Hace 95 años, S.S. Pío XI instituyó la gloriosísima fiesta de Cristo Rey destinada a rezar por la restauración de la Santa Cristiandad, esto es, de los Gobiernos Católicos (unidos a Pueblos Católicos), que algún protestante, impropiamente, dio en llamar “confesionales”.
El verdadero nombre no es “confesional” ni “civilización
del amor” ni “teocracia”, sino simple
y reciamente: Cristiandad o, en latín, Christianitas. De hecho,
como subraya Gueydan de Roussel, antiguamente no se hablaba
de Europa, sino de
la Christianitas, nombre
que debemos recuperar.
“Europa”, de hecho, tiene un significado
absurdo. Evoca una idolilla fenicia secuestrada y seducida por el ídolo Zeus
transformado en toro. ¿Cómo la gloriosa Christianitas,
que marcó más que ningún otro factor humano la Historia Universal, adoptó un
nombre tan ridículo? Son los estultos modos de obrar de la laicidad. De
todos modos, el mote “Europa” describe
agudamente la caída de la Christianitas: ya no es la fortaleza de
la Civitas Dei en este destierro, sino una tierra idólatra y
fenicia raptada por una conjura de seres abisales.
Es preciso que “Europa” recupere su verdadero nombre: Christianitas, y que no sea sólo una
cuestión nominal, sino esencial, esto es, que se restaure el reinado social
(¡no socialista!) de Jesucristo. De hecho, no fue sino ésta la meta que
motivó al Papa Pío XI a instituir la fiesta de Cristo Rey que el Novus Ordo modificó
ligeramente llamándola “Cristo Rey del Universo”, lo
cual, si bien es un título grandioso, implícitamente silencia ligeramente la
noción de Cristiandad, sustituyendo la expresión “Reinado
Social” por “Reinado Universal”.
Sea lo que sea, dentro de
cinco años se cumple el primer centenario de la institución de la solemnidad de
Cristo Rey, lo cual nos mueve a prepararnos para tan glorioso aniversario
durante este período que (¿por qué no?) podríamos
llamar “el Lustro de Cristo Rey”.
Hoy, en las antípodas del
Reinado Social de Cristo, hoy que quieren borrar el Catolicismo de la Ley
Suprema de Costa Rica (uno de los pocos países que heroicamente aún lo
reconocen como su Religión Oficial) [1],
hoy que estamos en las antípodas de la Cristiandad y, según parecen avisar los
signos, en la antesala de la democracia del Anticristo –que hermanará
a todos los hombres, no en torno a Cristo Rey, sino a ídolos vulgares como los
totémicos “derechos humanos” (que
sustituyeron los derechos naturales de la persona y sepultaron los de Dios y la
Iglesia), el igualitarismo y la tolerancia sodo-eco-pacificista–,
hoy es hora de levantar la cabeza, reagruparnos, coaligarnos (renunciando a
pelearnos por las diferencias en lo opinable) y militar infatigablemente para
restaurar la Santa Christianitas que sepulte para siempre las condenadas
utopías modernas (empezando por el “Estado Laico” –en
cualquiera de sus variantes) y levante bien en alto el único estandarte
eternal: el de Cristo Rey y María Reina,
al lado del cual los idolillos de la democracia moderna y la fraternidad
inmanentista son torpes caricaturas hecha por el mono de Dios.
Apuntemos a tener en el MMXXV al menos una Monarquía Católica efectiva
sobre la tierra. Es claro que nuestro planeta no gime ni puede gemir –y que la
sola metáfora es malsonante–, pero, si el cosmos pudiese llorar, lo haría, y a
cántaros, mas no por ningún supuesto ecocidio, sino porque ya no alberga ni una
sola Monarquía Católica, don este que fue derribado por la diabólica
conjuración de las sectas masónicas que no pararon hasta derrumbar el último
trono cristiano, tolerando sólo que sobrevivan unos pocos como resabios
folklóricos protocolares aptos para rubricar leyes criminales de las
democracias laicas.
Apuntemos a tener en el MMXXV al menos una Monarquía Católica efectiva
sobre la tierra. Y, cuando decimos apuntamos, decimos, al menos, que lo
deseemos y, sería ideal, que recemos por tan santa intención.
