Vivimos en unos días que pasarán a la historia, no sé si como los de la pandemia COVID o la histeria COVID; el tiempo nos lo dirá. Lo que está claro es que no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a situaciones como la que nos ha tocado vivir. Es un lugar común que en las conversaciones salga el recuerdo de la peste (negra) tal es el trauma que supuso a los europeos. Pero lo asociamos a algo medieval y superado y es más un ejemplo, como la fiebre española, de lo que fue y no volverá (quizá seamos unos ilusos).
En 1854, durante el verano,
Londres sufrió una devastadora epidemia. Una ciudad populosa, muy grande, con
un defectuoso sistema de alcantarillado y escasas medidas de higiene generales,
era un perfecto lugar para que se extendiese una epidemia de cólera. Aun cuando
la enfermedad era conocida y no resulto sorprendente su llegada, no se conocía
ni qué lo causaba ni cómo se transmitía.
Pero en esta ocasión dos
hombres juntaron sus talentos para lograr dar con las claves del misterio. Una
fuente bombeaba agua contaminada por heces humanas de un infectado y de dicha
fuente bebió muchísima gente, que contagiada moriría en horas. Bastan 100
millones de bacterias para enfermar de manera mortal a un sujeto. Y tal
cantidad de bacterias en un vaso de agua no se percibe ni en el aspecto, ni en
el olor ni en el sabor.
Un médico con un espíritu
especialísimo, irredento que no se arredró pese a ir contra la opinión general
de que la enfermedad era debido a los miasmas (aires contaminados) y un
sacerdote que conocía el barrio pues era el párroco, con un gran conocimiento
de la gente que vivía y moría en aquellas pocas casas del Soho, lograron
establecer el cómo y el porqué.
Si no enterramos nuestros
talentos por miedo y los ponemos al servicio del acervo humano, podemos lograr
grandes cosas. La investigación de esos dos hombres supuso al de un
tiempo la definición del concepto de enfermedad infectocontagiosa
y la organización de la salud pública y la mejora de los sistemas de
drenaje y toma de agua. Fue un pequeño brote, muy agresivo, que apenas supuso
616 muertes. Pero su gran trabajo resulto un avance enorme para el saber
humano, para una vida mejor.
Quizá pueda hacer torcer el
gesto un tanto al lector la opiniones personales del autor, sus puntos de vista
que podríamos considerar las de un progre norteamericano y que afloran de vez
en cuando en un texto, por otra parte, muy interesante.
JOHNSON, Steven
“El mapa fantasma: la epidemia que cambió la ciencia, las
ciudades y el mundo moderno“
Capitán Swing,
2020
Urko de Azumendi
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