martes, 5 de mayo de 2020

LXXXI. LA REVELACIÓN DEL MISTERIO TRINITARIO


934. –¿Por qué el Aquinate trata, en la parte teológica de la «Suma contra los gentiles, en primer lugar, el misterio trinitario?
–Tal como ha indicado al final del capítulo anterior, Santo Tomás comienza con el estudio de Dios, pero según lo que es objeto de fe, por trascender la razón humana, y que nos ha sido revelado. La Iglesia ha enseñado siempre que en Dios, en una sola esencia o naturaleza, hay trinidad de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el más antiguo y breve «símbolo de la fe» o «credo», recopilación de las principales verdades de la fe, se profesa: «(Creo) en el Padre omnipotente, –y en Jesucristo, Salvador nuestro,– y en el Espíritu Santo Paráclito, en la Santa Iglesia, y en el perdón de los pecados» [1].
La enseñanza de la Santísima Trinidad se fundamenta en la revelación expresa, clara y plena, de Dios por medio de Cristo. No se basa en la razón humana, porque es un misterio estrictamente sobrenatural. Sin la divina revelación, la razón del hombre no lo hubiera descubierto por sí mismo.
Inicia, por ello, Santo Tomás, la exposición del misterio Trinitario en los primeros capítulos del libro IV de la Suma contra los gentiles. Además, porque es el primero y más importante de los misterios de la fe cristiana. Escribe en la Suma teológica que: «Para dos cosas hemos necesitado conocer las divinas personas. Una, para tener ideas de la creación de las cosas, pues al confesar que Dios hizo todas las cosas por su Verbo, se excluye el error de los que sostienen que las produjo por necesidad de su naturaleza. Asimismo, cuando ponemos en el Él la procesión del amor, afirmamos que Dios no produjo las criaturas por indigencia propia ni por motivo alguno extrínseco sino por el amor de su bondad».
Podría considerarse una confirmación de ello el capítulo primero del Génesis, porque su autor: «Moisés, después de decir: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gen 1, 1), añade. «Dijo Dios: Hágase la luz» (Gen 1, 3), para manifestar el Verbo divino; y continúa después: «Vio Dios que era buena la luz» (Gen 1, 4), para mostrar la aprobación del divino amor, y lo mismo se ve en las demás obras».
El segundo motivo de la utilidad del conocimiento del misterio de la Trinidad: «y es el principal, fue para que entendiéramos correctamente el sentido de la salvación del género humano, que se realiza por el Hijo encarnado y por el don del Espíritu Santo» [2]. Sin ello, se desconocería también el don de la gracia, que permite que tengamos vida sobrenatural, que es una participación de la vida íntima o trinitaria de Dios, como ya se estudió en los últimos capítulos del anterior libro de la obra.
El tomista Torras y Bages indicaba que, por una parte: «El misterio de la Santísima Trinidad, que es el misterio y el dogma por excelencia, porque es el misterio de Dios, forma la base de la vida cristiana». Por otra, que: «La vida espiritual se alimenta del conocimiento de las cosas sobrenaturales; despareciendo este conocimiento, la vida se hace material y puramente sensible; de aquí que aúna las más sublimes verdades de la Religión deban predicarse al pueblo» [3].
Explicaba, para ello, que: «Nuestro Dios es solo, pero no solitario. Un Dios solitario sería triste y estéril, y nuestro Dios es felicísimo y fecundísimo. El Eterno Padre, el antiguo de los días, es como raíz de la Trinidad. Se conocía a sí mismo y a todas las cosas posibles; y este pensamiento no es como el nuestro, sino eterno, inmenso; no se desvanece, sino que es siempre el mismo; es el resplandor de su substancia y es su hijo unigénito. El Padre y su Verbo al conocerse se aman, y se aman más, en cuanto son una misma cosa; pero este Amor no es pasajero, no existe ahora para desaparecer después, forma parte de su misma substancia, es el lazo que une a Padre e hijo, o se el Espíritu Santo» [4].
La Santísima Trinidad es, escribía en otro lugar: «Tres personas en Dios, como el tronco, las ramas y las hojas no son más que un árbol, a pesar de ser tres cosas diferentes, pero en la Trinidad no son diferentes, sino distintas (…) No podemos creer en el Padre sin creer en el Hijo, porque no hay padre sin hijo, y no podemos creer en el Padre y el Hijo sin creer en el Espíritu Santo, que es el amor que el Padre y el Hijo sin creer en el Espíritu Santo, que es el amor que el Padre y el Hijo se tienen, porque no hay padre e hijo que no se amen» [5].
