aparece la figura de una mujer negra. En un principio pareció ser
un error. No era lógico encontrar negros en México en 1531; pero revisando la «Historia de la Iglesia en México», del padre
jesuita Mariano Cuevas, se enteró que Zumárraga nombró en su testamento a su
sirvienta negra. Es sorprendente que el Dr. Aste descubriera una negra en la
escena sin tener conocimiento previo del testamento de Fray Juan de Zumárraga.
Evidentemente que la identificación de las figuras del caballero español, Juan
Diego, Zumárraga, etc. deberán ser comprobadas por ulteriores investigaciones,
pero hay un hecho indudable: que las escenas gráficas que hay en estos ojos no
pueden ser obra de mano humana.
Las imágenes están en los dos ojos y con la conveniente inclinación. El hecho
de que en los dos ojos aparezcan las mismas imágenes, excluye toda posibilidad
de casualidad. Ni siquiera con la tecnología actual sería posible «pintar» las figuras «rescatadas»
por la computadora en una córnea de siete milímetros.
LOS ESTUDIOS
CIENTÍFICOS REALIZADOS EN LA VIRGEN DE GUADALUPE PODÍAN TERMINAR CON LAS
SIGUIENTES CONCLUSIONES:
1) Científicamente no se explica la conservación
del ayate cuatrocientos cincuenta años, pues lo normal es que no dure más de
veinte.
2) Científicamente no se explica cómo no se ha
deteriorado la imagen a los cuatrocientos cincuenta años, de los que ciento
dieciséis estuvo sin cristal y sometida al contacto de toda clase de objetos.
3) Científicamente no se explica cómo no se
destruyó el ayate cuando le cayó ácido nítrico de arriba a abajo.
4) Científicamente no se explica cómo el ayate
no sufrió daño alguno cuando la explosión de la bomba del 14 de noviembre de
1921, que destrozó todo lo que había cerca.
5) Científicamente no se explica la diferencia
de temperatura entre el ayate y la placa metálica.
6) Científicamente no se explica que esta imagen
esté realizada en un lienzo de estas características sin preparación adecuada.
7) Científicamente no se explica cómo es posible
que en esta imagen no haya colorante ni animal, ni vegetal, ni mineral, ni
sintético.
8) Científicamente no se explica que el ojo de la imagen tenga las
características de un ojo humano vivo con el efecto Púrkinje-Sánsom.
9) Científicamente no se explica que en un ojo
de siete milímetros aparezcan doce figuras humanas.
Después de todo esto parece lógico concluir que esta imagen no es de origen
humano, pues no tiene explicación científica natural. Es lógico pensar en una
intervención sobrenatural. Como dijo Pío XII, esta imagen es obra de «pinceles que no son de acá abajo». Humanamente no
hay explicación para los interrogantes que presenta.
El relato de las apariciones se remonta a fechas muy próximas a éstas. Hay dos
escritos en lengua azteca (náhuatl). El primero es uno breve del padre Juan
González, capellán, confesor e intérprete del obispo Fray Juan de Zumárraga,
que no entendía al indio Juan Diego. Esta breve narración conserva frases de
Juan Diego al pie de la letra. Este relato lo entregó a Juan Tonaz, a quien el
virrey Martín Enríquez mandó recoger los documentos relacionados con el hecho.
Se escribió el año 1580. Está en el Museo Nacional de México (manuscrito
1.475), y ha sido traducido por el P. Mario Rojas (Guadalajara. Jalisco. 1977).
Hay otro relato más extenso, también en «náhuatl», que
se ha hecho tradicional, y que se debe a Antonio Valeriano, un indio muy culto
y sobrino de Moctezuma, contemporáneo de las apariciones. Lo terminó en 1548,
el mismo año que murieron Juan Diego y Zumárraga. Se llama «Nican Mopohua», por sus dos primeras palabras,
que significan «aquí se narra». Fue
traducido al castellano por el bachiller D. Luis Becerra Tanco, conocedor del
idioma «náhuatl» y experto en la
historiografía indígena. Titula esta traducción: «Felicidad
de México».
