28
de julio de 2020 (Oficina de Prensa).- Con ocasión de celebrarse el 199°
Aniversario de la Independencia del Perú, nuestro Arzobispo Metropolitano
Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., celebró la Santa Misa y Te Deum,
donde ofreció sus plegarias y súplicas por el país. Se contó con la
participación virtual de las más altas autoridades políticas, civiles,
militares, diplomáticas y universitarias de la Región, así como de los miembros
de las Asociaciones Cívico Patrióticas de nuestra ciudad.
Al
finalizar la Santa Misa, con gran júbilo y amor por el Perú, se entonaron el
Himno Te Deum y las sagradas notas de nuestro Himno Nacional.
A
continuación les ofrecemos el texto completo de las palabras que pronunció
nuestro Arzobispo en esta importante ocasión:
HOMILÍA CON OCASIÓN DEL 199º ANIVERSARIODE LA INDEPENDENCIA
DEL PERÚ
En medio de
una emergencia nunca imaginada causada por la pandemia del coronavirus
(Covid-19), enfrentando a un enemigo invisible y muchas veces mortal,
celebramos el 199° aniversario de la Independencia del Perú ofreciendo el santo
sacrificio de la Misa por nuestra querida Patria.
Lo hacemos
siguiendo la tradición que instituyera el Generalísimo don José de San Martín,
quien después de proclamar la Independencia del Perú, solicitó al entonces
Arzobispo de Lima, Monseñor Bartolomé de las Heras, que agradeciera a Dios el
don de la libertad con la celebración de una Misa solemne a la cual siguió el
canto del himno del Te Deum laudamus, “A ti, oh Dios, te alabamos”, himno que
se entona sólo en ocasiones importantes para agradecer al Señor por sus grandes
beneficios.
La Misa se
celebró el domingo 29 de julio de 1821, y así como hace 199 años, hoy nosotros
seguimos esta tradición para implorar a Jesucristo, Señor de la Historia, que
bendiga, proteja, y en las actuales circunstancias, consuele y sane a nuestra
amada Patria de la coyuntura que nos aflige, en donde la mala situación
sanitaria que vivimos se agrava con el mal moral de muchos, todo lo cual golpea
con mayor crueldad a los más pobres.
Muchas
familias peruanas y piuranas han sufrido la muerte de un ser querido, los
cuales han fallecido solos, sin poder despedirse de los suyos. Recemos por los
fallecidos por esta pandemia y por sus afligidas familias, quienes han visto
aumentado su dolor al no haber podido acompañarlos en el momento de su muerte,
así como darles un entierro digno.
A lo largo
de estos más de cuatro meses de emergencia hemos sido testigos de mucha
incompetencia, indolencia y soberbia, lo cual ha evidenciado que el Estado, en
sus múltiples niveles de gobierno, no es capaz de garantizar nuestra salud.
Ello ha aumentado en los ciudadanos la desconfianza en la política y en el
sistema democrático de vida que llevamos, lo cual es extremadamente peligroso.
Cada quien tendrá que hacer un profundo examen de conciencia para reconocer la
parte de responsabilidad que ha tenido en agravar una crisis sanitaria que, en
el caso de Piura, llegó a su pico más alto entre la segunda quincena del pasado
mes de mayo y se prolongó hasta mediados de junio. Cada quien tendrá que dar
cuenta a Dios de sus acciones u omisiones, algunas de las cuales han tenido
consecuencias irreversibles en la vida de muchas familias peruanas y piuranas.
Esta crisis sanitaria aún no termina y puede reavivarse en cualquier momento
sino tomamos ahora las medidas necesarias.
Además, como
cristianos y ciudadanos responsables tenemos que observar, con civismo y
patriotismo, las normas de higiene, bioseguridad, distanciamiento físico, y de
atención médica temprana.
La tempestad
de la pandemia ha desnudado una vez más nuestra mayor vulnerabilidad: La desunión. Sí, hay que reconocerlo: Frente
a la emergencia sanitaria, a los piuranos nos ha faltado y nos falta unidad.
Frecuentes
han sido los desencuentros entre nuestras autoridades. Ha faltado y sigue
faltando aún un mayor diálogo y humildad para trabajar unidos y dejarse ayudar.
