SU IDENTIFICACIÓN NATURAL TIENE LUGAR A TRAVÉS DE LOS PADRES
A pesar de su vacuidad teórica, el apoyo político y judicial a la ideología de género está consiguiendo destruir las bases de estructuración de la familia, con los hijos como principales perjudicados. Foto: Kelly Sikkema / Unsplash.
Tomar al
pie de la letra el deseo de un niño de cambiar de sexo puede dejarle atrapado
en el proceso: es la advertencia de Christian
Flavigny, psicoanalista y psiquiatra infantil del Hospital Pitié-Salpêtrière
de París, en un reciente artículo en Valeurs Actuelles (los
ladillos son de ReL):
¿EL
NIÑO PUEDE ELEGIR SU "GÉNERO"?
¿Hay que dejar que sea el propio niño quien determine su
sexo? Es la
cuestión que actualmente se plantean algunos padres, preocupados por la
realización de sus hijos, sean estos ya mayores y reclamen el cambio de sexo,
como la hija de Angelina Jolie, o aún no hayan nacido,
como la modelo Emily Ratajkowski,
que ha decidido no querer saber el sexo de su hijo hasta la mayoría de este y
según la opción que él decida.
Esta
intención de respetar al niño es loable, pero el modo de llevarla a cabo es más
perjudicial que favorable. El motivo: se basa en un
temor, el de "asignar" al niño un sexo que no sea el que él sienta;
es confundirse sobre lo que hace que el hijo se sienta niño o niña.
LA
CONCIENCIA DEL PROPIO SEXO
El
niño percibe pronto que su cuerpo es sexuado: la
diferencia niño-niña le intriga, busca la explicación en el modelo padre-madre,
calculando que juega un papel en su poder de procrear, que tanto le fascina. ¿Cómo apropiarse de ese cuerpo sexuado, cómo convertirlo
en su propio cuerpo, en la base de una definición de sí mismo que le lleve a
decir, de manera evidente: "Soy un niño/Soy una niña"?
La base está en la relación de identificación que caracteriza el vínculo
padre-hijo y lo establece: la hija se siente niña en el vínculo que tiene con su madre, que en su
pasado también fue una niña; esta identificación hace que la feminidad se
difunda entre ellas, como un destino compartido. El hijo se apropia de su cuerpo sexuado en
concordancia y comunidad de experiencia con el progenitor de su mismo sexo:
ella, orgullosa de ser niña y soñando con ser, en un futuro, madre; él,
orgulloso de ser niño, con una masculinidad adquirida a través de la rivalidad
con su padre.
Se favorece la formación de este vínculo si se comparte el orgullo entre
madre e hija, entre padre e hijo: está a
menudo presente, pero no siempre, en función de lo que cada progenitor conserve
como impronta de su propia infancia, y de lo que cada hijo acoja o rechace de
lo que le es transmitido. Su naciente vida imaginaria le hace soñar con su
doble, ese alter ego del otro sexo, y plantearse: "¡Si hubiera sido niño!" en el caso de
la niña (viceversa para el niño). Esa versión mía en el otro sexo, ¿habría respondido mejor a sus expectativas [de sus
padres]?
La fantasía puede ser
insuficiente para dar una respuesta, por lo que el niño entonces deseará
recurrir a la experiencia viva, uniéndose a grupos del otro sexo y aceptando
sus juegos favoritos. Esto se traduce en una perplejidad: ser del otro sexo, ¿me garantiza que seré más amado/amada? Todo esto puede desembocar en pedir el cambio de sexo, lo que indica, no una
madurez, sino un malestar, expresión de un sentimiento de
inestabilidad con los sexos. Es necesario tomárselo en serio, lo que no quiere
decir al pie de la letra.
TEORÍA
ORGANICISTA E IDEOLOGÍA DE GÉNERO
Las
madres de las que hemos hablado antes no lo entienden así porque viven en
países anglosajones,
cuya cultura no conoce la dialéctica que la cultura francesa lleva a cabo en el contexto del vínculo
padre-hijo, y que acabamos de exponer. La comprensión de la sexuación sigue
siendo binaria; en el pasado, imperaba la teoría organicista que reducía el sexo únicamente al dato corporal,
imponiéndolo como un destino trazado y normativo, lo que excluía, en la
intolerante sociedad estadounidense, a los homosexuales.
Christian
Flavigny alerta
en un reciente libro, Le débat
confisqué [El debate suprimido], sobre las consecuencias no
explicadas de las campañas totalitarias a favor de la reproducción asistida,
los vientres de alquiler o la ideología de género.