Luis Lasso de la Vega que fue capellán de Guadalupe durante diez años
(1647-1657) y gran conocedor de la lengua «náhuatl»
lo hizo imprimir en 1649. Antonio Valeriano nació en Atzcapotzalco el
año 1516; fue alumno del Colegio de Santa Cruz en Santiago Tlatelolco, dirigido
por los PP. franciscanos. De alumno pasó a maestro y rector, y luego llegó a
ser gobernador durante treinta y dos años, desde enero de 1573 a agosto de 1605
en que murió.
Gobernó con tal acierto y aceptación que mereció una carta de Felipe II
haciéndole muchas mercedes. Fue un auténtico humanista que, además del
castellano y el «náhuatl», su idioma propio,
dominaba el latín mejor que los españoles, según dicen las crónicas. Este texto
del «Nican Mopohua», también ha sido
traducido al español por el P. Mario Rojas, que quizás sea hoy día el mejor
conocedor del idioma «náhuatl», en frase del
historiador de México, José Luis Guerrero. Con el P. Rojas estuve hablando yo
en Puebla durante tres horas sobre la Virgen de Guadalupe.
Las narraciones de las apariciones tienen una ingenuidad encantadora. En una de
ellas cuanta Juan Diego que para asistir a su tío Juan Bernardino, que estaba
moribundo, tomó otro camino para no encontrarse con la Señora en el lugar
acostumbrado y no entretenerse, pues iba en busca de un sacerdote que lo
confesara.
Era el martes 12 de diciembre. Pero la Virgen le salió al paso y le dijo:
- ¿Dónde vas, hijo mío? ¿Dónde vas por aquí?
Y él, avergonzado, contestó:
- ¿Cómo amaneciste Niña mía, muy amada? Dios te
guarde. No te disgustes, pero es que voy con prisa a buscar un sacerdote que
confiese a mi tío moribundo. Después volveré a cumplir tu encargo.
Su tío Juan Bernardino era para él como un
padre, pues vivía en su casa y era el único pariente que le quedaba vivo. Juan
Bernardino fue curado por la Virgen de Guadalupe de la peste cocoliztli, que
diezmaba la población. En el Parque Oriental del Monte Tepeyac hay un monumento
de bronce a Juan Bernardino, con un libro, también de bronce, explicando el
hecho. En el mismo Parque está un grupo escultórico en bronce, obra de Aurelio
Mendoza, artista mexicano. La Virgen tiene cinco metros de altura y representa
a la Virgen de Guadalupe, con los brazos abiertos, recibiendo la ofrenda del
pueblo mexicano ofrecida por Fray Juan de Zumárraga.
El padre jesuita Javier Escalada, asesor en la ornamentación de este Parque,
expresa así el simbolismo de este monumento: «La
tierra que pisas, peregrino, es sagrada; pues también la pisó María cuando en
esta colina se apareció a Juan Diego. Sigue caminando con atento y
gozoso corazón hasta encontrar la fuente que simboliza la ofrenda de México a
la Virgen. De lo alto de la historia del Tepeyac brotan dos cascadas
impetuosas, símbolo de la valiente raza azteca, y de la España misionera, que
se unen mansamente a los pies de María, Madre y Forjadora de la Patria
Mexicana».
Juan Diego era un indio sencillo, que se mantenía del cultivo de la tierra.
Nació en 1474 en Cuautitlán. Hay un monumento de bronce dedicado a Juan Diego
de tres metros de altura en Cuautitlán, su ciudad natal, y en el mismo sitio
donde nació. Este monumento se debe al P. Lauro López Beltrán, uno de los
primeros especialistas en todo lo relacionado con la Virgen de Guadalupe, y con
quien estuve yo hablando en México, desde la nueve de la mañana hasta las
cuatro de la tarde.