935. –Aunque se haya revelado sobrenaturalmente la existencia del misterio de la Trinidad, ¿no podría conocerse por la razón natural?
–También en la Suma teológica, deja claro Santo Tomás que, por una parte: «Es imposible llegar al conocimiento de la trinidad de las personas divinas por medio de la razón natural. Ya se ha probado que el hombre con sus propias fuerzas no puede alcanzar el conocimiento de Dios si no es mediante las criaturas. Y las criaturas conducen al conocimiento de Dios, como el efecto al de su causa. Luego la razón natural no puede conocer de Dios más que aquello que necesariamente le compete en cuanto es principio de todos los seres; y este es el fundamento en que nos hemos apoyado en la consideración de Dios», racional o filosófica.
Desde las criaturas, aunque hay sido creadas por Dios Trino, es imposible descubrir la trinidad divina, porque, como: «el poder creador de Dios es común a toda la Trinidad, y por ello pertenece a la unidad de la esencia y no a las personas distintas. Así, pues, mediante la razón natural puede conocerse de Dios lo que pertenece a la unidad de esencia, pero no lo referente a la distinción de personas.
Por otra parte, que: «no debe intentarse demostrar las verdades fe, mas que por vía de autoridad para con los que la acaten. Respecto a los otros, es suficiente probar que en el contenido de la fe nada hay que sea imposible» [6].
En este sentido en el Concilio Vaticano I se explicó que: «la razón, ilustrada por la fe, por don de Dios busca con cuidado, piedad y prudencia el conocimiento en algún modo de los misterios, y lo consigue con mucho fruto espiritual, ya por analogía de las cosas que conoce naturalmente, ya por la relación de los mismos misterios entre sí y con el fin último».
Sin embargo, como se precisa seguidamente, la razón: «nunca queda idónea para conocerlos del mismo modo que las verdades que constituyen el objeto propio de su inteligencia». De tal manera que: «los divinos misterios por su propia naturaleza superan tanto al entendimiento creado, que aun transmitidos por medio de la revelación, y recibidos con la virtud de la fe, todavía permanecen cubiertos con el velo de la misma fe y envueltos como en cierta obscuridad, mientras peregrinamos fuera de Dios en esta vida mortal; pues caminamos por la fe (hacia Dios), sin verle claramente» [7].
936. –¿Qué punto de partida toma el Aquinate para esta «explicación» del misterio de la Trinidad divina?
–Al empezar el capítulo, con el que inicia lo que se podría denominar el tratado de la Santísima Trinidad de la Suma contra los gentiles, declara Santo Tomás: «Poniendo como principio de este estudio el misterio de la divina generación, anunciemos de antemano que deba sostenerse acerca de ella según la doctrina de la Sagrada Escritura», que será así el punto de partida del estudio.
La revelación del misterio Trinitario se encuentra en el Nuevo Testamento, porque lo enseñó Cristo. Nota Santo Tomás que: «La Sagrada Escritura consigna los nombre de «paternidad» y de «filiación» en Dios, al atestiguar que Jesucristo es «Hijo de Dios». Cosa que se encuentra con mucha frecuencia en el Nuevo Testamento» [8]. Cita a continuación los siguientes pasajes: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni conoce ninguno al Padre sino el Hijo» [9]; «Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» [10]; «El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosa» [11]; y «Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida; así el hijo da vida a los que quiere» [12].
También una revelación directa sobre toda la Trinidad se encuentra en estas palabras del ángel del Señor al anunciar a la Santísima Virgen que iba ser Madre del Hijo de Dios: «El será grande y será llamado Hijo del Altísimo» [13], y «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá la virtud del Altísimo (del Padre). Por eso el que nacerá de ti será santo y será llamado Hijo de Dios» [14]. Igualmente se nombra toda la Trinidad en el este relato del bautismo de Jesús: «se abrió el cielo, descendió sobre Él el Espíritu Santo en figura corporal como de paloma, y se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, en ti me complazco» [15].
En el sermón de la cena aparece también la Santísima Trinidades estos dos momentos: «si alguno me ama guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos morada en él» [16]: y «el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, El Espíritu de la verdad que procede del Padre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando lo que os he dicho» [17]. Muy claramente se encuentra en la fórmula del sacramento del bautismo dada por el mismo Cristo: «Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» [18]
Advierte asimismo Santo Tomás que: «el apóstol San Pablo inserta con frecuencia estas palabras, cuando dice que él ha sido: «escogido para predicar el Evangelio de Dios, que había prometido antes por medio de sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo» (Rm 1, 1-3). Y también: «Habiendo hablado Dios muchas veces y de muchas maneras a los padres en otro tiempo por los profetas, últimamente en estos días, nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1, 1)» [19].