Los
militantes la contestaron, no sin razón, pero yendo en contra; la ideología de género, que lleva su marca, substituye el dictado del cuerpo
que ellos denuncian con la dominación del espíritu: el
sentimiento personal define la identidad sexual independientemente de la
realidad corporal. Esta tesis es tan reductiva como la que refutaban,
pero invirtiendo los términos: el sentimiento y la determinación
personal se convierten en el único criterio de identidad sexual.
El
resultado de este enfoque reductivo del género es el temor a una "asignación" educativa,
que impondría los que ahora son considerados como "estereotipos": toda
interferencia en la vida educativa sería una violencia que se hace al niño. Dar
muñecas a las niñas sería imponerles unos códigos fijos; olvida esta teoría que
la niña, con sus muñecas, pone en juego, en el pleno sentido del término, su
sueño de ser madre más tarde en la vida, sostenida por la identificación con su
madre y su deseo de ser mayor. La identificación es el esbozo
de una transmisión, es la guía de exploración del niño, no lo deja atrapado
sino que, al contrario, le da libertad: puede contestar el modelo, pero no se deshará de él en
la adolescencia, que es lo mejor para él.
VICTIMIZACIÓN
Y SUMISIÓN AL SENTIMIENTO
La
ideología de género rechaza todo esto, pero ¿basándose
en qué? Su vacuidad teórica se esconde detrás de la victimización que ha
permitido su éxito: la homosexualidad es innata ("se nace
así"), el deseo de cambiar de sexo es consecuencia de un "error de la
naturaleza" que habría dado un alma femenina a un cuerpo masculino (o a la
inversa), exigiendo de golpe la reparación médica y social... La
ideología de género es la versión moderna de la vieja fantasía
humana de controlar la sexualidad: resume el desarrollo del niño dándole el mismo
privilegio de determinar su sexo que preconiza para el adulto.
El
resultado es la respuesta que dan los países anglosajones y nórdicos al deseo
de cambiar de sexo expresado por un niño o un adolescente, a saber: adaptar el cuerpo al sentimiento en lugar de aliviar los desgarros del
mismo; dicho de otro modo, el
señuelo que fascina en lugar de la ayuda. El concepto de "disforia de género", término que tiene
un aire de erudición más descriptivo que explicativo, valida el cambio de la
realidad corporal medicalizando una "transición"
hacia el otro sexo con la utilización de tratamientos invalidantes,
bloqueadores de la pubertad y hormonas sexuales que a veces tienen efectos irreversibles, y que dejan atrapado al niño en su proceso,
además de comportar un gran riesgo de arrastrarle a un callejón sin salida con
resultados dramáticos.
LAS
IMPOSICIONES DEL TRIBUNAL DE DERECHOS HUMANOS
Este es
el enfoque de los países anglosajones y nórdicos; es el resultado de su
desconocimiento o rechazo a los procesos psíquicos que la cultura psicológica francesa conoce muy
bien, pero que ellos ignoran. Teníamos la ocasión de haber podido influir sobre
sus ideas, pero ¡ay!, lo que se ha producido
es lo inverso: se han importado a Francia las
prácticas de esos países.
En lugar
de impulsar el enfoque psicológico prudente, comprensivo y
respetuoso, en el que nuestro país sobresale, uniendo a los padres y
a los hijos para que solucionen pacientemente el nudo de sus sentimientos, hace
años ya que la cultura francesa se deja invadir, sobre este tema y, de manera
general, con todo lo que afecta al vínculo familiar, por los principios de la
cultura anglosajona, herederos de una sociedad rudimentaria en su conocimiento
de la vida psíquica acompañada, además, por una intolerancia en las relaciones
sociales (Francia hace más de dos siglos que despenalizó la homosexualidad).
¿Cómo se puede entender esta renuncia, resultado de la sumisión, año
tras año, del derecho francés a los enunciados del Tribunal Europeo de los
Derechos del Hombre, que legifera según los principios del derecho anglosajón? La
cultura del vínculo familiar ha sido devastada por las leyes en todos los temas
relacionados con la familia y la bioética,
desestructurando el equilibrio del vínculo padre-hijo propio de nuestra
cultura; un saqueo auténtico, tanto más incomprensible cuanto que es
injustificado, ya que los principios de otras culturas pueden ser pertinentes
para ellas, pero desestabilizan los que regulan la vida familiar en Francia,
con consecuencias graves para el vínculo social.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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