Cuautitlán es una de las ciudades más antiguos de América. Existía tres mil
años antes de Cristo, como consta en el conocido Códice Vaticano no. 1,
pag.335. Cuando la Virgen se le apareció a Juan Diego en el Tepeyac, en
diciembre de 1531, algunos opinan que vivía en Tulpetlac, de donde era su
esposa. Pero otros opinan que seguía viviendo en Cuautitlán, su ciudad natal,
pues Fernando de Alva, escritor verídico y exacto, en opinión del bibliógrafo
José Mariano Beristáin, en su «Nican Motecpana», de
1563, dice que Juan Diego dejó a su tío Juan Bernardino, curado por la Virgen
de Guadalupe, al cuidado de la casa y de las tierras que había heredado de sus
padres y abuelos, mientras él vivía en el Tepeyac al cuidado de la ermita de la
Virgen. Lo mismo afirman los testigos de Cuautitlán en las «Informaciones
Jurídicas Guadalupanas».
María se le apareció en el Monte Tepeyac cuando Juan Diego iba de Cuautitlán a
Tlatelolco, unas tres horas de camino, a ser catequizado por los franciscanos
que allí tenían la Parroquia de Santiago y el Colegio de Santa Cruz. Fue
convertido y bautizado con su mujer cuando tenía cincuenta años en 1524. Le
pusieron por nombre Juan Diego. Su nombre indígena era Cuauhtlatohuac, que
significa «El que habla como águila».
Estaba casado con la india Malintzin que después de bautizada tomó el nombre de
María Lucía, «de la misma calidad que su marido», dicen
las crónicas. María Lucía murió en 1529, dos años antes de las apariciones.
Juan Diego murió el 12 de junio de 1548 a los setenta y cuatro años. Cuando se
le apareció la Virgen tenía cincuenta y siete. Juan Diego se caracterizó por su
humildad, su castidad y su amor a la Eucaristía.
El padre jesuita Francisco de Florencia, en su libro «La estrella del Norte de
México», dice que Juan Diego tenía permiso para comulgar tres veces a la
semana, lo cual era insólito en aquellos tiempos, pues ni siquiera las monjas y
religiosos podían comulgar más de una vez a la semana. El Obispo Zumárraga le
concedió tal privilegio en atención a sus virtudes. Hoy tenemos a Juan Diego en
los altares.
El Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, era oriundo de la villa de
Durango, en Vizcaya. Como es lógico, en un principio no fue fácil para aceptar
las apariciones; pero después quedó tan convencido, que él mismo trabajó con
sus propias manos en la construcción de la primera ermita.
Cuando se hizo el traslado de la tilma de Juan Diego a la primera ermita del
Tepeyac, el 26 de diciembre de 1531, iban en la multitudinaria procesión el
obispo Fray Juan de Zumárraga, descalzo, y Hernán Cortés con la cabeza
descubierta. Todo esto lo cuenta el padre jesuita Javier Escalada, en su libro:
«La Virgen de Tequatlasupe».
El nombre de Guadalupe es una españolización del nombre azteca «Tequatlasupe», que a sí misma se dio la Virgen.
Era muy difícil de pronunciar para los españoles, y a aquellos extremeños les
sonaba a Guadalupe, su imagen querida. «Tequatlasupe»
significa en azteca «la que aplasta la serpiente».
Entonces en México había mucho culto al dios-serpiente al que se ofrecían
sacrificios humanos. En el mismo cerro del Tepeyac se daba culto a Tonantzín,
madre del dios-serpiente. María eligió este sitio para sustituir el culto
idolátrico a Tonantzín por el culto legítimo a la Verdadera Madre del Verdadero
Dios.
