MICHAELA GALLAGHER DECIDIÓ ENTREGAR SU TIEMPO A ACOMPAÑAR A ENFERMOS MORIBUNDOS EN EL MOMENTO DE SU MUERTE / CNS
Con apenas 16 años tuvo una
experiencia con unas monjas que la marcó.
La muerte es parte irremediable de la existencia humana. Pero en
estos meses está más presente que nunca. Cuando muchos en Occidente han vivido
como si no fueran a morir nunca, de repente una pandemia como la de coronavirus
vuelve a poner de manifiesto la fragilidad de la existencia en esta
tierra.
Pero
tanto antes del coronavirus, que ya ha dejado más de un millón de muertos, como
durante la pandemia y también cuando ésta pase muchos católicos
seguirán acompañando a personas moribundas
para que el miedo a la muerte en este momento trascendental pueda ser
reemplazado por la alegría de caminar hacia la vida eterna.
UNA
EXPERIENCIA QUE HA MARCADO SU VIDA
Las hermanitas de los Pobres realizan esta importante misión, de no sólo cuidar sino de acompañar espiritual y
físicamente hasta el mismo momento de la muerte. De ello fue testigo Michaela Gallagher, una adolescente voluntaria en una de las
residencias de estas religiosas. Tenía 16 años cuando fue testigo por primera
vez de la muerte de una persona. Fue en este centro y quedó impactada con el
amor con el que estas monjas despidieron a este fallecido.
Gallagher
estaba en esta residencia en ese momento y se aventuró a entrar en una
habitación donde las religiosas acompañaban a una residente de
101 años que se esperaba que muriera en algún momento de ese día.
“Una de las hermanas me vio parada en la parte de atrás de la habitación
y dijo: 'Acércate' y me indicó que me sentara al lado de esta residente”,
relata esta joven a Catholic News Service.
De
aquella experiencia, “recuerdo –explica
ella- haberme preguntado por qué querrían que me
sentara a su lado; nunca antes había visto morir a nadie". Pero
entonces lo entendió: “Si tenía algún miedo o vacilación, quedó aplastado justo
en el momento en el que me arrodillé al lado de esta viejecita y tomé
su mano mientras se deslizaba hacia la eternidad”.
“Ella murió en paz. Una de las hermanas notó que me caían lágrimas por
las mejillas. Ni siquiera me di cuenta hasta que me dio un par de pañuelos. No
estaba triste, no estaba asustada. Las lágrimas fluían porque en ese momento
estaba muy en paz”, explica Gallagher.
Por ello,
nunca olvidará aquel día y siempre “estaré agradecida con esa
pequeña anciana de 101 años por lo que, sin saberlo, hizo por mí en el momento
de su muerte”. Aquella situación eliminó el miedo a la muerte
para Gallagher y decidió responder al llamamiento cristiano de acompañar a los
moribundos.
LA
HABITACIÓN DE UN MORIBUNDO ES UN SANTUARIO
De este
modo, durante los últimos tres años ha acompañado a más
personas ancianas en el momento final de su vida, una ayuda para que puedan llegar al cielo.
La
práctica de acompañar a los moribundos se puede ver en el ejemplo de
María, que no se movió del pie de la cruz,
afirma la hermana Maureen Weiss, quien fue administradora y madre superiora en
las Hermanitas de los Pobres de esta residencia para ancianos pobres cuando
Gallagher comenzó su voluntariado allí.
“Michaela entendió por qué la iglesia nos enseña que la
habitación de una persona moribunda debe ser un santuario con alguien que ofrece consuelo y
esperanza al dejar este mundo y entrar en la vida eterna”, señala esta religiosa.
Una de
las cosas que más maravilló a esta joven voluntaria fue el ver a las Hermanitas de los Pobres turnarse para quedarse
con un residente moribundo durante las 24 horas, a menudo riéndose con ellos, cantando,
rezando con ellos, a veces llorando, lo que le enseñó que el final de la vida
de alguien puede ser una celebración anticipada del viaje futuro.
EL
PRIVILEGIO DE ACOMPAÑAR HASTA LAS PUERTAS DEL CIELO
“La muerte es una parte muy natural e inevitable de la vida”, añade esta joven católica, que considera que “si se te brinda la oportunidad de acompañar a otra
persona durante su viaje al final de su vida, te darás cuenta del privilegio y
la gracia que supone.
Aprovecha este regalo que te han dado”
Por otro
lado, Michaela Gallagher también señala que también es normal estar triste: “no es fácil ver a alguien sufrir y morir, especialmente
cuando se trata de alguien a quien amas profundamente”.
Sin
embargo, añade que “puedes consolarte y sacar
fuerzas del hecho de que estás haciendo todo lo posible para aliviar
su sufrimiento, y brindarles
consuelo y paz durante este momento tan sagrado”.
J. Lozano / ReL
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