En otros lugares escribe San Pablo algo parecido, por ejemplo: «ensalzado (Jesús) por la derecha de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado a éste sobre nosotros. Esto es lo que estáis viendo y oyendo» [20]; «Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son una misma cosa» [21]; «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos vosotros» [22]; «llenaos del Espíritu Santo recitando entre vosotros salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando al Señor en sus corazones, dando siempre gracias al Dios y Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» [23]; y «¿cuánto más la sangre de Cristo –el cual, por el Espíritu Santo, se ofreció a Dios sin mancilla– limpiará nuestra conciencia de las obras de muerte para servir al Dios vivo?» [24].
En las cartas de los otros apóstoles, se transmite igualmente el misterio trinitario, por ejemplo, dice San Pedro: «Pedro, apóstol de Jesucristo, a los fieles extranjeros que están dispersos en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia elegidos según la presciencia de Dios Padre, en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» [25].
937.¿Aparece la revelación del misterio trinitario en el Antiguo Testamento?
–En el Antiguo Testamento no aparece manifestada ni explicita ni implícitamente el misterio de la Santísima Trinidad. No es extraño, porque la revelación divina se ha producido de una manera progresiva y gradual. Explica Santo Tomás que: «la fe en la divinidad, creció según tres distintos tiempos, a saber: antes de la ley, bajo la ley y bajo la gracia», y, ello, por medio de la profecía o revelación de Dios de verdades ocultas al hombre, porque sólo pueden ser conocidas por el mismo Dios.
En un primer momento: «antes de la ley, Abrahán y los otros padres fueron instruidos, mediante la profecía de lo que toca a la fe en la divinidad». Advierte Santo Tomás que: «en cada una de la etapas fue la primera revelación la más excelente». De manera que en esta primera etapa o momento: «la primera revelación, antes de la ley, fue hecha a Abrahán, en cuyo tiempo empezaron los hombres a apartarse de la fe en un solo Dios, dándose a la idolatría. Antes no era necesaria tal revelación, porque todos eran fieles al culto de un solo Dios». Después: «La revelación hecha a Isaac fue inferior, como fundada en la de Abrahán, por lo cual se dice: «Yo soy el Dios de Abrahán tu padre» (Gen 26, 24). Y lo mismo fue dicho a Jacob: «Yo soy el Dios de Abrahán, tu padre, y el Dios de Isaac» (Gen 28, 13)».
En un segundo momento: «bajo la ley fue hecha la revelación profética de lo que toca a la fe en la divinidad más perfectamente que antes, porque ya no se trataba de instruir a algunas personas o familias, sino a todo un pueblo. Por esto dice el Señor a Moisés: «Yo, el Señor, que me revelé a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios omnipotente, pero mi nombre de Yahveh no se lo di a conocer» (Ex 6, 2-3). Es decir, que los antiguos padres fueron instruidos, en general, de la omnipotencia del Dios único, pero luego Moisés lo fue de la simplicidad de la esencia divina, cuando le fue dicho Yo soy el que soy» (Ex 3, 14). Esto expresan los judíos por el nombre de «Adonai» (El Señor), a causa de la veneración en que tienen aquel nombre inefable».
En esta etapa, igualmente la primera revelación fue superior a las siguientes, porque: «en la época de la ley, la primera revelación, hecha a Moisés, fue más excelente, y sobre ella se funda toda la revelación de los profetas.
Finalmente, en un tercer momento: «en la época de la gracia, nos fue revelado por el mismo Hijo de Dios el misterio de la Trinidad, según aquello: «Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)».
La primer a revelación, es este momento, fue superior a las siguientes, porque «en la época de la gracia, toda la fe de la Iglesia se apoya en la revelación hecha a los apóstoles, sobre la fe en la unidad y trinidad, según aquello del Evangelio: «Sobre esta piedra», esto es, sobre la piedra de tu confesión, «Edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18)» [26].
938. –¿Cuál es la función del magisterio dogmático de la Iglesia en este tercer momento?
–Desde la distinción entre lo revelado y su explicación, el tomista Marín-Sola notó que: «La iglesia primitiva estaba, pues, en posesión de dos cosas: primera de un número determinado de artículos revelados; segundo de un grado determinado de explicación divina de esos artículos». Sin embargo: «las futuras generaciones cristianas se han hallado, se hallan y se hallarán hasta el fin de los siglos en posesión de algo nuevo, de un tercer elemento que adquieren en virtud de la autoridad dogmática de la Iglesia».