La soberbia o la imagen personal no pueden estar por encima de la vida de los
demás. Nada puede estar por encima de la vida de las personas. Han abundado los
ataques y las recriminaciones, el partidismo y la prevalencia de los intereses
particulares y de grupo.
Parece que
no quisiéramos comprender que por encima de cualquier diferencia personal o
ideológica está la persona humana. El futuro del Perú y de Piura en particular,
depende de que la política, la economía y la tecnología, pongan al ser humano,
con su dignidad inalienable de hijo de Dios, en el centro de sus preocupaciones
y esfuerzos. Es a la persona humana y no a nosotros a quien debemos servir, y
en estos momentos más que nunca, atender y curar.
Pero
pareciera que, hasta hoy no nos damos cuenta de que estamos en la misma barca,
todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo todos importantes y
necesarios.
Con más de
35,000 personas contagiadas y cerca de 1,700 fallecidos a la fecha, cifras
oficiales pero distantes de la realidad, Piura se ubica tristemente entre los
primeros lugares de las Regiones del Perú con más contagios, con un índice de
letalidad todavía muy alto del 4.85%.
Queridos
hermanos: Todos
estamos llamados a remar juntos, porque de la crisis generada por el
coronavirus, nadie se salva solo. No podemos seguir cada uno por nuestra propia
cuenta. De una vez por todas, tenemos que aprender a caminar y a trabajar
unidos, y todos juntos volvernos a Dios, es decir, volver la mirada a Aquel que
nos dio la vida para suplicarle su ayuda.
Además de la
fundamental unidad entre nosotros, necesitamos del Señor porque con Dios, la vida nunca muere. La
fuerza que viene de Dios es la única capaz de transformar en algo bueno todo lo
malo que nos está sucediendo, porque a la perversa pandemia ahora se ha añadido
el drama del desempleo, la pobreza y el hambre, lo cual nos exige dar espacio a
la creatividad y a practicar nuevas formas de fraternidad y solidaridad que
sólo el Espíritu Santo es capaz de suscitar. Seamos conscientes que el “virus” que enfrentamos no sólo mata, sino que
además genera pobreza y aumenta las injusticas y desigualdades sociales.
En este
nuevo aniversario de la Patria, a tan sólo un año de celebrar el Bicentenario
de nuestra Independencia, hago un llamado al entendimiento y a la unión entre
todos los peruanos y piuranos, especialmente entre las autoridades, para que
puedan realizar un trabajo más coordinado en beneficio de todos, pero
especialmente de los enfermos y de los más pobres de nuestra Región. Reitero: La crisis sanitaria que enfrentamos requiere del esfuerzo
y trabajo conjunto de todos nosotros. Y esa unidad la forjaremos basados
en nuestra común fe cristiana y católica, aquella que sella la identidad de
Piura, tierra del Señor Cautivo de Ayabaca y de Nuestra Señora de las
Mercedes.
A alcanzar
esta unidad nos interpela en primer lugar el mismo Señor Jesús, quien mañana
será nuestro justo Juez, como nos advierte San Pablo: “Porque es necesario que todos nosotros seamos puestos al
descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo
que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal” (2 Cor 5, 10).
Pero también
nos interpelan a conseguir la unidad para enfrentar con éxito la pandemia,
todas aquellas familias que han perdido a un ser querido sin poder despedirse
de ellos. Nos interpelan los enfermos que se debaten entre la vida y la muerte
mientras permanecen en nuestros hospitales totalmente aislados del exterior.
Nos interpelan los padres de familia que han perdido sus trabajos y que no
tienen cómo llevar un pan digno a la mesa para sus hijos. Nos interpelan los
ancianos que tienen miedo de morir solos, así como nuestros niños y jóvenes que
miran el futuro con temor. Nos interpelan los hambrientos que no tienen qué
comer, y sobre todo nos interpelan nuestros muertos. ¡Todos ellos nos interpelan y nos reclaman unidad!
Frente al
desafío que tenemos por delante, no podemos caer en el efecto paralizante de la
resignación, sino más bien tenemos que aprender las lecciones que nos está
dejando esta pandemia y poner manos a la obra para corregir cualquier error,
omisión y negligencia, y así, de manera proactiva, construir con esperanza e
ilusión un futuro de vida.
