Hay enfermedades que sólo Dios puede curar.
Por: Mónica Muñoz | Fuente: Catholic.net
Cada año, el mundo se sorprende con la aparición
de enfermedades nuevas. Hace unos días, nos daban la noticia de que China se
había infectado con el “coronavirus”, y,
como era de esperarse, los memes circularon a gran velocidad por el internet,
aludiendo a una bebida alcohólica, sin embargo, si bien, en nuestro territorio
geográfico no se ha confirmado ningún caso, es cierto que en el país asiático
se ha convertido en motivo de alarma y crisis sanitaria, reportándose miles de
infectados y decenas de muertos.
Por supuesto, aunque a nuestro país no le
alcanzara la rara enfermedad, se ha suscitado mucho temor y un sinnúmero de
especulaciones sobre si tendríamos los medios necesarios para enfrentar una
epidemia. Dios nos libre de tal caso.
No obstante, a pesar de que hay que estar alerta
con las enfermedades del cuerpo, es con las del alma con las que tendremos que
lidiar en los próximos años.
Es así que, términos como autocontrol,
habilidades sociales y empatía son utilizados en el campo empresarial para
referirse a las cualidades que los líderes de las compañías deben manejar para
lograr sus objetivos, pero se relacionan directamente con sus colaboradores, a
quienes deben saber guiar, impulsar, corregir, motivar y mantener contentos en
su ambiente laboral. Sin embargo, para lograrlo, el líder debe poseer una
alta dosis de inteligencia emocional, la cual se ha estudiado desde 1920, y, a
través de investigaciones de muchos estudiosos, actualmente se ha convertido en
un área del conocimiento de las ciencias sociales sumamente socorrido,
popularizado especialmente por el estadounidense Daniel Goleman.
Goleman menciona en sus estudios que las
características de la llamada inteligencia emocional son: la capacidad de
motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las
posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de aplazar las gratificaciones,
de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia
interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y
confiar en los demás.
Es, entonces, mantener un saludable equilibrio
entre las emociones y la razón, ya que si el cerebro no las controlara, todo el
tiempo actuaríamos impulsivamente, y por el contrario, si no tuviésemos
emociones, el cerebro pensante sería incapaz de tomar decisiones.
Sin embargo, hay que reconocer que estamos muy
lejos de manifestar una buena inteligencia emocional, y creo que no hay que ser
expertos para darnos cuenta, de que, cada día, la sociedad se está deteriorando
más y pareciera que no hay solución.
El mismo Goleman recaba información sobre un
estudio comparativo a nivel mundial sobre bienestar infantil, llevado a cabo
por Une Bronfenbrenner, conocida psicóloga evolutiva de la Universidad de
Cornell, en el que señala que “las presiones
externas son tan grandes, que, a falta de un buen sistema de apoyo, hasta las
familias más unidas están empezando a fragmentarse. La incertidumbre, la
fragilidad y la inestabilidad de la vida cotidiana familiar afectan a todos los
segmentos de nuestra sociedad, incluyendo a las personas acomodadas y con un
elevado nivel cultural”.
El texto continúa: Lo
que está en juego es nada menos que la próxima generación – especialmente los
varones –, que durante su desarrollo son especialmente vulnerables ante las
fuerzas disgregadoras y los devastadores efectos del divorcio, la pobreza y el
desempleo. El estatus de las familias y los niños estadounidenses es más
inquietante que nunca […] Estamos privando a millones de niños de sus
capacidades y de sus aptitudes morales (Goleman, Daniel, Inteligencia
Emocional, pág. 198).
Cabe destacar que, aunque el estudio está
enfocado en la niñez de Estados Unidos, Goleman agrega que se trata de una
situación global. Es necesario entender que las enfermedades emocionales, tales
como la depresión, la neurosis y la ansiedad, deben tratarse adecuadamente
mediante el apoyo de un profesional, pero también, aplicar medidas preventivas
como proveer a los niños de un ambiente de amor y comprensión, en el que los
padres de familia tienen un papel fundamental para brindarles estabilidad y
seguridad en todo sentido, pues el rechazo, el estrés, los gritos, las pelea
entre los progenitores, el elevado índice de divorcios, generan en los pequeños
emociones que son incapaces de reconocer y menos de entender, lo que podría
desembocar en una enfermedad emocional.
Por eso, es necesario hacer un serio examen de
conciencia y saber reconocer si es que hemos llegado a perder el control con
arranques de ira o hemos caído en tristeza profunda o si hemos tenido
comportamientos extremos que hayan herido a nuestra familia, para que hagamos
el esfuerzo por vencer nuestro orgullo o temor y acudamos a algún grupo que
pueda apoyarnos, porque, de nuestra salud emocional, depende el bienestar de
quienes viven con nosotros, sobre todo, nuestros niños.
Y acudamos sin miedo al que
todo lo puede, porque hay enfermedades que sólo Dios puede curar.
Que tengan una excelente semana.
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