Cuenta Motolinía en su «Historia de los indios de
la Nueva España» (cap. IX), que Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría,
contaron 136.000 calaveras humanas en el templo Teocali, sacrificadas al
sanguinario dios Huitzilopoztli, el dios-serpiente, que era la personificación
del demonio.
EL ESCRITOR Y
PERIODISTA, LICENCIADO NEMESIO RODRÍGUEZ LOIS, AUTOR DE VARIOS LIBROS DE
HISTORIA, EN SU OBRA «FORJADORES DE MÉXICO», NOS DICE LO SIGUIENTE:
«Huitzilopoztli -la deidad caníbal de
Tenochtitlán- era tan insaciable que los humildes
habitantes de sus dominios vivían en continuo sobresalto, temiendo que de un
momento a otro cayera sobre ellos el filoso pedernal de los sacrificadores.
Esta deidad, que tan espantado y embrutecido tenía al pueblo azteca, era de
aspecto tan horroroso, que los españoles lo llamaron Huichilobos.
Huitzilopoztli representaba al dios del mal».
El historiador y jesuita, padre Mariano Cuevas, en su «Historia
de la Iglesia en México» (tomo 1º, cap. III), dice que pasarían de
100.000 los seres humanos que cada año se sacrificaban al demonio-serpiente que
se alimentaba de sangre humana. El ídolo Huitzilopoztli fue hecho pedazos por
Hernán Cortés personalmente, con una barra de hierro, y en presencia de
Moctezuma, según cuenta Andrés de Tapia, cronista de la conquista, y testigo
presencial.
Con la llegada de los españoles, los indios vieron con sorpresa y admiración
derribados sus ídolos y ritos milenarios. La Virgen de Guadalupe significó para
ellos el fin de los sacrificios humanos, repugnantes para el pueblo que
temblaba ante la ferocidad de sus ídolos, pero a los que se sometía por temor.
De ahí las conversiones en masa.
Veían en la imagen símbolos que vencían a sus dioses. Detalles de la imagen
eran muy significativos para los indígenas, que podían descifrar cosas que
pasaban inadvertidas a los españoles. La imagen les hablaba a través de los
signos. Era un pictograma, un códice, como un libro que les hablaba por la
imagen. Los aztecas se expresaban por signos que representaban ideas y objetos.
Esta imagen era una evangelización.
El broche con la cruz indica que ella nos trae la joya de Cristo crucificado.
Era la misma cruz que ellos veían en los estandartes de los españoles. El
ceñidor era señal de embarazo, y a la altura que está lo da a entender
claramente. Lo mismo que la caída del lazo con las puntas abiertas. El trébol
de cuatro hojas es signo de plenitud, por eso simboliza a Dios. Al estar sobre
el vientre de María quiere decir que Ella nos trae a Dios en su seno. Ella
misma se presentó como la Madre del Verdadero Dios. Del Dios Autor de cielo y
tierra, y que está en todas partes. La siempre Virgen María, Madre, no de los
dioses falsos, en cuyo altar se derramaba sangre humana, sino del verdadero
Dios.
El ángel, hombre alado, simboliza a Juan Diego, cuyo nombre era Cuautlatohuac,
que significa «el que habla como el águila». Llevaba
la camisa que usaban los indios convertidos; pues antes, debajo de la tilma,
sólo llevaban el taparrabos. Juan Diego es el ángel mensajero que nos trae a la
Virgen de Guadalupe: la sostiene con sus brazos. El pueblo azteca adoraba al
Sol, a la Luna y a las estrellas. La Virgen de Guadalupe oculta al sol (sus
rayos aparecen por detrás), pisa la Luna, y las estrellas adornan su manto.
Todos al servicio de María.
Otro descubrimiento curiosísimo en la imagen de la Virgen de Guadalupe es la
posición de las estrellas en el manto. Para los indios que las adoraban y las
conocían debió ser muy significativo. El Dr. Hernández Illescas ha estudiado la
posición de las estrellas en el altiplano de México durante el solsticio de
invierno de 1531, año de las apariciones. Resulta que todas las estrellas del
manto de la Virgen, corresponden a las principales estrellas de las
constelaciones en aquellos días. Este estudio ha sido publicado por el Dr.