De manera que ahora: «Se hallan o nos hallamos en posesión, no de dos, sino de tres cosas: primera, los mismos artículos revelados; segunda, la misma explicación dad de esos artículos por los apóstoles. Todo esto lo ha conservado y conservará inmutado e inmutable la Iglesia, y a esas dos cosas corresponde la primera función de conservar el depósito. Pero además de eso tenemos una tercera cosa, y es una explicación nueva, que en nada contraria a la anterior ni viene de fuera, sino que se saca o deduce de dentro, y aumenta o desarrolla, sin cambiarla, la explicación de los apóstoles dada» [27].
Debe tenerse en cuenta que: «Dios entra en la revelación o en nuestra fe como fuente originaria o causa principal, no sólo de todo objeto revelado, sino también de todo sentido o explicación divinos de ese objeto».
Como consecuencia, en primer lugar: «Ninguna verdad puede ser objeto de verdadera fe divina si no ha sido real y verdaderamente revelada por Dios. Ningún sentido o explicación, aun de verdades realmente reveladas, puede ser objeto de fe divina si Dios, al revelar tales verdades, no intentó realmente decir o significar tal sentido o explicación».
En segundo lugar: «Ni los apóstoles ni criatura alguna pueden ser fuente originaria o causa principal de verdad alguna divina o revelada, ni de explicación divina de esa verdad». Sin embargo: «aunque los apóstoles no hayan sido fuentes, ni de objeto revelado ni de explicación divina de ese objeto, han sido, en cambio, órganos e instrumentos divinos de ambas cosas; esto es, no solo de mera explicación de lo ya revelado, sino también de nuevos objetos revelados o nuevas revelaciones. Mediante los apóstoles recibió el mundo, no sólo explicación de lo ya revelado (como recibimos ahora por la Iglesia), sino también nuevas verdades reveladas o nueva revelaciones» [28].
Los apóstoles son fuente de la revelación, aunque no original sino derivada. Por ello: «Todos los dogmas, sin excepción, fueron conocidos explícitamente por los apóstoles; y todo ellos se hallan, al menos implícitamente, en los enunciados apostólicos que conocía y creía explícitamente la Iglesia primitiva» [29].
En tercer lugar: «La Iglesia conviene con los apóstoles en no poder ser fuente originaria ni de nuevos objetos o revelaciones ni de nueva explicación. Se diferencia a la vez de loa apóstoles en no poder ser órgano o instrumento de nuevos objetos o revelaciones; pero conviene con los apóstoles en ser órgano de nueva explicación de la verdad ya revelada. Mediante el magisterio dogmático de la Iglesia recibimos no nuevos objetos o revelaciones, pero si nueva explicación (y no sólo conservación) de la verdad ya revelada» [30].
En definitiva: «Los apóstoles reunieron en sus personas el triple carisma divino de profetas, hagiógrafos (éste algunos de ellos, al menos) y apóstoles. El carisma profético de la revelación pública ha cesado en la Iglesia; el carisma hagiográfico de la inspiración ha cesado también; pero el carisma apostólico de la asistencia divina para conservar y explicar o desarrollar todo el sentido verdaderamente inclusivo o implícito en el depósito revelado, continúa y continuará en la Iglesia hasta la consumación de los siglos» [31].
939. –Aunque en el Antiguo Testamento no se puede hallar ni explícita ni implícita la revelación del misterio trinitario, ¿se encuentran indicios del mismo?
–Ciertamente se pueden encontrar referencias y alusiones a la pluralidad personal en la unicidad divina en el Antiguo Testamento, pero sólo se descubren desde lo sabido por el Nuevo. Sin el conocimiento trinitaria revelado por Cristo, no se podrían ver estas alusiones, de tal manera que les era imposible entenderlas bien a los que sólo conocían el Antiguo Testamento, centrado en la unidad de Dios, frente al politeísmo, que reinaba en todas las naciones, y en la esperanza del Mesías. Además, todas sus revelaciones constituían una magnífica preparación para lo que se complementa en el Nuevo Testamento.
Sobre estos indicios de la futura revelación trinitaria del Antiguo Testamento, que lo son desde la luz del Nuevo, nota Santo Tomás, en el capítulo de la Suma contra los gentiles, que aparecen «muy raramente» [32]. Entre ellos estarían los siguientes pasajes en los que Dios habla en plural: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» [33]; «El Señor Dios dijo: «He aquí que el hombre se ha hecho uno de nosotros en el conocimiento del bien y el mal» [34]; «Bajemos, pues y confundamos allí sus lenguas, de manera que ninguno entienda el lenguaje del otro» [35]; «El Señor me poseyó (la sabiduría) en el principio de sus caminos, desde el principio, antes que érase cosa alguna. Desde la eternidad fui establecida y desde antiguo, antes de que la tierra fuese hecha. Aún no existían los abismos y yo ya había sido concebida» [36].
