La confesión sacramental por correo electrónico es imposible.
Por: Ramón Aguiló, SJ | Fuente:
www.autorescatolicos.org
Las llamadas nuevas tecnologías están invadiendo
todas las actividades humanas. Más bien deberíamos decir que las han invadido
ya. Basta ver las tiendas, las oficinas, los despachos, los medios de
comunicación social. En todas partes vemos aparatos,
monitores, pantallas, escaners, teclados, diskettes, compact discs, impresoras,
colores... Todo sucede como si nadie pudiera trabajar sin tener a su
alcance un ordenador, que lleva en sus entrañas las complicadas estructuras de
los modem, conectadas con el universo exterior a través de servidores fieles y
atrevidos. Todos conocemos algunos de sus nombres. En este campo no se detiene
la investigación ni el progreso. Lo que ahora es moderno, nuevo, dentro de unas
semanas se convierte en algo anticuado, inservible.
Todos estamos sumergidos en este mar que puede parecer milagroso, incomprensible
para muchas personas de una cierta edad.
Nuestra Iglesia Católica también se siente sacudida por todo este agitado mundo
de la informática, de los e-mails o correos electrónicos y de estas terribles
tres WWW, que, traducidas al castellano, significarían: “La Telaraña Extendida por todo el Mundo”.
Pero la Iglesia es portadora de un Mensaje Evangélico y de unas Realidades
Sagradas, establecidas por su Creador, Jesucristo, el Hijo de Dios, el Hijo del
Hombre, hace más de dos mil años, que van a durar hasta el final de los siglos.
La Iglesia, impertérrita en su labor comunicadora y santificadora, no se
inquieta. Pero a veces experimenta que estos medios modernos se le escapan
porque son utilizados por personas o entidades poco serias o eminentemente comerciales.
La Santa Sede ha enviado una nota al episcopado del mundo para recordar a todos
los sacerdotes que no está permitido utilizar medios (como el correo
electrónico o el fax) para consultar cuestiones cubiertas por el sigilo del
sacramento de la Confesión.
Lo sagrado es lo sagrado. Lo establecido por Jesucristo debe ser tratado
siempre con mucho cuidado, teniendo siempre en cuenta las normas emanadas de la
Tradición Divina y de las Normas de las autoridades eclesiales competentes.
La confesión sacramental por correo electrónico es imposible. Porque el correo
electrónico puede esconder la personalidad del que comunica. Los que usamos
este medio sabemos perfectamente que, por desgracia, existen personas y
empresas que lo utilizan para sus fines comerciales, y hasta al servicio de sus
ideologías bastardas y de sus concepciones materialistas y pecaminosas. Las más
extravagantes y agitadas imágenes llenan los monitores de los que se comunican
por Internet.
Hay que ir con mucho cuidado en la utilización de estos medios electrónicos
para fines de consultas serias sobre cuestiones de conciencia y de moral.
Esta sería una parte muy importante de los problemas que nos plantean las
nuevas tecnologías. Es la que podríamos llamar la “cara
negativa”.
Pero también existe la “cara positiva”. La
Iglesia tiene un mandato de su fundador, Jesucristo, de comunicar al mundo
entero su mensaje salvador, divinizador. Él
se despidió de los Apóstoles y Discípulos, dándoles un mandato: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda
la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se
condenará” (Evangelio de San Marcos, capítulo 16, vers. 15. Traducción
de la “Biblia de Jerusalén”).
Las nuevas tecnologías, los E-mails y los WEBS ofrecen a la Iglesia la
posibilidad de hacer llegar el mensaje de Jesús a todas las Naciones, a todas
horas, a todos los que estén atentos en la soledad de sus aparatos, a los
tristes y oprimidos, a los que buscan y quieren encontrar el camino de la
Verdad y de la Vida, la posibilidad de lo eterno y de lo feliz.
Nuestro pensamiento debería esforzarse por utilizar estos nuevos medios de un
modo incansable, siempre novedoso, para que la humanidad sea más cristiana y
más alegre, más pacífica y más solidaria, con un espíritu más fraternalmente
ecuménico. Han aparecido numerosas iniciativas que ofrecen a todos los modernos
apóstoles la posibilidad real de proclamar la Buena Nueva a toda la creación,
extendiendo sus manos abiertas a todos los que buscan sinceramente encontrarse
con el Ser Supremo, Dios.
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