Hoy, que está de moda soñar e
imaginar, nadie nos podrá reprochar que soñemos. Pero, si soñamos, soñamos en
grande, católica y quijotescamente. Y no soñamos por soñar, sino para marcar
poéticamente el rumbo a sabiendas de que el principal timonel de la Barca es
Dios, y no una alianza de apóstoles disimulados que discretamente ocultan su
condición de católicos infiltrándose en los entresijos de Babel.
Sí, a plena luz del día,
soñamos con el Reinado de Cristo y con la restauración de las Monarquías
Católicas, aunque nos lleve cincuenta años restaurar una sola de ellas, sea
donde sea (Polonia, Hungría, España o El Congo). Sí, soñamos, mas no apoyados
en utopías o ilusiones modernas, sino en el más plenificante de los ideales
políticos jamás enunciados: el ideal de la Christianitas (implique
o no monarquía), que es la única opción política posible del bautizado.
Invitamos a todas las
instituciones y personas a que apoyen la Monarquía Católica y a decirlo
abiertamente (¡para que se vea que somos muchos más de lo que se piensa!), sin
temor ni respeto humano. Ya se verá cómo se ejecuta, si es que alguna vez se
ejecuta, pero el primer paso es quererlo y soñarlo, y a eso apuntan estas
líneas, sabiendo que, como reza el libro de la Sabiduría, «el fruto de los esfuerzos nobles es glorioso» (Sb
III, 15) y que nada está perdido para quien tenga una fe grande como un grano
de mostaza, puesto que esa fe mueve montañas.
Salvo en los últimos 150 o 200
años –que estuvieron marcados en América casi exclusivamente por un desborde
revolucionario y anticristiano (valga la redundancia) –, toda nuestra Historia
fue Imperial y Monárquica, a tal punto que hasta muchas de las tribus
precolombinas tenían reyes (y, tomemos nota, ninguna de ellas era laica, sino
todo lo contrario). Por eso, es hora de derribar los trastos viejos y deformes
que conforman la democracia moderna y el Estado Laico –que lo único que
aportaron fue corrupción, apostasía y miseria igualitaria– y restaurar la
Monarquía Católica en todo su esplendor.
Ya que hoy está de moda soñar,
soñemos también nosotros. Sí, no soñamos con ninguna utopía maritaneana,
vegano-onusiana, eco-ambientalista ni sodo-trans-feministe, sino con una
constelación hispanista de Monarquías Católicas Nacionales unidas bajo un mismo
Credo (la Santa Fe Católica) y un mismo Emperador, que combata al islam y al
hinduismo doquiera que estos osen tocar a un solo cristiano.
Sí, soñamos con una
Catolicidad Imperial, armada, militante, misionera y épica, que no tolere las
blasfemias, que defienda y promueva la familia y el matrimonio sacramental, que
aplaque el crimen con severa justicia, que honre a los héroes, que ensalce la
virtud y execre el pecado, que defienda la pureza y castigue a los pornógrafos
y blasfemos, que condene la usura, que asegure el pleno empleo de los que
quieren trabajar, que no financie a los vagos, que estimule la profundización
científica (empezando por la Teología y la Metafísica), que prohíba el
proselitismo herético, que santifique los espacios públicos con cruces e
imágenes marianas, que no tolere que una ínfima minoría de deicidas adoradores
del becerro de oro dominen la economía e impida el triunfo de la Fe, que no
sólo derogue las leyes abortistas o prosodomíticas sino toda ley anticristiana,
que en vez de proteger la sodomía, la ataque para que sea escarnecida y que
ponga todos los recursos del Estado al servicio de la predicación de la Santa
Fe Católica.
QUEREMOS QUE CRISTO REINE. EL RESTO NO NOS IMPORTA
NADA.
¡VIVA CRISTO REY!
Padre Federico
Highton, S.E.
[1] Téngase presente que los laicos pueden, y
deben, mantener el reconocimiento oficial del Catolicismo como la Religión
Oficial de un país, aun cuando los jerarcas católicos pidan un Estado Laico, ya
que la Cristiandad no se funda en los deseos mudables del clero (ni siquiera
del Sumo Pontífice, como se ve en la vida del César Carlos V) sino en
exigencias metafísicas perennes y, ante todo, en los Derechos imprescriptibles
de Dios.
(Publicado
originalmente
en https://www.imperiumnews.net/el-reinado-de-cristo-o-una-democracia-del-anticristo/)
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