Igualmente se encuentran otros, que pueden entenderse como referidos a la Santísima Trinidad: «Santo, Santo, Santo, el Señor Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria» [37]; y «Saldrá una vara de la raíz de Jesé, de su raíz un vástago, reposará sobre él espíritu del Señor» [38].
Otras veces al Espíritu Santo, como: ««El espíritu de Dios era llevado sobre las aguas» [39]; «No me deseches de tu presencia, no quites de mí tu santo espíritu» [40]; «enviarás tu espíritu y serán creados, y renovarás la faz de al tierra» [41]; y «el espíritu del Señor llena toda la tierra» [42]; «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ungió, me envió para evangelizar a los pobres» [43]; «Quién sabrá tu consejo, si tú no le das sabiduría, y desde lo más alto envías tu santo espíritu?» [44], y «ellos le provocaron a ira, contristaron a su santo espíritu» [45].
En este mismo capítulo Santo Tomas cita estos tres pasajes, para comentarlos: «¿Cuál es su nombre y cómo se llama su Hijo?» [46]; y «El Señor me dijo: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» [47]; y «Él me invocará: Tú eres mi Padre» [48].
Su comentario es el siguiente: «Y aunque algunos quieran cambiar por otro el sentido de estos dos últimos versículos, para que cuando se dice «El Señor me dijo: Tú eres mi hijo», se refiere al mismo David; y cuando se dice: «Él me invocará: Tú eres mi Padre», se atribuye a Salomón, sin embargo, las palabras que unen ambos versículos no demuestran de ninguna manera que sea así, puesto que no se puede atribuir a David lo que añade: «yo te he engendrado hoy»; ni lo que sigue: «te daré las naciones en herencia, y en posesión tuya los confines de la tierra» (Sal 2, 8), porque su reino no se extendió hasta los confines de la tierra, según declara la historia del libro de los Reyes. Tampoco puede referirse a Salomón, en modo alguno, lo que sigue: «Él me invocará: Tú eres mi Padre» (Sal 88, v. 27), ya que se añade: «Haré que su linaje subsiste por todos los siglos y su trono como los días del cielo» (Sal 88, 30)».
Concluye Santo Tomas que: «aunque de las palabras citadas unas pueden convenir a David y a Salomón y otras no, sin embargo, se aplican a David y a Salomón como prototipos de otro en quien se cumplan todas estas cosas, según costumbre de la Escritura». Se pueden así aplicar referidos a Cristo y entenderlos como un vaticinio.
940 –En la Escritura aparecen los términos de padre e hijo referidos a Dios ¿Puede decirse, como consecuencia que hay una generación en Dios?
–Observa también Santo Tomas seguidamente que: «como los nombres de «padre» y de «hijo» responden a cierta generación, la Escritura no omitió el nombre tal de «generación divina». En el Salmo 2, como se dijo se lee «yo te he engendrado yo». (Sal 2, 7). Y en los Proverbios: «Aún no existían los abismos, y yo había sido concebida, aun no manaban las fuentes de las aguas, aún no se habían asentado los montes sobre su pesada masa, antes que los collados nací yo» (Prov 8, 24-25), o según otro versión: «antes que los collados me engendró el Señor». Y en Isaías: «yo que a los otros hago a dar a luz, ¿no daré a luz yo mismo? Dice el Señor: «Yo que a los otros doy la fecundidad, ¿seré acaso estéril? Dice el Señor tu Dios» (Is 66, 9)».
Santo Tomás hace una exégesis parecida a los pasajes anteriores, porque comenta: «aunque pueda decirse que esto hay que referirlo a la multiplicación de los hijos de Israel que volvían de la cautividad a su país, porque se dice antes: «Sión estuvo de parto y dio a luz de una vez sus hijos» (Is 66, 8); sin embargo, esto no se opone a lo dicho», a que se puede encontrar en el Antiguo Testamento referencias a la generación en Dios.
Además: «cualquiera que sea la interpretación, no obstante, la razón inducida por boca de Dios permanece firme e inalterable, porque, si Él da la generación a otros no ha de ser estéril. Tampoco sería conveniente que quien hizo engendrar de verdad a otros, no engendre de verdad, sino por semejanza, pues es preciso que algo se encuentre más perfectamente en la causa que en los causados» [49].
Se pueden también encontrar otros pasaje parecidos, en el Nuevo Testamento como: «hemos visto su gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» [50]; «el hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado a conocer» [51]: y «cuando introduce de nuevo al Primogénito en el orbe de la tierra, dice: Todos los ángeles de Dios le adoren» [52].