Hernández Illescas en el libro «Las estrellas del
manto de la Virgen de Guadalupe». Después de invitarme a comer, tuvo la
amabilidad de enseñarme su telescopio del Observatorio «La
Place», en México, D.F., con el que realizó sus observaciones en
colaboración con el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional de
México.
La convergencia de hechos inexplicables en la imagen de la Virgen es tal, que
nos llevan a pensar que su origen es de naturaleza sobrenatural.
A pocos hombres debe tanto México como al obispo Fray Juan de Zumárraga. A él
le deben los indios la más tenaz y más sensata defensa que culminó en las cédulas
de Malinas, dadas por Carlos V. Él consiguió la primera imprenta que hubo en
América, negoció la primera universidad americana, fundó el Hospital del Amor
de Dios, trajo de España árboles frutales, semillas de lino y cáñamo, y hasta
moriscos de Granada para enseñar a los indígenas el cultivo de la seda. Trajo
bestias de carga para relevar a los indios, y artesanos que enseñasen a tejer
telas, alfombras, tapicerías, etc. Como dice el historiador Alfonso Trueba,
Zumárraga levantó asilos y hospitales, promocionó la cultura y abrió fuentes de
trabajo. Su memoria debe ser bendecida por México.
Fray Juan de Zumárraga escribió el proceso de los hechos relacionados con las
apariciones. Éstos se encontraban en el archivo arzobispal de la Ciudad de
México en 1601. Los tuvo en sus manos el Arzobispo de dicha ciudad, Fray García
de Mendoza. Esto lo asegura el Licenciado Bartolomé García, informado
autorizadamente por el Deán de la Catedral de México, D. Alonso Muñoz de la
Torre.
El proceso canónico sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe fue firmado
el 16 de abril de 1666 por D. Francisco de Siles, Canónigo Lectoral de la
Catedral Metropolitana de México. Este proceso consta de doscientas páginas, y
está acompañado de una carta serenamente razonada del Cabildo al Pontífice
Alejandro VII, entonces reinante.
La devoción a la Virgen de Guadalupe perdura desde hace cuatrocientos cincuenta
años y va en aumento. Incluso los opuestos al milagro del Tepeyac, no pueden
negar el acontecimiento guadalupano. Guadalupe atrae al año diez millones de
fieles. Es el templo más visitado después de la Basílica de San Pedro en el
Vaticano. Más que Lourdes y Fátima. Cuando estuve en México en diciembre de
1987, para grabar el vídeo sobre este tema, quedé impresionado ante la
muchedumbre de mexicanos que vienen a la Basílica desde todos los puntos de
México. Y muchos en plan de penitencia, a pedir protección con fervor y fe a su
Virgen de Guadalupe. En la Basílica hay peregrinaciones continuas de pueblos,
colegios, taxistas, obreros de esta fábrica y de la otra, etc. El día de la
Virgen de Guadalupe se celebra misa en muchos centros de trabajo. Yo tuve la
invitación de celebrar misa en una fábrica, y a continuación asistir a una
comida de hermandad.
La afluencia a la basílica el día de la fiesta es multitudinaria. El paso por
delante de la Virgen es constante. Muchos cruzan la plaza de rodillas. Algunos
pidiendo la salud. Otros en acción de gracias. Hay quien anda cuatro días.
Casualmente me encontré con un grupo de universitarios que habían oído mi
conferencia de la Sábana Santa en Cuernavaca. Un grupo de doscientos muchachos.
Llegaron andando desde allí. Son setenta kilómetros. Dos días de camino. El
héroe del grupo era un muchacho al que le faltaba una pierna, y venía apoyado
en su muleta.