¿Cuáles
son estas lecciones que tenemos que aprender? En primer lugar, está la lección de valorar la bondad de la vida, así como su fragilidad. Comprender
que la vida es un don de Dios, que el ser humano no es señor de ella, y que la
vida es inviolable desde la concepción hasta su fin natural. Sólo así seremos
más agradecidos y menos arrogantes, y trabajaremos con mayor dedicación no sólo
por acoger la vida con gratitud, sino además nos esforzaremos por defenderla,
curarla y promoverla.
En segundo
lugar, está la lección de trabajar
juntos por el bien común superando el egoísmo, los intereses de grupo, y
el individualismo que nos llevan a creer en una falsa autorrealización y en una
peligrosa autosuficiencia. Más bien de ahora en adelante debemos aprender a ser
realmente corresponsables y solidarios, abrazando con especial amor y compasión
a los más vulnerables y descartados. La pandemia nos ha recordado nuestra
interdependencia y la profunda necesidad que tenemos los unos de los otros.
Otra lección de la
cual tenemos que aprender es la
revalorización de la familia.
La pandemia
nos ha llevado a redescubrir el don de la familia y su valor insustituible en
la sociedad, porque sin familia no hay futuro, más aún, el futuro de la
humanidad pasa necesariamente a través de ella que es la célula primera y vital
de la sociedad. Indudablemente, “la familia
posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su
fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En
efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la
primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del
desarrollo de la sociedad misma. Así la familia, en virtud de su naturaleza y
vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la
sociedad, asumiendo su función social.
Finalmente,
está la lección de trabajar infatigablemente para que Piura cuente con una red de salud de calidad, con profesionales
médicos, enfermeras y agentes sanitarios en número suficiente, bien capacitados
y remunerados, con hospitales bien equipados, con medicamentos suficientes para
todos, donde cada piurano, sin distinción alguna, tenga acceso a mejores oportunidades
de prevención, diagnóstico y tratamiento.
La pandemia
nos ha recordado, a través del sufrimiento desgarrador y de la muerte de muchos
hermanos, que tenemos una red de salud muy precaria, sin camas hospitalarias
suficientes, que nos faltan médicos, enfermeras, oxígeno, medicinas y equipos
médicos, así como equipos personales de protección, etc.
Nunca más
debe repetirse entre nosotros una situación tan penosa y lamentable como la que
estamos viviendo, más aún cuando Piura es la primera región con más población
después de Lima, que vive en la constante amenaza del Fenómeno del Niño y de
otras enfermedades como el dengue (enfermedad endémica entre nosotros), la
anemia infantil, la tuberculosis multi resistente, el VIH, etc. Se anuncian
nuevos hospitales, lo cual es ciertamente motivo de esperanza y de alegría,
pero entre ellos no veo el anuncio de uno de alta complejidad que tanto
necesitamos los piuranos. Nunca hay que olvidar que una sociedad se mide
también por la manera cómo cuida a sus ciudadanos. La grandeza de una nación y
su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en que ésta atiende a sus
enfermos, especialmente a los más ancianos y vulnerables. Si bien es loable y
digno de reconocimiento el esfuerzo que muchas instituciones civiles y militares
vienen desplegando por ayudar en la emergencia de la pandemia, incluida la
Iglesia, este deber es responsabilidad primera e ineludible del Estado.
No podemos
finalizar esta homilía en el Día de la Patria sin hacer un homenaje a todos
aquellos que, con gran sacrificio, incluso de sus vidas, han estado y están en
la primera línea de la lucha contra el despiadado enemigo del coronavirus
(COVID-19).
Me refiero
en primer lugar a nuestros médicos, enfermeras y otros profesionales de la
sanidad, quienes con gran sacrificio y entrega realizan a diario sus
actividades en medio de grandes carencias, sin los equipos e insumos médicos
necesarios, sin los trajes de protección adecuados y suficientes, a lo que se
suma la falta de personal, por lo que tienen que multiplicarse en sus esfuerzos
por atender y cuidar a nuestros enfermos. En verdad son, como afirma de ellos
el Papa Francisco, “los santos de la puerta de
al lado”.