941. – El Aquinate reconoce que: «la Sagrada escritura usa los nombres ya citados para dar a conocer la creación de las cosas. Así, por ejemplo, se lee: «¿Quién es el padre de la lluvia? ¿Quién engendró las gotas de rocío? ¿De qué seno salió la escarcha? ¿Quién engendró la helada del cielo?» (Job 38, 28-29)». ¿No podría entenderse en este mismo sentido los términos «padre», «hijo» y «generación» en los pasajes mencionados?
–Precisa seguidamente Santo Tomás que los términos tienen sentido distinto en este pasaje del libro de Job y en los anteriormente citados. «Por eso, a fin de que en los nombres de «paternidad», «filiación» y «generación» no se entendiese únicamente la eficacia de la creación, la autoridad de la escritura añadió que, al que llamaba «Hijo» y «Engendrado» no silenciase el que fuese también Dios, para que así dicha generación se concibiera como algo más amplio que la creación. Por ello, se dice en San Juan: «Al principio era el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1)».
Además: «por el nombre de «Verbo» se entiende el Hijo. Así se deja ver en lo que sigue: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; vimos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» (Jn 1, 14). Dice también San Pablo: «Apareció la bondad y amor a los hombres del Salvador, nuestro Dios» (Tit 3, 4)».
En el sentido explicado, advierte también Santo Tomás que: «Tampoco omitió esto el Antiguo Testamento, llamando Dios a Cristo. Se dice en los Salmos: «Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos, y cetro de equidad es el cetro de tu reino; amas la justicia y aborreces la iniquidad» (Sal 44, 7-8). Y que esto se refiere a Cristo se ve por lo que sigue: «Nos ha nacido un niño, y un hijo se nos ha dado; el principado ha sido puesto sobre su hombro y será llamado Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre del siglo Venidero, Príncipe de la Paz» (Is 9, 6)».
Puede así concluirse que: «Nos enseña la Sagrada Escritura que el Hijo de Dios, engendrado por Dios, es Dios. Pedro confesó a Jesucristo Hijo de Dios cuando le dijo: «Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Luego Él es el Unigénito y Dios» [53].
942. –Como la generación implica un origen o procedencia, ¿el punto de partida de la exposición teológica del misterio trinitario es el origen o procesión?
– El termino procesión, en un sentido amplio, significa una sucesión de cosas que van una tras otra en serie. En un sentido más preciso, significa la procedencia u origen de una cosa de otra. En la Suma teológica, en el tratado de la Santísima Trinidad, de lo primero que se ocupa Santo Tomás, es de las procesiones en Dios.
El estudio de las procesiones divinas permite entender de algún modo la generación divina. Con ello, en realidad lo que se hace, como decía Newman, es «formular la doctrina, en la medida que resulta posible, en unas pocas palabras, tal como se nos desvela en el texto de la Escritura». De manera que si: «se dicen como «explicación», ha de quedar claro que dejan el gran Misterio tal como estaba antes, y que solo resultan útiles porque graban en nuestra mente «lo que» la Iglesia quiere significar, haciendo de la doctrina un asunto de fe y de aprehensión reales, y no un mero conjunto de palabras» [54].
Recuerda Santo Tomás, en este lugar, que hay dos clases de procesiones: las procesiones transeúntes, que son aquellas en las que el efecto sale fuera de la causa que la origina; y las procesiones inmanentes, que son aquellas en el que el efecto de la pro cesión permanece dentro de su causa. En Dios hay procesiones transeúntes, porque la creación lo es y las criaturas son efectos externos de Dios.
También hay procesiones inmanentes, porque tanto la razón como la fe, la teología racional o metafísica, y la teología sobrenatural, enseñan que la vida espiritual de Dios, como la del hombre, implica entendimiento y voluntad, y sus acciones u operaciones producen efectos inmanentes, que permanecen dentro de su causa.
Explica Santo Tomás que: «toda procesión dice o supone una acción, de la misma manera que de la acción que termina en una materia exterior se sigue una procesión externa, a la acción que permanece en el mismo agente corresponde alguna procesión interna, y esto, mejor que en parte alguna, se observa en el entendimiento, cuya acción, el entender, permanece en el mismo que entiende».
De ahí que: «todo aquel que entiende, por el solo hecho de entender, procede dentro de él algo, que es la concepción de la cosa entendida, y proceda de la noticia o conociendo de la cosa. Esta concepción es la que se significa en la voz, y se llama «verbo del corazón», el verbo significado de la voz», el concepto o lo concebido interiormente por el entendimiento, y expresado con la palabra, por lo que se manifiesta lo que las cosas son.
