Me
casé muy joven, con diecisiete años, recuerdo esa tarde con solo 18 soles en
los bolsillos y el inmenso miedo a lo que se venía.
Conseguí
un taxi cuyo dueño, un viejito de unos 85 años, me dijo que no me preocupara que
él iba a dormir, que me demorara lo que quiera en el consejo de Santa María.
Era el año 1975.
No invité a nadie, pero como siempre no faltaron zampones y paracaidistas.
Regresamos a casa y encontré varios, disque invitados, bien chantaos, supongo que esperando el combo y la chupeta. Mas yo estaba muy, pero muy misio.
Mi desesperación calmó al ver a mi nueva suegra con dos inmensos patos de su corral, ahora sólo faltaba el trago ¿cómo haría? Sacando mi billetera vi un inmenso billete de 10 soles color naranja (una libra) y otro pequeño de 5 soles (un lorito).
Por aquel entonces, se vendía en los tambos y bodegas de Huacho el famoso vino "Sayán" (a dos grados para ser vinagre) que tenía una etiqueta, de papel cometa con el nombre mal impreso. Era un vino que con esfuerzo se dejaba tomar. Imaginen que su precio era de 40 centavos la botella, a veces daba diarrea, pero esa es otra historia. Pensando en este vino corrí hacia la tienda en dónde compré veinte botellas, las cuales no enseñaría por el roche y serviría el vino en jarra.
Cosa que cambió cuando buscando bajo el repostero, vi muchas botellas vacías de vino francés, que, por lo bonito de su forma, mi hermana, dueña de la casa guardaba. Es que hacía una semana ella había bautizado a sus hijos. Su compadre, un italiano millonario trajo dos cajas de este vino para brindar con ellos.
Una idea malévola cruzó por mi mente y comencé a vaciar las botellas de vino Sayán en las bonitas botellas de vino francés (cuya marca no diré por el cherry). Cuando acompañando al cebiche de pato, se puso las botellas de vino en la mesa, los conchudos comensales disimularon su sorpresa y empezaron a chuparse el vino como si fuera emoliente. Rápidamente se emborracharon, comenzando a alabar el vino diciendo: ¡Darío lo mejor de tu matri ha sido el vino! Si no hubiese venido, ¡jamás hubiese tomado vino francés! No se enteraron que tomaron vino torcido, Sayán. Pero, esa es otra historia…
De Darío Pimentel (2018).
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