Hoy el tema de la confianza
creo que ocupa una góndola entera entre los escaparates de libros de autoayuda.
Sin embargo, ¿soy solo yo, o cada vez nos cuesta más
confiar no solo en nosotros mismos sino en los demás?
Pensándolo bien, no creo que
sea solo mi imaginación, por algo existe tanta bibliografía al respecto: todos queremos confiar, pero nos cuesta, y queremos
aprender cómo.
Por eso te comparto algunos
puntos importantes sobre la confianza acompañados de letanías que puedes
meditar a medida que avances en la lectura. ¡Espero
que te sirvan!
CÓMO CONFIAR EN EL OTRO
Creo que lo que nos impide
hacerlo es el miedo a que el otro no sea digno de esta confianza. Temor a
exponernos a quien no sabrá actuar correctamente conforme a lo que le confiamos
y por el miedo a la misma vulnerabilidad que esto implica.
Respecto a lo primero, es
cierto: no podemos estar abriendo nuestro mundo
interior a cualquiera que pasa. Pero, al mismo tiempo, creo que podemos
buscar a quienes sí, no solo para ayudarnos, sino para consolarnos,
acompañarnos etc.
Es así como es bueno que
hables con tu director
espiritual de tus
luchas, para que te indique cómo vencerlas. Que confíes a tu pareja tus deseos
y planes de vida, para ver si se alinean con los suyos y construir un futuro
juntos. Que acudas al amigo que sabes que puede levantarte
el ánimo cuando algo te pesa.
Y en cuanto a lo segundo,
pienso que es necesario aprender a ser vulnerables. Para no tener miedo al
otro, para vivir mejor la fraternidad. Después de todo, al final de nuestras
vidas, «seremos juzgados en el amor», como
dijo san Juan de la Cruz.
¿Y qué amor es
el que se guarda para uno mismo, por miedo a que otro pueda romperlo? Como dije, a nosotros nos
preguntarán cuánto amamos. Al otro le preguntarán qué hizo con el amor que
recibió.
CÓMO CONFIAR EN UNO MISMO (Y EN LA PROPIA
DEBILIDAD)
Creo que con frecuencia
cometemos el error de pensar que la confianza en uno mismo es sinónimo de la
tranquilidad que nos da contar con una o muchas aptitudes, fuerzas, virtudes,
etc. Esto nos puede confundir, llegando a pensar que cuanto «más tenemos» o «más
hacemos», «más somos».
Y si por un determinado motivo
no podemos seguir teniendo ni haciendo, «no somos».
Por motivos similares, si palpamos nuestras incapacidades, nuestras
faltas, nuestras debilidades, nos desanimamos y desconfiamos de lo que somos o
podemos llegar a ser.
Pero —gracias a Dios— la
confianza y la autoestima del cristiano no se fundamenta en cuánto pueda hacer
ni en que lo pueda hacer por sí mismo, solo o mejor. En cambio, se fundamenta
en la confianza en Dios. Porque al confiar en Él, nos abandonamos en sus brazos
con la certeza de que todo estará bien.
«Todo
lo puedo en Cristo», afirma san Pablo, y con los
salmos podemos repetir: «Tú eres Señor, mi
fortaleza». San Josemaría Escrivá animaba a sus hijos espirituales a
fomentar el «endiosamiento bueno», que no es
soberbia, sino humildad, porque es conocer la verdad sobre uno mismo.
Aún con miserias, está la
absoluta seguridad de que Dios actúa a pesar de estas —o precisamente con
estas—, por lo que podemos tener la certeza de que nada saldrá mal. O incluso
lo que nos parezca que no salió como nos hubiese gustado, salió «al modo de Dios»,
en los términos que Él consideró óptimos.
CONFIAR EN DIOS
La confianza que tenemos
depositada en Dios tiene que nacer, alimentarse y crecer al considerar nuestra
filiación divina. Siendo hijos —¡verdaderos hijos!—
de quien todo lo ha creado, deberíamos conservar la serenidad en todo
momento.
En las Sagradas Escrituras
encontramos palabras tan lindas como reales, que nos pueden facilitar acudir al
Señor, con alguna jaculatoria, cuando nuestra fe y nuestra paz tambalean.
«El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré?», «Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte
donde se me salve». «Los cabellos de vuestra cabeza están contados», «Os
aseguro que estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo», «Tened
confianza, soy Yo». ¡Hay tantos versículos que nos pueden devolver la esperanza!
Estos son algunos versos y
algunas palabras que Dios nos dejó, para que nos quede claro que si Él está de
nuestra parte (y lo está), nada hay que temer. Y que todo esto Él lo hace gratuitamente:
no tenemos que ganarnos su atención o su cariño, ¡así que no lo
mires con recelo, cuando te dice que de verdad le importas!
CONFIAR EN LOS TIEMPOS DE DIOS
Esta convicción de que Dios lo
hace todo bien también tiene que llevarnos a confiar en sus tiempos, en
depositar nuestros días en sus manos. Tener seguridad en su plan, aun cuando
este desajuste nuestros proyectos, en darle sin miedo a que luego nos pida más
(o todo). En entregar sin asustarse al pensar que, dando, uno se quedará sin
nada.
Esto lo sabemos, sí, pero a
veces conviene recordarlo. Y al hacer memoria, también entender que
confiar es compatible con dar un salto de fe en el misterio, en aquella zona nebulosa donde no
podemos ver el sentido de lo que pasa o lo que hacemos.
Confiar también, aquí, en que
incluso un sinsentido humano puede poseer un alcance y un valor divinos. Así
que confía en Dios, confía en sus promesas, en su poder y en que nunca te
abandona.
Escrito por María Belén Andrada
No hay comentarios:
Publicar un comentario