943. –¿Cómo son las procesiones en Dios?
–Debe advertirse sobre esta doctrina de la procesión que: «como Dios es superior a todas las cosas, lo que se dice de Dios no se ha de entender al modo como lo hallamos en las criaturas ínfimas, cuales son los cuerpos. Sino a la manera como se halla en las criaturas superiores, que son las substancias espirituales, sin olvidar que la semejanza que en ellas sorprendemos no alcanza a representar la realidad divina».
En Dios, los efectos de la vida espiritual se denominan procesiones, pero en un sentido analógico, no implicando movimiento, ni sucesión temporal, ni imperfección, ni una estructura acto potencial, como en las facultades humanas. Sin embargo, es necesario el conocimiento de las operaciones espirituales, para comprender de algún modo la naturaleza de Dios, porque el mero conocimiento de lo material y sensible no permite comprender la naturaleza espiritual de Dios.
El hombre comprende la naturaleza espiritual y sus operaciones por el propio conocimiento de las procesiones inmanentes de su entendimiento y de su voluntad. Ello le permite comprender de algún modo la naturaleza de Dios, porque el conocimiento del propio espíritu y de sus operaciones permite ascender hasta el conocimiento mediato, imperfecto y analógico de las procesiones divinas y así comprender de algún modo la naturaleza de Dios.
Sólo el conocimiento del propio espíritu permite comprender las operaciones divinas, porque el conocimiento de lo sensible no permite elevarse a hasta la comprensión intelectual de la naturaleza divina y sus procesiones u operaciones inmanentes, ya que las cosas sensibles son meros vestigios o huellas de su causa. En cambio, el espíritu humano, por ser una mayor participación del ser, hasta el nivel de la vida espíritu, es una imagen de la vida trinitaria divina, cuya noticia proporciona la fe.
.El conocimiento del propio espíritu aplicado a lo sabido por la revelación del misterio trinitario, no permite demostrar la existencia de las procesiones divinas. La razón es porque la existencia de éstas sólo se conoce por la fe. Sin embargo, si puede darse una cierta explicación de su naturaleza independientemente de su realidad.
De este modo, de la explicación racional del propio espíritu se puede deducir que la naturaleza divina en sí misma tiene dos procesiones inmanentes: la del verbo y la del amor. Ello concuerda con el magisterio de la Iglesia, porque esta afirmación siempre la ha enseñado, y también ha condenado las posiciones contrarias, tal como se manifiesta en los símbolos de la fe y en los concilios.
Por consiguiente, concluye Santo Tomás: «no hemos de entender la procesión al modo como se realiza en los cuerpos (…) sino en cuanto emanación inteligible y como emanación de quien dice el verbo inteligible, que permanece en él. Y así es como la fe católica admite las procesiones en Dios» [55].
Se lee, por ejemplo, en el concilio de Florencia: «La sacrosanta Iglesia Romana, fundada por la palabra del Señor y Salvador nuestro, firmemente cree, profesa y predica a un solo verdadero Dios omnipotente, inmutable y eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno en esencia y trino en personas: el Padre ingénito, el Hijo engendrado del Padre, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. Que el Padre no es el Hijo o el Espíritu Santo; el Hijo no es el Padre o el Espíritu Santo; el Espíritu Santo no es el Padre o el Hijo; sino que el Padre es solamente Padre, y el Hijo solamente Hijo, y el Espíritu Santo solamente Espíritu Santo. Solo el Padre engendró de su sustancia al Hijo, el Hijo solo del Padre solo fue engendrado, el Espíritu Santo solo procede juntamente del Padre y del Hijo. Estas tres personas son un solo Dios, y no tres dioses; porque las tres tienen una sola sustancia, una sola esencia, una sola naturaleza, una sola divinidad, una sola inmensidad, una eternidad, y todo es uno, donde no obsta la oposición de relación» [56].
944. –A la existencia de procesiones en Dios, podría objetarse: «Lo procedente es diverso de aquello de que procede. Pero en Dios no hay diversidad, sino máxima simplicidad» [57]. Por tanto, no parece que existan procedencias u orígenes inmanentes en Dios. ¿Cómo resuelve la dificultad el Aquinate?
–La simplicidad divina, o la exclusión de partes o de toda composición, no impide que existan procesiones en Dios, en las que el efecto permanezca interiormente. Debe tenerse en cuenta que: «Lo procedente, según la procedencia hacia fuera, es forzosamente distinto de aquello de que procede», como las criaturas, efecto de una procesión transeúnte. No sucede así en la producción o concepción del verbo mental.