Toda la noche del 11 al 12 de diciembre, la Basílica está llena de gente,
mientras van pasando a cantarle a la Virgen toda clase de personas. Incluso
algunos extranjeros, como un grupo de norteamericanos, a quienes grabé en mi
vídeo. El día de la fiesta la explanada se llena de danzantes con sus trajes
típicos.
JUAN PABLO II
DIJO A LOS PIES DE LA VIRGEN DE GUADALUPE EL 27 DE ENERO DE 1979:
«¡Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los
grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha
anunciado, y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer
fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe.
Ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los
grandes tesoros encerrados en las almas del pueblo de Dios que nos ha sido
encomendado. Te ofrecemos todo este pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de
México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad tuya.
Tú que has entrado tan adentro de los corazones de los fieles, vive como en tu
casa en estos corazones. Sé una de casa en nuestras familias, en nuestras
parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos. Y hazlo por medio de la
Iglesia Santa, la cual imitándote a ti, Madre, desea ser a su vez una buena
madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, anunciando el Evangelio,
administrando los Sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante
el sacramento del Matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por
medio del Santo Sacramento del Altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna
hasta la entrada en la eternidad.
¡Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo
servicio de Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones al sacerdocio y a
la vida consagrada. ¡Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y
hermanas para que en cada campo de la vida social, profesional, cultural y
política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que tu Hijo ha traído a la
Humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para
hacer la vida sobre la Tierra más humana, más digna del hombre».
TERMINO
CON LAS PALABRAS DEL DR. CARLOS VEJAR:
«Guadalupe vela por su pueblo. Está en todos los
hogares, y es testigo de ilusiones sin fin, de ocultos deseos, de fervorosos
trabajos. Se halla en el vehículo que transporta al mexicano, y cuida a un
mismo tiempo al conductor y al pasaje.
Se convierte en compañera infatigable que nos sigue a todas partes escondida
entre los papeles de la cartera, o bien entre pañuelitos y barras de labios. Se
hace poner en relieve en medallas que cuelgan del cuello de los hombres,
mujeres y niños. Preside, con su presencia, capillas múltiples en todas las
iglesias de México y aun en el extranjero, especialmente en nuestra
Iberoamérica. Viaja igual en las ondas de la radio que en los canales de la
televisión, y hasta en las confortables cabinas de los aviones o en los
camarotes de los grandes trasatlánticos. Igual ensalzada en las gargantas
cancioneras de mariachis, que en conferencias de letrados. Todo habla de Ella.
Todo en México está integrado por su dulce espíritu, y cuanto de bueno tiene el
mexicano gusta de atribuirlo a la suave sonrisa de la Virgen.
Inspira trovas en los poetas, ensayos en los eruditos, elegías en los
religiosos y bellas palabras en los enamorados. Es asistente forzosa a
inauguraciones y bendiciones de casas, edificios, tiendas, oficinas, industrias
y despachos. Cuida a los enfermos en innumerables camas de hospitales. Vigila
en las estaciones la llegada y salida de los trenes. Sonríe a los obreros, y
mira con amor al político que planea con afán la mejoría del pueblo.
Posa incansablemente para los artistas de México. Se encuentra en colegios,
institutos y universidades, presidiendo la educación de nuestros escolares. Se
pinta en banderas y estandartes, y tremola en el aire vibrante de la Patria.
En todas partes está nuestra Lupita. México entero se halla saturado de su
imagen, de su presencia y de su amor. Todo México tiene que ver con la
Guadalupe que da su nombre a personas, a villas y poblados, a tiendas,
fábricas, haciendas, rancherías, granjas, colonias, teatros y hoteles. Es como
si la Virgen de Guadalupe se hubiera convertido en substancia de la Patria».
La Virgen de
Guadalupe es un testimonio más de la actuación de Dios para fortalecer la fe en
María, su Santísima Madre.
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