Al
ver su precaria situación me pregunto: Y,
¿quién cuida al que cuida? Esta mañana quiero reiterarles a los médicos, enfermeras y personal
sanitario de nuestra Región, que estoy con ustedes en sus justos reclamos, y
que yo también pido y demando a las autoridades nacionales y regionales que
atiendan todas y cada una de sus necesidades. Pido al Señor en mi oración que
les dé en estos momentos una esperanza invicta y una fortaleza sólida para que
sigan cuidando al prójimo con amor, especialmente a nuestros hermanos
contagiados de coronavirus. Oremos por los médicos y enfermeras piuranos fallecidos
y por aquellos que se han contagiado mientras realizaban su noble misión de
curar, rogando al Altísimo para que estos últimos sanen prontamente.
Nuestro
homenaje también a nuestros policías, soldados, aviadores y marinos, que desde
el primer día de la emergencia salieron a enfrentar a un enemigo invisible e
impasible, para brindarnos a todos seguridad y tranquilidad. Junto con nuestros
médicos, ellos también han sufrido la muerte y el contagio, el dolor de ver
compañeros de armas fallecidos y enfermos, y a pesar de todo no han claudicado
ni un solo momento, prodigándose en tareas que han contribuido al orden interno
y al control de la pandemia.
Además, los
miembros de nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional, vienen realizando
loables campañas cívicas de salud, alimentación y traslado de enfermos. Ya es
hora de que el Supremo Gobierno no sólo reconozca de palabra sino con gestos
concretos el gran sacrificio que realizan a diario nuestros hermanos que visten
el uniforme de la Patria, con mejores remuneraciones y dotándolos de los
equipos y unidades que necesitan para realizar su misión fundamental cual es,
la de defender y conservar la independencia nacional, dar seguridad y
estabilidad a la República, y preservar el honor y la soberanía nacional. Es
urgente que el gobierno comprenda, de una vez por todas, que tener una Fuerza
Armada y una Policía Nacional fuertes es fortalecer al Perú.
Nuestro
reconocimiento también a nuestros bomberos, a los miembros de los diferentes
serenazgos municipales, a los integrantes del Sistema Nacional de Defensa Civil
(INDECI), a los miembros de las rondas campesinas, y a los humildes pero
importantes integrantes del servicio de limpieza pública, quienes en el ámbito
de sus competencias vienen apoyando en misiones de orden interno y de acción
social, multiplicándose con su reducido personal en atender diversas
emergencias y necesidades.
Queridos
hermanos y hermanas: En esta celebración de nuestra
Independencia, a puertas del Bicentenario, y a pesar de todo lo que hemos
vivido y estamos viviendo, no nos dejemos robar la esperanza ni la alegría que
brota de nuestra fe en el Señor y que nos da la fuerza de vivir. No
pensemos nunca que nuestra lucha aquí abajo es del todo inútil.
Amemos a las
personas, una a una, con nuestro servicio y dedicación cumpliendo cada cual
cabalmente con sus responsabilidades, según el máximo de sus posibilidades y
capacidades. No tengamos miedo de soñar en un futuro de vida y de bienestar
para el Perú y Piura. Los hombres que han cultivado la esperanza son los que
han vencido a la adversidad, y han traído mejores condiciones de vida a esta
tierra para sus hermanos.
Con el Papa
Francisco les digo: “Cada día pide a Dios el don
del valor. Recuerda que Jesús venció al miedo por nosotros. ¡Él venció al
miedo! Nuestro enemigo más traicionero no puede contra nuestra fe. Y cuando te
encuentres atemorizado frente a algunas dificultades de la vida, recuerda que
no vives sólo para ti. En el bautismo, tu vida fue sumergida en el misterio de
la Trinidad, y tú perteneces a Jesús. Y si un día te asustas o piensas que el
mal es demasiado grande para desafiarlo, piensa simplemente que Jesús vive en
ti. Y es Él quien, a través de ti, con su apacibilidad quiere someter a todos
los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la violencia, la
enfermedad; todos nuestros enemigos”.
Que Dios,
nuestro Padre y Señor, bendiga al Perú y bendiga a Piura. Que Él nos conceda la
sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda, para que
con nuestros mayores podamos decir una vez más con satisfacción: ¡Firme y Feliz por la Unión!
Que nuestra
Madre Santísima, nuestra Señora de las Mercedes, nuestra amada Mechita, nos
cuide y guíe en esta hora difícil de la Patria y de nuestra Región. Que así
sea. Amén.
San Miguel de Piura, 28 de julio de 2020
Fiesta de Nuestra Señora de la Paz
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