La razón es la siguiente: «lo que de una procesión intelectual procede dentro, no es necesario que sea diverso; más aún, tanto será más uno con su principio cuanto su procesión sea más perfecta. Sabido es, en efecto, que cuanto más se entiende una cosa, tanto la concepción intelectual es más íntima en el que entiende y también más una con él, ya que el entendimiento, en cuanto al acto de entender, se hace una sola cosa con el objeto entendido».
Como se había dicho, en el libro primero de la Suma contra los gentiles, al tratar el atributo de la ciencia o entendimiento de Dios (c. 52), en el acto de entender se da una estricta unidad entre el que entiende y lo entendido, ente sujeto cognoscente y el objeto conocido. De manera que la distinción entre el sujeto intelectual y el objeto inteligible se da cuando ambos están en potencia.
Concluye, por ello, Santo Tomás, en esta respuesta que: «como el entendimiento divino se halla conforme ya se ha dicho, en el último límite de la perfección, es necesario que el Verbo divino sea perfectamente uno con aquello de que procede, y sin ninguna diversidad». El Verbo divino que es lo entendido es absolutamente uno con la naturaleza divina intelectual.
945. –¿La Iglesia ha enseñado la existencia de las dos procesiones divinas distintas entre sí que se verifican en la única naturaleza divina con la que se identifican?
–Sí, lo proclamó como dogma de fe fundamental, tal como aparece en todos los Símbolos de la fe, desde los más antiguos. Puede aplicarse así a la exposición de Santo Tomás, lo indicado por Newman: «Si alguien dice que estamos ante un lenguaje oscuro y ante una difícil especulación, demasiado complicados para ser dichos al pueblo cristiano, respondo que no son más oscuros y difíciles que el sagrado Misterio que anuncian. No son sino la exposición del sagrado Misterio, tal como la Iglesia lo ha recibido» [58].
Eudaldo Forment

[1] Denz.–Sch., 1
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 32, a. 1, ad 3.
[3] JOSEP TORRAS I BAGES, De la Santísima Trinidad,  en ÍDEM, Obres completes, vol. I-VIII, Barcelona, Editorial Ibérica, 1913-1915, IX y X, Barcelona, Foment de Pietat, 1925 y 1927, vol. X, Sermonari,, p. 268-270, p. 268.
[4] Ibíd., p. 269.
[5] ÍDEM, De la Santíssima Trinitat, en ÍDEM, Obres completes, op. cit., pp. 266-268, pp. 267-268.
[6] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 32, a. 1, in c.
[7] Concilio Vaticano I, Dei Filius, Constitución sobre la fe católica, c. IV.
[8] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 2.
[9] Mt 11, 27.
[10] Mc 1, 1.
[11] Jn 3, 35.
[12] Jn 5, 21.
[13] Lc 1, 32.
[14] Lc 1, 35.
[15] Lc 3, 22.
[16] Jn 14, 23.
[17] Jn 14, 26.
[18] Mt 28, 19.
[19] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 2.
[20] Hch 2, 33.
[21] 1 Jn 5, 7
[22] 2 Cor 13, 13.
[23] Ef 5, 18-20.
[24] Heb 9, 14.
[25] Pdr 1, 1-2.
[26] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 174, a. 6, in c.
[27] Francisco Marín Sola, La evolución homogénea del dogma católico, Madrid, BAC, 1952, p. 322.
[28] Ibíd., p. 325.
[29] Ibíd., p. 324.
[30] Ibíd., p. 326.
[31] Ibíd., p. 328.
[32] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 2.
[33] Gen 1, 26.
[34] Gen 3, 22
[35] Gen  11, 7   
[36] Pr 8, 22-24.
[37] Is 6, 3.
[38] Is 11, 1-2.
[39] Gn 1, 2.
[40] Sal 50, 13.
[41] Sal 103, 30.
[42] Sab 1, 17.
[43] Is 61, 1.
[44] Sap 9, 17.
[45] Is 63, 10.
[46] Prov 30, 4.
[47] Sal 2, 7.
[48] Sal 88, 27.
[49] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 2.
[50] Jn 1, 14
[51] Jn 1, 18.
[52] Hb 1, 6.
[53] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 3.
[54] John Henry Newman, Las armas de los santos, Madrid, Cuadernos Palabra, 2002, c. VII, «El misterio de la Santa Trinidad», pp. 115-135, p. 120.
[55] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 27, a. 1, in c.
[56] Denz.–Sch., 1330.
[57] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 27, a. 1, ob. 1
[58] John Henry Newman, Las armas de los santos, op. cit., pp. 115-135,  pp. 126-127.
Eudaldo Forment

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